Vicenç Fisas

Invitación a repensar "el proceso"

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Invitació a repensar “el procés”

Me gustaría compartir unas reflexiones sobre lo que se llama "el proceso", por si pueden ser de utilidad en el debate que se desarrolla en Cataluña, desde hace tiempo, y por fortuna de una manera muy civilizada. Y empezaré a hacerlo, aunque pueda extrañar, hablando de las negociaciones que desde hace cuatro años se hacen en Colombia con la guerrilla de las FARC, de manera formal y oficial, tras una larga etapa exploratoria.

Cuando el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, anunció en público que comenzaba un proceso de negociación formal con las FARC, cometió la imprudencia de decir que las negociaciones deberían estar terminadas en un año. Santos fue lo suficientemente inteligente para darse cuenta de su error, y rectificó a las pocas semanas. Y no puso fecha límite, que es lo más prudente, aunque advirtió que tampoco aceptaría un plazo eterno. Cuento esto porque, en Cataluña, las fuerzas soberanistas han planteado un proceso de 18 meses, un número muy concreto y preciso. Y eso, creo, es un gran error, por un motivo claro: su corta duración, que obliga a hacer las cosas (no entro ahora a valorarlas) a toda prisa. Cosas que son de una gran magnitud, llenas de obstáculos e imprevistos, y que serán atacadas por muchos lugares. Como en el proceso de paz en Colombia, hay cosas que el sentido común aconseja hacer con el tiempo que haga falta, sin especificar los meses o los años, aunque también se tenga que decir que el proceso preparatorio no será eterno. Por lo tanto, y es la primera reflexión, calma y tiempo.

La segunda cuestión que quisiera exponer es, en mi opinión, la más importante, y tiene que ver igualmente con las experiencias de procesos de paz, de transiciones políticas y de grandes cambios de arquitectura política. Se refiere a lo que llamamos "mayorías suficientes" o "amplias mayorías" para llevar a cabo determinados proyectos que implican, por un lado, ruptura y desconexión, y, por otro, construcción de una nueva manera de vivir y de hacer política, con una estructura institucional nueva, en nuestro caso, mediante un nuevo estado. En Cataluña se plantearon unas elecciones plebiscitarias en que sólo el 48% de las personas votantes optaron por la independencia, sin entrar a debatir, en ese momento, el tipo de país que se quería construir, que es otro tema importantísimo, que sólo ahora se empieza a discutir, y que, aviso, no se puede hacer ni en cuatro días ni con poca gente, por muy capacitada que sea. Pero vuelvo al comienzo de este apartado, cuando decía que si no se llega a una amplia y clara mayoría que no dependa de coyunturas políticas o de la creación de nuevas formaciones políticas estimulantes y con programa, no es factible una ruptura sin ir directos al precipicio. Me refiero, pues, a la necesidad de sobrepasar largamente el 50% de los votos, para llegar más allá del 60% e, idealmente, a los dos tercios. Creo, honestamente, que es la única garantía para hacer una desconexión con garantías de continuidad y con plenitud democrática. Pero para llegar al 60% o al 66% se necesitan unos años más (de nuevo, el tiempo), si es que el voto independentista continúa creciendo, lo cual no es nada seguro, a partir de las referencias de las últimas elecciones generales y de los sondeos de opinión más recientes. Por lo tanto, la segunda gran recomendación que haría es esperar a tener esta amplia mayoría, que ahora no se tiene.

Una tercera gran cuestión es la del derecho a decidir y la reclamación de un referéndum en Cataluña. Sobre este punto, tan democrático, sí que ya existe una amplísima mayoría a favor de hacerlo, aunque se pueda perder. En un país como el nuestro, con tanta historia, lengua propia, rasgos diferenciales y más de dos millones de personas que ya participaron en una consulta llena de obstáculos y judicializada, parece evidente que la población merece ser consultada sobre su futuro, aunque sea de forma no vinculante. Pero, mirando al País Vasco, apunto la importancia que ahí ha tenido siempre, en las encuestas de opinión, la posibilidad de, junto con el sí y el no a la independencia, la posibilidad de decir "depende" (nada menos que un tercio de la población vasca ha optado muchas veces por esta opción), que interpela directamente la manera de hacer las cosas (la metodología, para entendernos), el ritmo, las condiciones, la concreción del proyecto, su viabilidad económica y política, los pros y contras de todo tipo, en definitiva, que es lo que intento reflejar y donde intento insistir en esta reflexión.

Y mientras tanto, ¿qué?, me pueden preguntar. Pues lo está diciendo mucha gente. Construyamos un país más justo y democrático, con lo que ya tenemos de potencial social, y el que deberíamos tener, especialmente en el terreno económico y de respeto cultural y lingüístico, si hacemos una buena negociación con los posibles nuevos inquilinos de la Moncloa. Empecemos a diseñar y hacer realidad la "Cataluña nueva" y de/para todos, aunque con recursos insuficientes, y dejemos que el tiempo, no la eternidad, seduzca a este veinte o veinte y cinco por ciento de las personas que aún faltan para llevar a cabo este proyecto de nuevo estado. Y la seducción no vendrá por palabras bonitas, sino por nuevas políticas que estén al servicio de la gran mayoría de las personas, y no de unas pocas. Con calidad democrática y nuevas prioridades en el ámbito social podríamos construir una nueva sociedad que vea que las nuevas instituciones están a su servicio, sin partidismos. Y si esto se hace, seguro que en un futuro no muy lejano, si en el resto del Estado las cosas no funcionan así, habrá esa amplia mayoría, necesaria, para decir adiós, ya que nosotros ya habremos empezado y probado un nuevo proyecto, tan diferente, que requiere la famosa desconexión. Ahora, creo, toca esperar, frenar "el proceso" tal como está planteado y buscar las mayorías necesarias haciendo el trabajo bien hecho.

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