Venecia, la ciudad travesti

Venecia surge del deseo de vivir y existir frente al diagnóstico arquitectónico, médico y religioso

Paul B. Preciado
4 min

Había tenido tanta dificultad para sentirse amado por un ser humano que decidió depositar sus anhelos de amor en una ciudad. Había vivido una larga y conflictiva relación con Nueva York, había estado enamorado de París, brevemente atrapado por Barcelona, intensamente subyugado por Atenas. Pero había decidido entablar una nueva relación sentimental con Venecia. Había encontrado un pequeño apartamento sobre el extremo de los Fondamenta Nuove, aprovechando una biblioteca que la familia Raggi había recopilado durante más de un siglo y cuyos libros parecían ahora estar dirigidos únicamente a él.

Mientras paseaba por el extremo norte de la isla que flotaba sobre la laguna como un barco de inmensas dimensiones, había pensado que aquella ciudad se parecía a su cuerpo trans: mitad agua, mitad tierra, constantemente cambiante, inestable, vulnerable y fuerte al mismo tiempo, un cuerpo de ficción, ridículo y absolutamente mágico. Aquella ciudad le parecía una maqueta a escala real de la construcción histórica de los cuerpos políticos que le impulsaba a pensar.

Si el género fuera una característica natural dependiente de la anatomía, se decía a sí mismo cruzando el Rio Di Felice hasta adentrase en la Fondamenta della Misericordia, entonces no tendría sentido hablar de las ciudades en términos de género. No tendría sentido decir, por ejemplo, que Stuttgart era impetuosamente masculina y heterosexual o que Atenas desplegaba una feminidad desbordante. Pero si, por el contrario, el género fuera un conjunto de códigos culturales históricamente cambiantes que responden no tanto a características anatómicas sino a estéticas del cuerpo que son colectivamente aceptadas como normales o que son sancionadas como patológicas, entonces esta caracterización no sólo sería pertinente sino crucial en términos políticos.

Venecia, pensaba mientras cruzaba los puentes del Rio de la Sensa, es la ciudad travesti. Toda la ciudad se sujeta, como una drag queen, sobre los frágiles tacones de los 'fondamenta'. La ciudad entera es una prótesis que el deseo levanta sobre la laguna. Venecia surge, como el cuerpo trans, del deseo de vivir y existir frente al diagnóstico arquitectónico, médico y religioso que decía: “este lugar no es propio para la construcción de una ciudad. No se debe construir ciudad alguna sobre lagunas pantanosas, ni sobre arenas movedizas, no edificarás sobre esa mezcla de aguas marinas y fluviales, no habitarás en una atmósfera propicia a fiebres, plagas y epidemias.” Recordemos cuál fue el origen de la ciudad-archipiélago: huyendo de las invasiones bárbaras de los siglos V al VIII, las poblaciones que vivían sobre las tierras firmes del Veneto se refugiaron en las islas de la laguna. Y es en ese lugar prohibido, en un suelo que no puede ser fundamento para lo urbano, donde la maravilla será construida. Venecia es la ciudad fuera de la norma. O más bien donde todas las normas de vida deben ser abolidas y reinventadas. Pero lo específico de Venecia no es sólo que la ciudad se alce una y otra vez frente a su imposibilidad de existir, sino que lo haga no a través de la fuerza, sino por medio de un alarde de fragilidad y poesía. Si los castillos y fortalezas están llamados a afirmar soberanía y virilidad, entonces Venecia es un cuerpo masculino que ha sido transformado en femenino y son el conjunto de operaciones que hicieron posible esa transformación las que admiramos ahora como obra de arte.

Alguien que quisiera descalificar la práctica del travestismo diría que en Venecia todo es pose. Que Venecia canta con una voz de falsete. Pero lo que ocurre es todo lo contrario. Es que la voz de Venecia está siempre mutando. Cada edificio y cada puente de Venecia es (como en el travestismo) absolutamente “real”, en el sentido que el filósofo Hans Gadamer daba a esta noción. Todo es absolutamente “efectivo”. Se disuelven (valga la expresión no metafórica) en Venecia las diferencias estratégicas entre travestismo y transexualidad. Como ocurre con un corsé o una pestaña postiza en una travesti, no hay en Venecia ni un solo clavo ni una sola viga que no sea al mismo tiempo absolutamente necesaria y terriblemente bella. Venecia es, como el cuerpo trans, el lugar donde la lucha y la transformación de los elementos (agua, aire, luz) adquiere consistencia estética. Venecia es la máscara hecha piel. Es el teatro transformado en ciudad.

Pero como casi cualquier travesti, Venecia está sometida a una alta presión turística. Una parte de su cuerpo-ficción es consumido como el de una trabajadora sexual. Pero como en cualquier travesti, quedan amplias zonas del cuerpo urbano libres, lugares que aún gozan de una libertad y una belleza inigualable.

Venecia atrae o asusta. Fascina o repugna. Deslumbra o ciega. Quizás sólo las Vegas, la otra ciudad trans del planeta, ella misma una emulación de Venecia, logra provocar tantas emociones contrarias. Como el cuerpo trans, Venecia entra y posee nuestro inconsciente. Y lo hace no tanto por su manierismo o su despliegue decorativo, sino por las preguntas que suscita, por la fuerza del irreprimible deseo de existir que afirma. ¿Cómo es posible que siga en pie? Los reflejos de Venecia son un espejo en el que el visitante escrutina su propio género, mide la pasión de su propio deseo de existir.

Se hallaba sumergido en estos pensamientos (y sumergido era todo menos una metáfora) cuando una gaviota, al robarle su bocadillo, le sacó de su ensimismamiento: un ser de plumas blancas y cuidadosamente peinadas, con ojos inteligentes y redondos y cuyo pico tenía la facultad de (además de robar bocadillos) esbozar una sonrisa.

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