Las lamentaciones de los pactistas

Albert Pla Nualart
2 min

A medida que el Proceso llega al choque de trenes, suben de tono las voces que piden diálogo desde una tercera vía revestida de aparente moderación. Avalados por los clásicos - "la virtud está en el medio"-, lamentan la intolerancia de unos y otros y aseguran que reciben de todos lados por su minoritaria cordura. Los tenemos aquí, entre sucursalistes y cortesanos que temen perder prebendas. En Madrid, en este clónico del PP que acaba siendo "la izquierda" cuando no se atreve a desmarcarse del nacionalismo excluyente. Y en una UE con demasiados frentes abiertos. Pero ¿pueden ser pactistas Cataluña y España en este conflicto? Y, si no pueden, ¿reclamar diálogo no es una cómoda manera de no mojarse?

Empecemos por Cataluña. ¿No ha sido siempre su pactismo motivo de burla? Que si hacía "la puta i la Ramoneta", que si seguía una política de "peix al cove" ... Fue el pactismo el que se comió con patatas un Estatuto cepillado. Pero desde junio de 2010, cuando un turbio tribunal enmienda la plana a dos Parlamentos y dos millones de votos, Cataluña ya solo puede ser pactista dando por buena su inexistencia como nación: renunciando a decidir qué quiere ser. Cuando los pactistas le piden que respete la ley, están obviando que de facto quieren que respete un marco legal que no le tiene ni le piensa tener el más mínimo respeto. Cuando le reclaman diálogo, pasan por alto que la instan a dialogar con una España que no ve en ella a un interlocutor sino a un apéndice; que está tan dispuesta a pactar con ella como se pacta con una mano. Hablemos claro, señores pactistas, si los catalanes han dejado de lado un pactismo que está en su ADN, si "se han vuelto locos" y "están abducidos", es porque el único diálogo que les permite el Estado pasa por aceptar la sumisión más humillante.

Y continuemos por España. ¿Tiene margen el PP para dialogar? ¿Se puede abrir a pactar, por ejemplo, una especie de concierto vasco? ¿Puede insinuar que en el Estado hay más naciones que la española? Cualquier inquilino de la Moncloa que vaya por ese camino tiene los días contados, pero aún más Rajoy. Si se mantiene presidiendo el gobierno -con un partido podrido de corrupción y una sociedad más desigual que nunca- es porque el votante mayoritario ve en él la marca más fiable para españolizar España, para diluir lo que le quede de plurinacionalidad. No es Rajoy el que impide el diálogo, es una fobia atávica a la diversidad que cada vez que Cataluña da un paso adelante tiene un peso decisivo en los comicios estatales. No puede haber pacto ni diálogo porque los dos proyectos que chocan -por razones históricas mucho más poderosas que sus líderes- son incompatibles. Hacer del estado español una nación es visceralmente incompatible con hacer de la nación catalana un estado.

Yo también soy pactista, yo también quiero diálogo. El pacto sería, sin duda, la mejor salida. Pero nadie puede pactar con quien no lo deja ser quien es. El único pactismo viable es el que propone esperar sine die que España cambie lo bastante para que gobierne alguien que nos respete. Los que lo ven viable ahora, o han perdido el norte o no tienen dignidad.

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