Una nación amateur

Hay que encontrar salidas cuanto antes a la situación de Cataluña

Suso De Toro
3 min
Míting final de Junts pel Sí en la campanya del 27-S, a l'avinguda Maria Cristina / PERE VIRGILI

Casi todos los problemas de los pobres les vienen de ser pobres, por eso quieren dejar de serlo. Lo mismo les ocurre a las naciones que carecen de estado, por eso todas quieren tenerlo.

En la sociedad catalana hay una fuerte demanda de estado propio y una mitad movilizada para conseguirlo ya, pero lógicamente padece las dificultades propias de un país que no tiene los recursos de un estado y que se enfrenta a un estado muy instituido (al final, Perogrullo siempre tiene razón).

En el conflicto político que viven Catalunya y España, todos sabemos que no es Rajoy sino el estado entero con sus instituciones y administración, los grandes intereses económicos, mediáticos y políticos radicados y referenciados en la capital del estado quienes se oponen a la demanda de un estado catalán propio. Que los partidos estatales y los medios de comunicación madrileños hablen de que se trata de una obcecación de un interesado Artur Mas y alguna otra persona solo es parte de la lucha sicológica, un modo de tener cautiva a la opinión pública española con un cuento infantil.

Precisamente el que sea una mentira evidente refleja lo que esa mentira pretende ocultar, que no es un político o un grupo de políticos concretos sino, por el contrario, una masa de gente, un movimiento cívico quien demanda ese estado. Es un sector de la sociedad movilizado y organizado, casi autoorganizado, quien cambió no solo la agenda política catalana y española hace cuatro años sino que también está cambiando la historia de Catalunya y de España. Constatando eso reconocemos su legitimidad democrática y admiramos ese nervio cívico, pero también vemos que ahí reside precisamente su debilidad.

Tras la sentencia del Tribunal Constitucional el enfado cívico desbordó el espacio del independentismo y aún del nacionalismo pero, lógicamente, se canalizó asumiendo sus demandas. En cualquier país el nacionalismo es quien tiene el argumento colectivo en último término y pasa al primer plano en momentos de crisis existencial; la sociedad catalana se sintió ahogada, se vió perecer y echó mano del argumento nacionalista. Pero es tan verdad que se trató de una reacción colectiva que los partidos políticos, aún los nacionalistas, se vieron sorprendidos y desbordados. No fue Mas quien urdió un repentino complot contra España, fue la gente quien lo llevó en hombros a donde está so pena de derribarlo y apartarlo del camino. Fueron esos catalanes quienes crearon al nuevo Mas.

El proceso tiene un dueño que es ese sector organizado y movilizado y no el sujeto tradicional, los partidos. Eso explica lo complicado que está siendo administrar la demanda política y el resultado electoral. Se puede decir que la nación catalana ya existe no solo en la conciencia de la sociedad sino, incluso, en algunas instituciones representativas: no hay duda de que el parlamento, habiendo sido concebido como mera cámara autonómica, tras las pasadas elecciones tiene ya un carácter verdaderamente nacional, soberano. El gobierno que salga de ahí tendrá ese carácter. Ahora bien, esa nación carece de los instrumentos que detenta un estado realizado, administración independiente y soberanía política efectiva, y por ello carece también de la seguridad y estabilidad que confiere tenerlo. La nación catalana está desnuda y, además, su ama es esa parte de la sociedad improvisadamente transformada en dirigente político. Por eso es torpe expresándose y haciendo política, es una nación amateur.

Los problemas con los que tropieza vienen de ser una nación adolescente, hasta ahora ha vivido en la infancia. Una infancia cómoda y consentida que ha creado algunos vicios y malacrianza, no se comprende si no el episodio protagonizado por la familia Pujol, los ramalazos de frivolidad, las fantasías ideológicas que aparecen en medio de este episodio de mudanza entre la adolescencia y la vida adulta.

Los estados, las instituciones y los partidos tienen su consistencia, y su consiguiente propensión a la arterioresclerosis, pero los movimientos sociales son tan hermosos y fecundos como efímeros. La voluntad nacional histórica y la madurez de la sociedad catalana está permitiendo que el movimiento político que le echa un pulso al estado se sostenga en el tiempo, pero llegará un momento no lejano en que ceda el papel a los partidos y las instituciones, que tendrán que encontrar salidas concretas a esta situación de cambio.

Que se encuentren salidas cuanto antes será lo mejor por muchos y diversos motivos, pero uno de ellos será que si esa mitad de la sociedad que forma un movimiento cívico con personalidad propia no descansa acabará por transformarse en una especie de partido político enorme. Que el movimiento cívico nacional se transforme en un movimiento político tan enorme tendría consecuencias en la vida social, endurecería la convivencia, crearía unas contradiciones tan fuertes que dividirían a la sociedad.

Pero, hasta ese momento, si me piden un consejo, yo diría que en medio de un conflicto hay que dar la batalla hasta el final. Siempre hay tiempo para ceder cuando uno pierde.

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