22/04/2015

Mira, Mariona

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Mira, Mariona

Mariona y yo no nos habíamos sentido nunca tan enamorados como en aquel momento. La luz de la luna entraba con decisión en mi apartamento de la calle Nopca, y todo iba muy bien, increíblemente bien, el mundo parecía incluso un lugar perfecto, un punto del universo de lo más agradable. ¿Cómo iba a ser de otra manera estando Mariona tan inmensamente guapa, con su bellísima blusa de rojo subversivo, su escote perfecto, el cutis fresco y colorido, el pelo rubio, más corto que nunca; los ojos castaños, demasiado juntos?

Yo me limité a decirle:

-Mira, Mariona, la luna es puro esplendor.

-¿Y ese tópico? -dijo enseguida.

Y a continuación me lanzó una mirada de odio, que me hizo comprender que debía decirle siempre cosas inteligentes.

Para rebajar la tensión decidimos ir retirando los platos y llevarlos a la cocina. Pero mientras los lavábamos en el fregadero empecé a notar que, aunque en silencio, Mariona volvía a enojarse, esta vez sola, quizás porque la luz de la luna le daba en la cara.

Quise entonces que comprendiera que nada era tan importante como parecía. Y para ello nada mejor se me ocurrió que advertirle que nuestro universo no es más que un gigantesco programa ejecutándose en un ordenador sideral en el que hay programadas una serie de leyes básicas, incluyendo una gravedad cuántica que sostiene un vacío capaz de fluctuar en múltiples mundos.

Después de decirle esto -que tuve que decir sin respirar-, Mariona se quedó tan callada que hasta me asusté. Le dije que sólo había querido hacerle ver lo relativo que era todo.

-¿Relativo?

-Mira, Mariona. Puede que ese Programador sea una bellísima persona y realice sistemáticamente un back-up del sistema, que de paso nos garantice la vida eterna, y puede que no seamos más que un virus informático que él intenta eliminar a toda costa.

Ahí estalló todo. También las frases inteligentes la irritaban.

-¿Para ti soy un virus informático? -preguntó fuera de sí.

-Bueno, no creo haber dicho esto, ¿no?

Fue imposible que entrara en razón. Y con mis explicaciones lo compliqué aún todo más, muy especialmente cuando dije que quería que comprendiera que tal vez formábamos parte de un teatro sideral y nuestra riña de enamorados quizás no fuera más que una escena que tenía lugar en un gigantesco programa ejecutándose en un ordenador, y por tanto no valía la pena esforzarse en pelearnos con tanto entusiasmo, especialmente con tanto entusiasmo por su parte…

Lo peor llegó cuando le pregunté si le importaba que escribiera sobre aquello, sobre aquella discusión que estábamos teniendo y que yo era capaz de vivir con la intensidad debida, pero al mismo tiempo capaz también de vivirla de otro modo, convirtiéndola en literatura.

-No me lo puedo creer. ¿Quieres detener la escena para escribirla? -me dijo verdaderamente incrédula.

-Es que hay algo muy interesante en lo que está ocurriendo y debo escribirlo.

Dije esto, pero ya no dije nada más, porque vi que me jugaba la vida si seguía. Además, vi muy claro que no me comprendería si le explicaba que, más allá de tener que dedicarme a decir las habituales frases hirientes de esas discusiones, me fascinaba la idea de poder detenerme a pensar qué sucedía allí de verdad, tratar de llegar al verdadero fondo, al porqué exacto de aquel desencuentro repentino entre ella y yo.

-Eres un monstruo -oí que me decía.

Y después también oí un portazo. Mariona se perdió en la noche, con su escote y su blusa roja y sus ojos castaños demasiado-demasiado juntos. Yo nada hice para detenerla. Lavé el resto de los platos con la perplejidad del que no entiende lo que ha pasado pero sabe que ya nada volverá a ser como antes.

Es lo que ha sucedido. Ya nada es igual. La luna sigue ahí. Pero Mariona no. Nuestra relación terminó esa noche. Nos hemos vuelto a ver fugazmente alguna vez, pero siempre ha sido incómodo para los dos. Porque ella me mira como diciendo: “A mí no me escribirás”. Y yo sé que no hay nada que hacer. Es algo quetambién sabe seguramente el Programador.

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