Antonio Baños

Orgullo de eurofan

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L'austríaca Conchita Wurst guanya Eurovisió / REUTERS

Mañana es nuestro día. El único día en el que los buenos ciudadanos europeos pueden sentirse orgullosos de esta mezcla de austeridad, militarismo, lobis y xenofobia que es la UE. Mañana llega Eurovisión y con ella la exaltación de los pocos valores genuinamente europeos que nos quedan: autoironía, posnacionalismo, ligereza, sentido operístico de la vida y, claro, decadencia. Porque una de las acusaciones que los dogmáticos de todo tipo hacen al song contest es ésta. ¡Obvio! Cuando Europa no está en decadencia se dedica a invadir continentes. Por eso prefiero la Europa austrohúngara y kitsch de Eurovisión. Frívola pero defensora de derechos y libertades.

Me gusta el Eurovisión que denuncia las guerras, como los georgianos Stephane & 3G, que combatieron la invasión rusa de su país con el funk setentero de We do not wanna put in ("Put in"... ¿lo pillan?). O la defensa de una Ucrania juguetona contra la Rusia homófoba (como echamos de menos a las t.A.T.u) de la mano del travestido Verka Serduchka con Dancing lasha tumbai (que sonaba como Russia goodbye).

Pero si Eurovisión tiene fuerza es en la defensa de los derechos LGTBI. Para millones de personas que viven en países en los que sus derechos no se defienden, el mensaje de Eurovisión hacia la creciente LGTBIfobia europea no es ninguna broma ni es inútil. Que una lesbiana como Marija Šerifović y su impresionante tema Molitva dieran la victoria a una Serbia presa del militarismo, el choque que representó para el Israel ultraortodoxo Dana International o el golpe brutal que para la ultraderecha austriaca y europea fue Conchita Wurst hacen que las condescendientes valoraciones que progres y puristas tienen del concurso queden en ridículo.

Europa es nuestra. De los eurofans que votamos a mujeres barbudas, sabemos dónde está San Marino y bailamos con griegos con falda, finlandeses monstruosos y flamencas descalzas. Nuestra es la Europa que premia al más bailable, no al más rico. Que escucha el estribillo pegajoso y no al populista demagogo. Una Europa que llega hasta Australia. Que cree en el derecho a decidir a golpe de douze points. Ningún eurofan de los pies a la cabeza empezará nunca una guerra ni votará a la ultraderecha. Y mañana es nuestra fiesta.

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