Las imágenes de la injusticia de Estremera

El ARA accede a las imágenes de Junqueras, Romeva y Forn entre los muros de la prisión madrileña

Albert Llimós
6 min
40 minuts  A Estremera

"Módulo 7, Recuento". Faltan cinco minutos para las ocho de la mañana. Suena la megafonía en Estremera. Es un tono de voz rutinario que va acompañado del sonido mecánico de las puertas abriéndose apenas un palmo para que el funcionario, puntual, haga el recuento. En la celda 1 está Oriol Junqueras. A su lado, en la 2, Joaquim Forn. La tercera es para Raül Romeva.

A esa hora, Junqueras debería estar a punto de salir de casa para llevar a sus dos hijos –Lluc y Joana- a la escuela. Una breve caminata con los dos pequeños antes de que el coche oficial lo lleve a Barcelona. Forn, a punto de ir a la conselleria, debería estar revisando que no haya ninguna arruga en las sábanas de las camas de casa. Pulcro y disciplinado como pocos, es un hábito al que no renuncia nunca. Romeva, como Junqueras, debería estar llevando a su hijo Noah a la escuela. Pero ninguno de ellos está en casa. Los dos primeros ya llevan 7 meses y cinco días en prisión preventiva en el Centro Penitenciario Madrid VII, en medio de la nada, a 70 kilómetros de Madrid. Romeva, tras pasar encarcelado 32 días, volvió a ingresar en Estremera el 23 de marzo. No son los únicos que están en prisión. También están Jordi Sànchez, Jordi Cuixart, Jordi Turull, Josep Rull, Carme Forcadell y Dolors Bassa.

Dieciséis horas cerrados

El ARA ha tenido acceso a las imágenes de los presos políticos catalanes en Estremera. El vídeo -con una fecha que no es real- muestra el día a día de tres políticos en prisión preventiva. Tres maridos, tres padres, que esperan juicio, y que tienen que estar 16 horas diarias encerrados en una celda de once metros cuadrados. Mucho tiempo para pensar. Y más ahora que están solos. Hasta hace un mes Junqueras y Forn compartían celda, una pequeña sala donde a mano derecha hay una pila metálica, una ducha y un lavabo rudimentarios. La celda tiene una litera pequeña y un par de escritorios con seis estantes para guardar los objetos personales. También un televisor para matar el tiempo e informarse (a través de cadenas españolas) de lo que ocurre fuera. Y muchos libros. Y cartas. Decenas de cartas para comunicarse con familiares y amigos, con compañeros de partido y rivales, y también con anónimos que se solidarizan con ellos.

A las 10 de la mañana, después de un rápido desayuno, tienen tres horas para hacer actividades o estar en las salas comunes. Cada preso puede hacer cuatro actividades a la semana de una hora cada una. Ajedrez, idiomas, manualidades, fútbol, lectura... Una comisión se encarga de recoger las propuestas de los internos, que no siempre son aceptadas por los encargados. Y también para solucionar los pequeños y múltiples problemas que van surgiendo en el día a día, como el hecho de que se haya ido Quinto, el encargado de lectura, o los cambios que habrá en verano: como si de la escuela de los sus hijos se tratara, la última semana de junio se acaban las actividades. Hasta septiembre.

Junqueras, como recogen las imágenes, da una charla sobre historia antigua a algunos internos. Así se ha ganado el respeto de muchos de ellos, los que muestran interés por aprender y sacar algo positivo de su estancia en una prisión con más de 1.200 celdas, en medio de unos imponentes muros que te aíslan del mundo exterior. "En Grecia tenemos el nacimiento de la filosofía dedicada a la física y a las cosas naturales y la filosofía dedicada a las cosas humanas", explica Junqueras. Romeva está entre el público que lo escucha, junto a la mesa de ajedrez y un libro, dos grandes aliados tanto para él como para su compañero de partido. "Los sofistas son los que se dedican al saber humano. Protágoras, Gorgias y de ahí Sócrates, y de ahí Platón, y de ahí Aristóteles ", continúa el vicepresidente. Mientras los dos compañeros comparten clase de historia antigua, con preguntas constantes de algunos de los otros reclusos, Forn se cierra en la pequeña biblioteca -una sala de poco más de 20 metros cuadrados con una pizarra y unos cuantos cientos de libros- para escribir sus memorias. Lo hace desde el primer día. Que ningún detalle quede en el olvido. Su hija pequeña, Beta, se lo sugirió. Lo tenían que hacer ambos, pero sólo él ha seguido con una rutina que sabe que le ayuda a superar la opresión de los muros de Estremera. Allí vuelca las reflexiones. El miedo de las primeras semanas. La esperanza de aquellos días en los que llegan buenas noticias desde Alemania o el Parlamento catalán. Unas memorias que ni siquiera su mujer, Laura, ha podido leer todavía. Las hojas que van saliendo de Estremera tienen demasiada carga emocional para enfrentarse a ellas. De momento.

