PANDÈMIA

“Me obligan a llevar el pedido: la responsabilidad es de la empresa”

‘Riders’ y gente paseando perros, los amos de la calle pasadas las 22 h

Albert Llimós
3 min
Un rider de glovo al barri del Raval la primera nit del toc de queda

BarcelonaPasadas las diez de la noche, por las calles del Eixample barcelonés ayer había una mezcla de desconocimiento y laxitud, un equilibrio entre los que no sabían muy bien cuándo entraba en vigor el toque de queda anunciado por el Govern solo unas horas antes y los que, siendo plenamente conscientes de las medidas, sabían que durante la primera noche no habría sanciones.

Barcelona no era una ciudad dormida, pero sí una ciudad en reposo, donde contrastaba una calle Consell de Cent vacía, donde la mirada se perdía en el horizonte sin ningún coche que rompiese la calma, con la calle Aragó, por donde desfilaban incansables los vehículos, una imagen que ya forma parte del imaginario de la ciudad.

Los que también seguían subiendo y bajando, resoplando para llegar a tiempo para llevar comida caliente a los hogares barceloneses, eran los repartidores. Antes de medianoche, riders y paseadores de perros se hacían la competencia como amos y señores de las calles de Barcelona, antes y después de la entrada en vigor del toque de queda. “La culpa es de Glovo, que no nos informa. Pensaba que empezaba lunes”, exclamaba molesto un repartidor paquistaní pasadas las diez de la noche, plantado ante un local cerrado donde tenía que recoger un pedido. En la competencia no estaban mucho mejor. Un chico de Deliveroo intentaba sacar algo en claro mientras salía de entregar un servicio en la calle Entença. “Lo estamos hablando en el grupo, pero nadie está seguro. ¿Hoy a las diez?”, decía en inglés, ansioso, a pesar de que consiguió recuperar la respiración después de saber que en la primera noche no habría sanciones.

Más informado estaba Carles. Salía de traer un pedido -una pizza- pasadas las diez y cuarto de la noche, muy consciente de que se estaba saltando el toque de queda. “Si me paran la responsabilidad es de la empresa. To ya se lo he dicho, pero me han obligado a traer el pedido”, defendía con vehemencia, con la noticia sobre las nuevas medidas en el móvil.

Tampoco entre las tiendas del barrio estaba muy claro qué se tenía que hacer. Mientras algunos comercios de 24 horas bajaban la persiana a las nueve y media, otros tendrán que dar un toque de atención al encargado del papeleo. “El gestor me llamó el lunes para decir que tenía que cerrar a las 10. ¿Pero ahora es a las 9? No me ha dicho nada”, se lamentaba un chico asiático que regenta una tienda de víveres en la calle Rocafort.

Otros conviven muy bien con el desconocimiento. Valeria y Eva no se pusieron muy nerviosas después de saber que estaban saltándose el toque de queda, mientras se dirigían hacia el parque Joan Miró, ya pasadas las 22 horas, para ir a buscar comida a un restaurante. “Vamos a buscar un pedido para cenar. ¿Toque de queda?”, preguntaba pensativa Eva, y lanzaba un “A las once, ¿verdad?”, por decir algo.

Los paseadores de perros eran los más informados. Eso sí, alguno de ellos despistado con la hora. Como José Luis, que se sabía la lección a la perfección pero a pesar de que eran ya más de las diez todavía pensaba que tenía tiempo para pasear sus dos animales. “Hoy [ayer] no pasará nada, hombre. Hay margen, hay tiendas abiertas y ya ha pasado la policía y no han dicho nada”, argumentaba con una sonrisa socarrona que se dibujaba por debajo la mascarilla. Como Carlos, que consciente que ayer no se multaba, apuraba el último día para mantener los hábitos. “El lunes ya avanzaré la salida, pero hoy [ayer] no hay multa y lo tenía que sacar para que me aguante hasta la madrugada”, explicaba.

También andaba tranquilo Joan, camino a casa. Acababa de aparcar y a las diez y cuarto entraba en su inmueble. “Hoy es pedagógico”, decía, haciendo alusión a las palabras del consejero de Interior, Miquel Sàmper, que había dicho que no se sancionaría. Ayer el toque de queda fue un ensayo.

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