Sin regreso al pasado

Carme Colomina
3 min
Sense retorn al passat

TRANSICIÓN. El largo adiós de Trump se ha convertido en la caricatura torpe de este interregno; de esta larga resaca entre dos mundos: uno aferrado al poder que ha tenido y el otro todavía demasiado impreciso para anunciarlo. Mientras los Estados Unidos alargan la incertidumbre, el viejo orden también hace recuento de daños. El comercio mundial caerá este año casi un 10%, según acaba de publicar la Organización Mundial del Comercio, y esta contracción será más pronunciada en Europa y Norteamérica. La globalización está en transformación. En parte por la pandemia y la repentina interrupción de las cadenas de valor globales que provocó, pero también por la consolidación de un repliegue que había empezado mucho antes, con la crisis económica.

Las viejas potencias se aferran a un mundo defensivo mientras asisten, superadas, a un desplazamiento global del poder hacia el Pacífico. El orden internacional surgido después de la Segunda Guerra Mundial convive con la fuerza de una China capaz de construir su propia institución financiera internacional, su gran bloque comercial y una política de influencia global. Así se entiende el último movimiento estratégico de Pekín para conseguir un tratado de asociación regional que representará el 29% del comercio mundial y el 30% de la población del planeta. Con Japón y Australia dentro de este tratado de libre comercio, se demuestra que nadie puede ni quiere aislarse de China, cosa que alimenta la teoría de “la gran transición” de los politólogos que, desde hace una década, anuncian el momento en el que China sustituirá a los Estados Unidos como la primera gran potencia mundial.

DEPENDENCIAS. El mundo se rearma sin entender que no hay regreso al pasado. Incluso en el discurso de las potencias globales hay que imaginar un mundo que ya no se explica en los términos clásicos del poder. Un mundo donde “la seguridad es más humana que política o militar”, como explica el politólogo Bertrand Badie. Donde la protección de unos depende de la seguridad (sanitaria, climática) de los otros. Y, a pesar de esto, el gasto militar mundial experimentó en 2019 el incremento más importante en una década, con los Estados Unidos, China, la India, Rusia y Arabia Saudí acumulando más del 60% de lo que se gasta en armas en el planeta.

¿Qué papel tendrán los ejércitos ante la conflictividad social y las amenazas que llegan en forma de virus o de fenómenos meteorológicos extremos, de alteraciones de las temperaturas y de contaminaciones ambientales? Son amenazas identificadas hace tiempos pero sacrificadas por visiones del mundo y doctrinas de seguridad construidas sobre una idea de poderes clásicos y de supuestas autoridades a partir de la competición infinita. Soberanías del siglo XIX para un mundo interdependiente. Fetichismos disfrazados de intereses nacionales, como si todavía fuera posible encapsular realidades y aislarlas del resto del mundo.

TRANSFORMACIÓN. Las causas principales de muerte en el planeta son sociales. Más de 1.600 millones de personas (el 22% de la población mundial) viven en zonas de crisis prolongadas, ya sea por la sequía, el hambre, los conflictos o los desplazamientos de población; zonas con sistemas de salud débiles y sistemas de gobierno frágiles o fallidos. Pero el mundo continúa basculando entre la militarización y el fortalecimiento de las esferas de influencia comerciales y políticas. El péndulo resucita conflictos fronterizos congelados durante años, en Nagorno-Karabakh o en el Sáhara, en un mundo que, según Badie, está gobernado por la debilidad y no por la fuerza; donde ya no se puede aspirar a derrotas apabullantes del enemigo porque todos dependemos de un equilibrio y una hiperconectividad que es global. Por eso la solidaridad tiene que ser un principio de las relaciones internacionales, como defiende Badie, porque este es el mundo que viene: un mundo de intereses colectivos y bienes comunes.

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