Hay partido y, si se quiere, hay salidas

El estado español demuestra ser incapaz de interiorizar la cultura democrática

Suso De Toro
4 min

Ayer por la tarde la Plaza de Catalanuya fue un ágora cívica, un teatro barroco, una pista de baile y el escenario de un drama histórico. Había gente de toda condición, esas personas que niegan cual apestadas los políticos y los medios de comunicación de la corte a su servicio, había gente convencida desde siempre y otra que lleva siete años ofendida y concienciada, había protagonistas presentes y ausentes. Entre los presentes, además de los representantes de las entidades cívicas convocantes estaban la presidenta del Parlament y el president de la Generalitat y entre los protagonistas ausentes estaban el rey Felipe VI y Mariano Rajoy y su gobierno.

El ambiente, como ya suele ser, era festivo, casi diríamos sorprendente y ofensivamente festivo, pues allí se celebró y se proclamó un acto de desobediencia al estado y el inicio de la soberanía de una nueva nación, concretamente la república catalana. Rodeado de música que se agradece, de buen humor, de sincero compromiso cívico y, al final de música disco y serpentinas uno se preguntaba, “¿esto es real? ¿Estamos asistiendo al nacimiento de una nueva nación, un nuevo estado? ¿Se dan los acontecimientos de esta manera tan aparentemente inocua?”. Si leemos las crónicas o las memorias de las personas que vivieron la proclamación de la II República española podemos creer con toda convicción que una crisis de estado se da no solo de forma inesperada sino incluso absurda, así que es realmente posible que estemos en medio de algo así, aunque hoy día las tensiones dentro de los estados europeos suelen darse más amortiguadas.

Pero aquí podríamos poner muy en cuestión si el estado español es un estado europeo convencional o si se parece más a los estados postsoviéticos que pasaron de un sistema totalitario a otro parlamentario. Desde luego el estado español demuestra ser incapaz de interiorizar la cultura democrática y ello lo ha conducido a corromper su funcionamiento y sus mismas estructuras, como la Justicia y como el sistema de medios de comunicación, que es una parte esencial de la vida pública en las sociedades modernas. El estado diseñado desde la corte se parece mucho más al estado decimonónico de la Restauración que a uno moderno y, no digamos, justo y con garantías democráticas.

Y vuelvo, ¿es esto la crisis de estado que creemos ver? Desde luego cuando un portavoz del partido gobernante declara desde Madrid que el estado es un trasatlántico y Catalunya una balsa inflable y pinchada muestra no sólo la tradicional patochada grandilocuente sino un evidente nerviosismo. El mismo que mostró Rajoy en su comparecencia donde reconoció una crisis de autoridad del estado sobre la sociedad y las instituciones catalanas de modo explícito, cosa que también mostró su lenguaje verbal y gestual, era un gobernante acorralado por la realidad. Una realidad que él mismo ayudó decisivamente a crear.

Es cierto, es una crisis de estado, lo sabe la bolsa, lo sabe las agencias de “rating”, lo sabe la prensa internacional. Sólo lo puede ignorar la opinión pública española sometida a una verdadera cárcel informativa y a una intoxicación ideológica masiva. El asunto es como se resolverá. Desde luego Catalunya está protagonizando un momento importante en la historia de Europa, ¿puede verse en la aparición de nuevos estados tras la caída de la URSS? ¿En la demanda de independencia de Escocia? Todos necesitamos referencias y espejos y creo que Catalunya no los tiene, por ello es más estimable su audacia y también por ello corre el riesgo del vértigo. ¿Cuál es la realidad, la del estado español, que manifiestamente miente y niega la realidad catalana, o la de la mayor parte de la opinión pública catalana y manifiestamente la de ese más o menos millón de catalanes que siguen un año y otro reclamando su soberanía? Sí, Catalunya está sóla y afronta un trance histórico ante contra un enemigo implacable y que no sabe lo que es el diálogo ni la democracia pero ésa es su fuerza, insistir en su razón. Llegados aquí, no le dejaron otra, simplemente no tiene alternativa, tiene que ir hasta el final, igual que quienes se muestran sus enemigos y luego, cuando pase el día de votar, habrá que dialogar y negociar. Entonces ya se verá.

Ayer fue día de entusiasmos, y preocupación soterrada, pero lo que es seguro que ayer, hoy y mañana el espionaje del estado al servicio de la estrategia de Rajoy no descansa un minuto y que Zarzuela y Moncloa tienen el teléfono echando humo sin descanso. Y que las cancillerías europeas se preguntan qué espera Rajoy para hacer política, me refiero a política democrática no la que sabe hacer él, la franquista. Hay partido, la Diada le dio gasolina a Puigdemont para continuar, esa cantidad de gente tras la consigna de soberanía es mucho carburante cívico. Aunque, por cierto, hizo muy bien declarando que está dispuesto a negociar en cualquier momento con Rajoy las condiciones para un referéndum. Si Europa quiere ahí hay una salida democrática para un conflicto que, como todos, necesita salidas.

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