Gran oportunidad, aún no perdida

Los fondos europeos están para ayudar al problema central de nuestra economía: la productividad

Alfredo Pastor
3 min
Pedro Sánchez (esquerra) i Emmanuel Macron consultant ahir els documents que els mostrava Angela Merkel.

La asignación de los fondos europeos es, desde luego, un asunto de la mayor importancia para España. En un reciente artículo, el profesor Xavier Vives traza las grandes líneas de lo que podría servir de marco para una asignación adecuada. Lo que sigue no pretende sino contribuir a un debate tan importante como urgente.

Los fondos europeos están para ayudar al problema central de nuestra economía, que es hacerla más productiva: que los ciudadanos en edad de trabajar no sólo trabajen, sino que lo hagan en actividades que les permitan vivir dignamente y contribuir adecuadamente a sostener los gastos comunes. Para que surja lo nuevo ha de ir desapareciendo parte de lo antiguo. No es la primera vez que eso ocurre en nuestra historia reciente, porque durante la reconversión industrial de los años ochenta desaparecieron sectores enteros de nuestra industria para dar paso a otros nuevos. Pero para que la transformación sea un éxito, quienes hoy desempeñan actividades poco productivas han de irse integrando, dentro lo posible, en las nuevas. Eso lleva mucho tiempo y requiere un enorme esfuerzo por parte de todos, pero si no se logra integrar a la gran mayoría la transformación está abocada al fracaso. En el caso de la reconversión industrial, el que España sea hoy el país de Europa con mayor número de bares por cada mil habitantes, que en las grandes ciudades baste con alzar la mano para encontrar un taxi y que nuestra tasa de paro sea el doble de la media europea desde hace décadas es muestra de que, si bien la transformación de la industria fue un éxito, la integración de los trabajadores en actividades más productivas fracasó. Ese es un error que no podemos repetir. Hay un consenso general sobre que los fondos destinados a ayudas no deben mezclarse con los destinados a la transformación, y creo que es indispensable que sea así, pero no olvidemos dos aspectos: primero, es posible que hayamos subestimado las necesidades de ayuda; segundo, ayudas y transformación tienen un punto en común, la formación: si ésta no se hace como es debido, tampoco la transformación saldrá adelante: ¿de dónde saldrán los trabajadores de la nueva industria? ¿Habrán de ser todos físicos o matemáticos?

¿Por qué esa insistencia en la industria? Porque es en la industria donde la tecnología cobra forma: una empresa de servicios habla fácilmente de industrializar sus procesos cuando en realidad lo que quiere es racionalizarlos. Naturalmente, estamos pensando en industrias que no echan humo, ni hacen ruido, ni ensucian el entorno, aquéllas hacia las que conviene irse dirigiendo.

¿Cómo seleccionar los proyectos? En el futuro inmediato, ésta es seguramente la cuestión más difícil. Algunas de nuestras empresas sabrán articular proyectos que merezcan ser presentados a la Comisión; algunas ya lo están haciendo. Pero el primer filtro es el de los Estados miembros, y los seleccionadores, si son políticos, se verán sometidos a presiones literalmente desgarradoras que procurarán desviarles del objetivo marcado para atender a otros. Por eso la creación de una agencia independiente es atractiva, aunque no parece posible crearla en tan corto tiempo. Habrá que contar con la firmeza del Gobierno y desear que esté bien asesorado.

Un criterio que suele emplearse para justificar grandes inversiones económicamente ruinosas es el de la cohesión territorial. Los recientes datos de la Airef sobre la red de AVE, recogidos en el artículo de Vives, deberían servir para desacreditar definitivamente un argumento que la literatura ha desechado hace tiempo: la gente vive donde hay oportunidades, no donde hay estaciones de tren. En el caso de los fondos europeos, la verdadera cohesión territorial se logrará si las grandes empresas, únicas que podrán integrarse en los grandes proyectos europeos, cuidan de incorporar a las más pequeñas como proveedores o socios, de modo que puedan aprender participando en proyectos mayores y, por ende, en la transformación. Ello puede suponerles un esfuerzo de gestión adicional, pero es una función indispensable.

Se insiste mucho, con razón, en la necesidad de atraer y cultivar el talento. No olvidemos cultivar también esa planta tan delicada que es el talento empresarial, frustrado a menudo por trabas administrativas: alguna vez he oído a algún antiguo alumno declararse dispuesto a abrir una nueva empresa, pero de ningún modo en España.

Volvamos al principio: el propósito de los fondos europeos es ayudarnos a ser, no más ricos, sino más productivos. La riqueza vendrá, si acaso, después.

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