PANDÈMIA

Discriminación, xenofobia y violencia: la cara oculta del covid-19

Varios estudios apuntan al hecho de que el miedo y la frustración generadas por la pandemia se han traducido en un aumento de la agresividad

David Bueno
4 min
Manifestació antiracista, amb motiu del quart aniversari de la mort d’Adama Traoré a mans de la policia francesa, a Persan, al nord de París.

La vida social es compleja y para convivir de manera razonablemente armónica con nuestros conciudadanos necesitamos utilizar a menudo ciertas dosis de tolerancia. La tolerancia es la disposición que tenemos para aguantar y respetar las convicciones y las acciones de las otras personas, a pesar de que quizás las desaprobamos. Se puede aplicar a muchos niveles, desde los más locales, como por ejemplo con los vecinos que consideramos “de toda la vida”, hasta la escalera más globalizada, con personas de otras culturas o que viven en otros lugares del mundo.

Según indican varios estudios, una de las consecuencias colaterales de la pandemia de covid-19 es una disminución de la tolerancia. Esto ha comportado un aumento generalizado de comportamientos agresivos, entre los cuales están los relacionados con conductas discriminatorias, xenófobas y violentas. La explicación, que en ningún caso se tiene que entender como una justificación, se puede encontrar en las respuestas conductuales que podemos tener ante situaciones que percibimos como una amenaza o que nos generan frustración. Y la posibilidad de enfermar es, lógicamente, una amenaza. Y las restricciones que se han impuesto para evitar contagios también generan frustración.

Agresiones y discriminación

El primer trabajo científico que alertaba sobre este fenómeno se publicó a mediados del mes de abril en la revista The Lancet, y estaba firmado por el investigador Delan Devakumar y sus colaboradores, tanto del Institute for Global Health de Londres como de la Universidad de Newcastle, en Inglaterra. El estudio se basó en los datos recogidos durante las primeras semanas de pandemia. Más concretamente, la investigación analizó las agresiones verbales y físicas y las situaciones de discriminación que estaban sufriendo ciudadanos chinos en todo el mundo, así como otros comportamientos xenófobos que afectaban a personas migrantes o que tenían una fisionomía diferente de la más habitual del lugar donde vivían. Los investigadores también tuvieron en cuenta las situaciones similares que estaban sufriendo las personas que habían resultado afectadas de coronavirus e, incluso, algunos miembros del personal sanitario que las atendía.

Estos resultados hicieron que la Organización Mundial de la Salud pusiera en marcha varias campañas informativas para explicar, por ejemplo, que las personas enfermas de coronavirus no eran culpables de haber enfermado, que el origen geográfico no tenía ningún efecto en la capacidad de tener o de transmitir el SARS-CoV-2 y que tener o haber pasado la enfermedad no implicaba ningún demérito para las personas afectadas.

Posteriormente, otros trabajos han analizado el incremento muy importante de casos de violencia intrafamiliar que se han producido a consecuencia de la pandemia, tanto con la pareja como con los hijos. Es el caso del estudio publicado hace poco más de una semana en la revista The New England Journal of Medicine, firmado por la científica Megan Evans y sus colaboradores, de varios centros médicos e institutos de investigación sobre violencia intrafamiliar tanto de los Estados Unidos como de Israel.

Miedo y frustración

La explicación que proponen estos trabajos se basa en dos aspectos concretos: el miedo y la frustración. El miedo es una respuesta emocional de raíz impulsiva que se genera en una situación que percibimos como una amenaza. Induce a comportamientos de autoprotección con el objetivo de evitar las consecuencias negativas de esta posible amenaza. Eso hace que cuando tenemos miedo tengamos la tendencia a escondernos y, si es posible, a huir. Ahora bien, las amenazas también pueden comportar otras respuestas emocionales, como la ira, que también es impulsiva. Se define como una irritación violenta contra alguien o contra algo, y puede inducir a comportamientos agresivos. En cuanto a la frustración, se ha visto que puede conducir con facilidad hacia la ira, y con las mismas consecuencias.

Desde la perspectiva biológica, esta agresividad es de índole defensiva, en el sentido de que su objetivo es alejar de nosotros la posible amenaza o el motivo de frustración, también por autoprotección. Ahora bien, ¿qué pasa cuando la amenaza o el origen de la frustración es etéreo, en el sentido de que no podemos hacerle frente directamente? En estas situaciones se puede producir una transferencia de la agresividad hacia otros elementos del entorno más próximo.

Dicho de otro modo, si no podemos pelearnos físicamente con los virus porque no los vemos ni sabemos dónde están en cada instante, podemos tener la tendencia a transferir esta agresividad hacia otras personas o elementos del entorno y descargar así nuestra ira y frustración. Es lo mismo que pasa cuando, por ejemplo, hemos tenido un mal día en el trabajo y cuando salimos vamos tocando el claxon del vehículo a diestro y siniestro cada vez que otro conductor no hace lo que nosotros querríamos que hiciese. O discutimos por nimiedades con la pareja y echamos la bronca a nuestros hijos porque hacen lo que tienen que hacer, ser niños juguetones que buscan nuestra compañía.

Todo esto, a su vez, comporta la disminución de tolerancia mencionada al principio. Esta disminución acostumbra a hacerse más evidente en relación con las personas que consideramos diferentes de nosotros, o que en nuestro imaginario -o también por las informaciones sesgadas que recibimos- consideramos responsables de la situación de miedo, de ira o de frustración que sufrimos.

David Bueno es director de la Cátedra de Neuroeducación UB-EDU1rst

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