La tribalización de los Estados Unidos

Carme Colomina
3 min
La tribalització  dels Estats Units

ENEMIGOS. ¿Qué pasó realmente el 6 de enero ante el Capitolio de Washington? ¿Fue el final del imperio de los Estados Unidos? ¿O fue el punto de inflexión de un sistema democrático amenazado durante cuatro años, que ahora se impone sobre la egolatría de un presidente convencido de que sus intereses estaban por encima del cargo que tiene que dejar? El 6 de enero marca el final del incitador en jefe, como lo denominaba David Remnick en el New Yorker, pero no cierra el odio ni el desafío, ni la promesa de los insurrectos, anunciada en las redes sociales, de volver a Washington el día de la toma de posesión de Joe Biden.

Los Estados Unidos han descubierto que tenían al enemigo en casa. Sentado en el Despacho Oval. Alimentado por los algoritmos de las grandes empresas tecnológicas de Silicon Valley, que ahora, en plena emergencia, deciden erigirse en censoras de un odio amplificado por el modelo de negocio que las ha enriquecido.

DESAFÍO. El Partido Republicano creó al monstruo que ahora divide sus bases y amenaza con romper ideológicamente la derecha americana. Quienes asaltaron el Congreso son solo una minoría. Quienes, megáfono en mano, pedían la ejecución de los traidores que han claudicado ante el robo que supone la alternancia de poderes, incluyendo el vicepresidente, Mike Pence; quienes desfilaron con las pieles, los cuernos, el merchandising y la simbología de la extrema derecha que coloreaban la insurrección y alimentaban la banalización de un esperpento arraigado en el odio; quienes se abrazaban a la cruz convencidos de que los mandaba Dios, y quienes prepararon las armas y las bombas incendiarias que podrían haber dejado un balance de muertos todavía peor... todos ellos son la explosión de un desafío al sistema que va mucho más allá de la violencia que representan. Son la cara más extrema de una erosión del derecho y del pluralismo que se ha ido tejiendo con los años. No solo por parte de las fuerzas antisistema que lo desafían. También por aquellos que se han aferrado a unos equilibrios en decadencia, defendiendo viejas parcelas de poder, incapaces de aceptar y asimilar los cambios necesarios.

REGENERACIÓN. Los Estados Unidos están divididos. Rotos. Los expertos hablan de un proceso de tribalización -de la polarización afectiva alrededor de unas ideas compartidas, pero sobre todo en contra de quienes piensan diferente-. Ha sido una evolución lenta que ha acabado determinando que, para muchos norteamericanos, el sentido de su voto esté menos relacionado con las diferentes políticas a las cuales apoyan y más con el lugar donde viven. Esta lealtad electoral los hace estar en sintonía con su comunidad, con los letreros que algunos vecinos plantan en sus jardines y con las conversaciones informales en el trabajo o en el bar. Lo que compran o lo que comen, la religión o la raza, acaban siendo factores determinantes.

El problema, sin embargo, no es solo esta polarización afectiva (hay estudios que aseguran que en Dinamarca, por ejemplo, es mucho más alta que en los Estados Unidos). El problema es tener que depositar esta lealtad incuestionable en un partido atrapado, desde hace tiempo, en la política de la confrontación, del Tea Party a Donald Trump. Es por eso que Rachel Kleinfeld, analista del centro Carnegie, asegura que “el problema de la democracia de los Estados Unidos no es Trump sino el silencio de la mayoría de representantes republicanos” ante la aceleración del desafío a las bases del sistema democrático que representan.

Si el 6 de enero es el final del imperio que ha determinado el orden global post Segunda Guerra Mundial o bien el inicio de un proceso de renovación democrática dependerá, en gran medida, de la capacidad de regeneración de un Partido Republicano a quien Donald Trump ofreció, el noviembre pasado, una de las bolsas de votos más importantes de su historia.

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