Iglesias y la marcha de la locura

Zapatero pidió al líder lila que renunciara al ministerio de Trabajo para desbloquear la negociación

Ernesto Ekaizer
5 min
Pedro Sánchez, aquest dijous, al Congrés / EFE

Madrid“Por qué quienes ocupan altos puestos actúan, tan a menudo, en contra de los dictados de la razón y del autointerés ilustrado? ¿Por qué tan a menudo parece no funcionar el proceso mental inteligente?”

Barbara W. Tuchman

Cuando frecuentas Grecia y refrescas la historia de los griegos te topas con un célebre concepto: la hibris, hybris o hubris.

La desmesura. Ser víctima clásica de ese concepto que te destruye por pasarte de frenada, por el orgullo y la confianza exagerada en ti mismo, especialmente cuando ostentas el poder.

La extinta historiadora norteamericana Barbara W. Tuchman lo analizó en 1984 en su libro La Marcha de la locura La sinrazón desde Troya hasta Vietnam,que ha vuelto a publicar en español hace unos años RBA Editores. Allí trabajó ampliamente la idea de lo que llamó “la política contraria al propio interés”.

Y, mira por dónde, es exactamente, ni más ni menos, lo que ha pasado estos días con el fracaso de la investidura de Pedro Sánchez a raíz del rechazo de Pablo Iglesias de conducir a Unidas , Podemos al interior del Gobierno que estaba a punto de formarse.

Se ha terminado en la ilustración del célebre dicho español: ha acabado como el rosario de la aurora. Y todavía había alguna posibilidad, incluso después de que ayer jueves amaneciera -es decir, después de rezar el rosario para seguir con la analogía- para evitar el caos que luego hemos conocido.

¿Por qué existía esa posibilidad? Porque en la tarde del miércoles, día 24 de julio, el ex presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, explicó a través de muy precisos mensajes a intercambiados con Pablo Iglesias que no debía insistir en exigir el Ministerio de Trabajo. El presidente Pedro Sánchez apreciaba, le explicaba Zapatero, mucho a la ministra Valerio y que, en todo caso, sugería, podía Iglesias enfilar por el camino de pedir la incorporación al área social bajo control de un futuro ministro o ministra de Unidas Podemos las políticas activas de empleo.

Si Iglesias hubiese cogido por esa senda a primera hora de la mañana del jueves cuando hizo su “última oferta”, se podía haber evitado terminar como el rosario de la aurora. Pero Iglesias no lo hizo. Y, en cambio, sí planteó desde la tribuna que aceptaba investir a Sánchez y entrar al futuro Gobierno si le daban las políticas activas de empleo. Dijo el líder de UP que una personalidad muy respetada por el PSOE le enviaba un mensaje por teléfono en el que le sugería que solicitase esas políticas activas de empleo. Era Zapatero. Pero ese mensaje, como varios más, eran de la tarde del miércoles, no de la mañana del jueves. Mira si había tiempo de incorporar este punto en la negociación. Fuentes consultadas por este cronista estiman que no hubiese habido problemas para aceptar esa propuesta en una futura reorganización de los ministerios.

La hubri scegó a Iglesias. Ya le había pasado en 2016 cuando solo tenía que abstenerse para investir a Sánchez y monopolizar la oposición de izquierda en las Cortes. Cegado con su negativa le dio a Mariano Rajoy y al Partido Popular oxígeno para dos años más. Pareció Iglesias advertir el error estratégico al coger el tren que volvió a pasar por su partido con la moción de censura en mayo-junio de 2018.

Pero no. La hubris seguía allí.

Y si de verdad, como al menos de boquilla parecía, deseaba un gobierno de coalición, hizo todo lo contrario cuando lo tuvo al alcance de la mano. Eso se llama política contraria al propio interés.

La posibilidad de ese gobierno de coalición al que Pedro Sánchez se resistió y al que, finalmente, accedió, hubiese sido un acontecimiento histórico en España, algo así, con toda la limitación de las analogías, como lo fue la legalización del partido Comunista en abril de 1977 por parte del gobierno de Adolfo Suárez.

Si, como afirmó Iglesias, solo ha quedado por controlar las políticas activas de empleo (sobre todo la canalización ministerial de las ayudas procedentes de fondos europeos, porque esas políticas están transferidas a las Comunidad Autonómicas), ¿todo está listo para una sesión de investidura victoriosa a finales de agosto o primeros de septiembre de 2019?

No se puede ir tan rápido. Gabriel Rufián, el portavoz de Esquerra Republicana de Cataluña (ERC), con un discurso de izquierdas de alta emotividad, no dijo “o lo tomas o lo dejas ahora”, pero advirtió que una cosa era la posición de ERC el 25 de julio y otra esa posición el mes de septiembre, en referencia a la Diada del 11 de septiembre, la proximidad del segundo aniversario del referéndum del 1 de octubre de 2017 y de la sentencia del tribunal del procés, prevista para primeros de octubre.

Pero, además, hay otra pista que deja la fallida investidura del 25 de julio. Y es el brote verde del renacimiento del bipartidismo PP-PSOE. Pablo Casado ha presentado un discurso proclive a pacto con Sánchez porque, dijo, respeta al PSOE, a diferencia de Albert Rivera que calificó a Sánchez de jefe de la banda que se reparte el botín de España.

Casado ha conocido presiones internas para la abstención del PP. Rajoy, que se benefició de la abstención del PSOE en 2016, era sigiloso partidario de ello. Alberto Nuñez Feijóo empezó la campaña de la abstención ayer mismo antes de la votación.

Pero parece que Casado quiere seguir la hoja de ruta de Sánchez en 2016. Es decir: recuperar, a costa de la radicalización de Ciudadanos y el previsible desfondamiento de Vox en unas elecciones, una veintena de escaños para reforzar su liderazgo en el PP. Y si esas elecciones las ganase, digamos sincrementando 25 escaños el PSOE, los dos partidos podrían sumar 200/220 escaños. En esas condiciones, Casado sí podría abstenerse después de negociar pactos de Estado con Sánchez.

Irene Montero, como vicepresidenta de temas sociales, Alberto Garzón, Vicky Rosell (aunque no en Justicia) u otros podrían haber sido hoy mismo las nuevas estrellas del gobierno de coalición.

Pero la alquimia de hubrisy narcisismo de Pablo Iglesias -que decía querer el gobierno de coalición-, llevó al líder de UP a jugarse el todo o nada (y para peor, aceptando en un stripitease espectacular, desesperado, si le daban algo que nunca propuso, las políticas activas de empleo) lo ha impedido.

Y last but no least: la hubriste ha llevado a decirle a los tuyos que lo que te han ofrecido es la “caseta del perro” -como definió UP las ofertas del PSOE- y ¿cómo vas a aceptar meterte en esa caseta? Aunque al final… Iglesias ha aceptado meterse allí si le daban las políticas activas de empleo.

Pero llevar a los que te apoyan -consulta de los inscritos mediante- también reproduce situaciones en que no te puedes librar de la hubris. Es lo que pasó con Carles Puigdemont entre la noche del 26 y 27 de octubre de 2017, cuando después de haber decidido disolver el Parlament y convocar elecciones autonómicasdio marcha atrás ante su grupo parlamentario y las 155 monedas de plata

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