El cuñado de Forn, José, es quien intenta hacer un relato desde fuera, en un grupo de WhatsApp donde pone las reflexiones del círculo íntimo y los hechos que van teniendo lugar cada día en una casa donde Joaquim falta desde hace siete meses. Tampoco ellos quieren olvidar.

Después de comer, poco más de 20 minutos para comer apresuradamente, se los vuelve a cerrar en la celda hasta media tarde, cuando pueden salir durante un par de horas a las zonas comunes o al patio. Junqueras y Forn juegan al tenis, como rivales, con un par de reclusos. Algunas veces, incluso prueban el ping-pong con algún otro preso. También es el tiempo para las llamadas. Tienen 50 minutos a la semana, un máximo de 10 llamadas a teléfonos autorizados, que deben pasar el riguroso filtro de las autoridades penitenciarias. Forn lo hace siempre a las 6 de la tarde. Romeva por la mañana, aunque algún día se espera por la tarde para poder hablar con sus dos hijos. Junqueras hace una perdida antes para asegurarse de que el interlocutor lo descolgará: si salta el buzón de voz, el tiempo se descuenta.

Tiempo para pensar

A las siete y media de la tarde, después de una cena rápida, todo se acaba. Encerrados en la celda hasta la mañana siguiente. Trece horas seguidas. De lunes a domingo. Cada día lo mismo. Y ya son más de 210 para Forn y Junqueras. Recluidos en la celda, es tiempo para la lectura. Para responder a las cartas. También las que van destinadas a Anna, la hija mayor del ex ‘conseller’ de Interior. Vive en Inglaterra. Hace pocos días conoció a los padres de su compañero. Fueron a Suiza. "¿Qué les dirás de tu padre?", le preguntó desde Barcelona antes de que ella se fuera al país helvético para hacer las presentaciones con los futuros suegros. No es fácil decir que tu padre está en la cárcel. "Que es un preso político", respondió ella con orgullo. Porque la dignidad no se la podran quitar nunca. Lo saben los familiares. Lo saben ellos mismos. Y se lo verbalizan desde el primer día algunos de los reclusos. "Vosotros tenéis suerte, podéis dormir tranquilos", les ha repetido más de una vez un preso, arrepentido de lo que hizo para acabar en Estremera y consciente de que los tres políticos catalanes están ahí por cuestiones políticas.

Desde que volvió a entrar en la cárcel madrileña, Romeva pasa muchas horas haciendo meditación y yoga. Una manera de combatir las 16 horas de reclusión en la celda, muchas horas de reflexión para "resituarse personalmente", como cuentan los que lo conocen mejor. Esto o sumergirse en decenas de libros que va consumiendo gracias al pequeño flexo de luz que lo acompaña en la oscuridad.

Sin diferencias

Como el resto de presos, los tres políticos catalanes deben hacer también las tareas que les asignan. Como las de limpieza, tal como muestran las imágenes a las que ha tenido acceso este diario. Los martes y los sábados, por ejemplo, con dos bayetas juntas para poder limpiar mejor, toca arreglar los pasillos de la sala donde se hacen las asambleas u organizar la biblioteca para que ningún libro quede tirado sobre las mesas, una tarea que asume Junqueras.

También toca aguantar las pequeñas humillaciones que intenta hacer de vez en cuando algún funcionario. Actitudes de menosprecio de las cuales con el tiempo los presos han sabido protegerse. Los que los conocen han visto que en los últimos meses los políticos catalanes que están cerrados en Estremera han crecido. "Tienen las cosas claras", aseveran personas de su confianza antes de poner énfasis en una de las cuestiones más importantes para sobrevivir entre los muros de Estremera. Preservar la dignidad. "No penetrarán en su dignidad", sentencia una persona de confianza. "Está creciendo como persona, no podrán con él", se reafirma antes de rematar: "No son tres presos cualesquiera, son tres presos políticos", y, en Estremera, todos los que conviven entre esos muros gigantes lo saben.

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