Ernesto Ekaizer

Victorias agónicas

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Els quatre candidats dels partits estatals, a l'únic debat a quatre de cara el 26-J. EFE

El debate a cuatro prefigura lo que será el desenlace del 26-J: una victoria agónica de Mariano Rajoy. No tanto porque, Pedro Arriola dixit, abusando de una definición gastada, el candidato del Partido Popular haya salido vivo del circo romano, sino porque si algo se ha podido confirmar en la arena es que no habrá una coalición de izquierdas capaz de asumir la alternancia.

Problema: una victoria agónica del PP y una derrota no menos agónica del PSOE suponen la agonía de España. Un bloqueo político debajo del cual subyace una crisis institucional prolongada. La pieza llamada Cataluña, aunque de ella se haya hablado poco o nada en el debate, hay que encajarla en este puzzle.

Los candidatos aseguran que no habrá unas terceras elecciones. Y no hay que guiarse por sus palabras sino por sus intereses. Una nueva convocatoria electoral a raíz de un segundo fracaso en la formación de gobierno tendría consecuencias difíciles de calcular. Por lo devastadoras.

Entonces, si las encuestas, que fallaron bastante el 20 de diciembre –conviene recordarlo para dudar de su infalibilidad-, esta vez aciertan y el PP vuelve a ganar aunque con menos escaños, con el PSOE como tercera fuerza detrás de Unidos Podemos –cosa que es fácil sondear pero más difícil asegurar-, Rajoy podría aspirar a formar un gobierno minoritario. Para ello, el PP tendría que contar con la abstención promovida por una nueva dirección del PSOE.

Un gobierno a modo de gabinete de crisis, con Rajoy o sin él, se haría cargo de España y debería consultar cada medida a adoptar, entre ellas la preparación de los presupuestos generales de 2017. Si en Cataluña se vive un estado de crisis a raíz de la enmienda a la totalidad de la CUP, imagínense ustedes lo que serían las negociaciones de un gobierno en La Moncloa apoyado en, digamos, 120 escaños.

Si nos guiamos por la idea de que no existen situaciones sin salida, un gobierno minoritario no tendría más cometido que el de abrir un paréntesis para negociar el presupuesto 2017 y con suerte, si logra mantenerse, el de 2018, para volver a celebrar inmediatamente nuevas elecciones. Un suponer, el 20 de diciembre de 2018.

Es verdad que no existen situaciones políticas sin salida. Pero no lo es menos que una salida como la expuesta supone asumir que la indefinición vivida después del 20-D no ha sido más que el prólogo a una larga etapa de inestabilidad política en España.

La exposición simplista de Rajoy sobre los datos económicos oculta –sin que él probablemente lo sepa- que la Gran Recesión ha dejado en la estructura económica española daños que volverán a aflorar cuando la economía europea y norteamericana se vea abocada a ajustes inevitables, como el cambio de los tipos de interés. O el del precio del petróleo, que va consolidando los 50 dólares/barril.

Y el sector financiero –los bancos, ya no las demonizadas cajas de ahorros- está, como no podría ser de otro modo en una economía financierizada- en el centro de la escena. Los inspectores del Banco de España advirtieron en 2006 ante oídos sordos de lo que vendría; ahora lo vienen alertando desde hace más de un año sotto voce y, ante la indiferencia de la cúpula, ya lo han hecho, en las últimas semanas, públicamente.

Si a ello se une que Bruselas nos espera con sus exigencias, el gabinete de crisis, de ser esta la salida tras el 26-J, va a tener una tarea ciclópea por delante.

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