Optimismo o harakiri

Antonio Baños
2 min
Dos visitants de Lloret de Mar asseguts en un dels miradors de la ciutat.

Lloret, Girona, CataluñaLloret es el municipio con la renta familiar más baja de Cataluña. Esto es lo que pudimos leer la primavera pasada en los datos del Idescat. Es de los primeros destinos turísticos, sólo superado por Salou y, obviamente, por Barcelona. Supera el millón de turistas anuales, recibidios por sus 37.350 habitantes. Sin embargo, su renta se sitúa un 35% por debajo de la media catalana. El turismo masivo, ¿modelo de prosperidad? Bien. Vamos, pues, a Lloret a ver si queda vida de ciudad bajo las toallas y las sombrillas. Para saber más y mejor de Lloret hablo con quien posiblemente lo sabe todo del sitio. Joan Domènech y Moner. Él fue el primer alcalde democrático de la villa y un impulsor de su vida cultural, además de un prolífico historiador lloretense.

Lo primero que me dice es que está, lógicamente y como tanta gente, preocupado por la imagen de Lloret. "Desde los años 80 muchos intentamos revertir el turismo de batacazo", afirma claro y catalán. Pero es difícil. Desde el 1958, cuando se inauguró el primer camping en Canyelles y la localidad se declaró "ciudad de interés turístico", el monocultivo ha sido el dogma y la especulación ha sido algo bien visto. Una especulación protegida por la dictadura franquista, que impidió que el modelo sufriera ningún tipo de fiscalización ni oposición política. Eran los años del alcalde Clua y el desarrollismo, que incluso facilitaron la construcción de un rascacielos: el edificio Normax. "Un adefesio que todo el mundo en la época encontró bien, porque así tendríamos un rascacielos. Como si Lloret fuera Nueva York", explica irónico Domènech.

Dentro de esta política de defensa del patrimonio exterminado durante el boom inmobiliario franquista, Domènech pensó en una vieja tradición del siglo XVI. Era el año 1987 y, como obrero mayor de la Obrería de Santa Cristina de Lloret de Mar, recuperó el uso del laúd catalán para la villa. La tradición decía que, para la peregrinación a la ermita de Santa Cristina, se tenía que ir en barca desde la playa de Lloret. Esto generó una competición entre las nueve cofradías que peregrinaban. Que entidades de Lloret vuelvan a competir en laúd por Santa Cristina ha dado nueva identidad y vida al tejido asociativo de Lloret. Lo que Domènech llama "la resistencia". Una resistencia que él contempla desde el Club Marina, antiguo casino que fue derribado en 1955 para hacer, claro, un hotel, y que ahora incluso publica un libro anual sobre el legado del Lloret histórico. "Si no fuera optimista sería mejor hacerse el harakiri", me dice a modo de despedida.

Del millón de turistas y los siete millones de catalanes, pocos saben nada de los tesoros de Lloret. De los poblamientos ibéricos del Cerro Redondo a la discoteca Revolution de Oriol Regás (¡fue la primera en tener un láser!); de los Jardines de Santa Clotilde del siempre poco reivindicado Rubió a la Casa Fuente de la época heroica de los "americanos" (así es como llaman a los indianos en Lloret).

En Lloret parece que no haya nada, y está llena de puntos de interés. Y parece que no aquí pase nada, pero algún día encontrarán como reivindicar lo que eran: marineros, comerciantes, pícaros, persistentes.

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