El análisis de Antoni Bassas: 'Las manchas de la herida'

La protesta no solo es legal sino que es comprensible, las formas no, de ninguna forma. Pero así estamos

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La semana ha empezado con las imágenes insólitas de un grupo de gente ensuciando con pintura roja la fachada del Palau de la Generalitat. La acción la han reivindicado un grupo de trabajadores de un bar del Hospitalet, que protestaban por el cierre del negocio por razones sanitarias. El domingo hará un mes que están cerrados los bares y restaurantes, y esto es la ruina de miles de familias. La protesta no solo es legal sino que es comprensible, las formas no, de ninguna forma. Pero así estamos.

Tampoc se ha entendido que hasta 588 personas entraran el sábado a la Sagrada Familia para participar en la ceremonia de beatificación de Joan Roig, un joven de 19 años que fue asesinado en septiembre del 36 por un grupo anarquista debido a su fe católica. El arzobispado dice que el acto era legal porque fueron 600 personas y el 30% del aforo de la Sagrada Familia es de 900 personas, pero en un momento de obligaciones, la celebración de la ceremonia era francamente ahorrable y argumentar que es legal, en un momento en el que no se ve legítimo, tiene sus costes de imagen.

Y para añadir gravedad al momento, resulta que mañana empezará en la Audiencia Nacional el juicio a los tres únicos supervivientes del grupo que atentó en la Rambla de Barcelona y en Cambrils en agosto de 2017.

Y en las últimas horas, los Mossos d'Esquadra han publicado este vídeo en el que aconsejan cómo nos tenemos que comportar en caso de atentado terrorista: corre, escóndete y avisa. Provoca un escalofrío solo imaginar encontrarte en la situación.

En este sentido, y en el momento de empezar la semana, es imposible no referirse a la victoria de Joe Biden, que no se conoció hasta el sábado por la tarde, cuatro días después de que cerraran las urnas.

Las bolsas de todo el mundo han subido esta mañana, incluso el expresidente republicano George Bush ha felicitado a Joe Biden, y ya solo queda Donald Trump para aceptar que ha perdido y que el 20 de enero dejará de ser el presidente de los Estados Unidos. Tal como les decía la semana pasada, Trump ha chocado con el estado de derecho, que no podía consentir que una democracia se convirtiera en una dictadura.

Hay un acuerdo general en que Trump se va pero el trumpismo se queda, la vida vista en forma de resentimiento, conspiración y confort en la demonización del otro. En este sentido, está muy bien que Biden haya hablado de curar y reconstruir. ¿Lo podrá hacer? ¿Lo podemos hacer, eso, en las sociedades democráticas occidentales? Lo digo porque ni un candidato moderado y mayor (por no decir viejo) como Biden ha sido suficiente para el gusto de los conservadores, que, a pesar de todos los episodios indecentes de la presidencia de Trump, lo han seguido votando. El trumpismo, la rebelión anticultura, anticiencia, en parte chovinista, en parte racista, esta fiesta de la división social tomará otras formas, si las formas convencionales de la política no se esfuerzan en dar una respuesta en forma de prosperidad para todo el mundo que se la trabaje.

Nuestro reconocimiento para los que trabajan en primera línea, un recuerdo para los que sufren, para los presos políticos, para los exiliados, y que tengamos un buen día.

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