Ferran Sáez Mateu

Ahora que ya nos hemos abrazado

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Ara que ja ens hem abraçat

La catarsis colectiva ha funcionado. Uno puede sentirse orgulloso de formar parte de una sociedad que ahuyenta con decisión al patético grupo de fachas que, hace unas semanas, intentó prender fuego a los ánimos de la gente concentrada en la Rambla. Por no hablar del gesto, valiente y difícil, de abrazar a personas con las que alguien nos quería enfrentar injustamente. A pesar del tétrico trasfondo de los hechos, uno tiene el derecho a decir en voz alta que no todas las sociedades saben comportarse así, ni mucho menos. Pero hoy es día 6 de septiembre, y aquellos hechos que se amontonaron violentamente el pasado agosto deberían empezar a quedar atrás. No se trata de olvidar nada, pero sí de pasar página. Ahora que ya nos hemos abrazado, toca hacer alguna reflexión quizás un poco dura, pero necesaria.

La primera está relacionada con la fantasía de la seguridad absoluta, con estas propuestas extrañas de poner bolardos en cada esquina y cosas por el estilo. Por desgracia, matar a una persona desprevenida en medio de la calle no requiere grandes medios, y todavía más si, como en el caso de la abuela apuñalada en Cambrils, no tiene ninguna posibilidad de defenderse. Para matar a una persona ni siquiera es necesario comprar un cuchillo -mejor no dar malas ideas-. Es evidente que un hecho de estas características volverá a pasar, y no será en una aldea remota, sino en el centro de una gran ciudad europea. El Periódico debería anotar esta predicción que acabo de hacer para poder desacreditar a la policía de ese lugar cuando los hechos, inexorablemente, confirmen mi vaticinio. "¡El señor Sáez Mateu lo dijo bien claro, y ustedes no hicieron nada para evitarlo!"

La segunda no tiene que ver directamente con el islam, sino con algo tan hiperconcreto como la preparación teológica de los clérigos suníes en países donde los musulmanes no son mayoría. ¿Quién garantiza que la persona que tiene la misión de dirigir la oración y de orientar espiritualmente a los creyentes dispone de los conocimientos necesarios para hacerlo? Por desgracia, la interpretación sesgada y malintencionada de determinados textos religiosos -sean musulmanes, cristianos o de cualquier otra confesión- está muy bien repartida. Nunca se podrá evitar por completo. Aún así, la posibilidad de controlar y fiscalizar que, como mínimo, no se digan tonterías, sea por ignorancia o por mala fe, existe. Un clérigo musulmán correctamente formado sabe que la noción de yihad no tiene nada que ver con la cobardía de clavar cuchilladas por la espalda a una anciana o de atropellar a un niño de tres años, y eso es lo que debe explicar a la su comunidad. Quien hace algo así no acabará en ningún paraíso, sino en el vertedero infecto de los criminales. La yihad es el esfuerzo personal para permanecer fiel al islam, no el resentimiento de predelincuentes desarraigados que nunca han pisado una mezquita.

La tercera y última cuestión está relacionada justamente con este tipo de consideraciones. Es importante educar a los niños pequeños en los valores de la concordia y de la fraternidad, y hacerlo, obviamente, con su mismo lenguaje. Este lenguaje de niños, sin embargo, no solo no funciona en adolescentes y jóvenes, sino que incluso puede tener un efecto contrario al deseado. En general -excepciones, las que quieran- a un chico de 16 o 17 años ya no le interesan mucho los abrazos de los Teletubbies, sino un tipo muy determinado de juegos virtuales, que ahora no valoraremos. Esta es la estética de la que parte el Estado Islámico para seducirlos. Si lo quieren comprobar ustedes mismos, no es muy difícil localizar en la red este tipo de vídeos donde los gráficos del juego Call of duty se yuxtaponen siniestramente con el ambiente de La matanza de Texas. A un chico que ha bajado a este inframundo ya no se le puede convencer a base de explorar sentimientos melifluos y blanditos: hay demasiada testosterona por medio. Hay que mostrarle cosas que tome realmente en consideración. Por ejemplo, cómo serán los próximos años de un joven como él que ha acabado en la cárcel. Como serán aquellas largas décadas, con sus meses, y días, y largas horas. ¿Qué sentirá tras haber derrochado la vida en nombre de la nada? No es necesario que vean cómo decapitan a nadie, no: basta que sean conscientes de lo que les acabará pasando en el mejor de los casos. Entre los vídeos de los radicales y estos habrá, además, una diferencia: los primeros so0lo son una fantasía sanguinaria, mientras que los segundos reflejan la sórdida y nada épica realidad.

Ahora que ya nos hemos abrazado, ahora que ya sabemos que ni a unos ni a otros nos harán tragar el cebo venenoso del odio, podemos empezar a hablar serenamente de muchas cosas. Para hacerlo, tal vez no haga falta azucarar-las tanto.

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