Para las pequeñas feministas

Miro atrás y me parece inconcebible que aceptáramos determinados hechos

Esther Giménez-salinas
3 min

El feminismo, como tantas otras cosas, es ante todo una actitud personal frente a conceptos como los derechos humanos, la igualdad, la libertad, la democracia paritaria, la violencia doméstica, el machismo, la brecha salarial o el techo de cristal, por poner solo algunos ejemplos. Es también una manera de vivir la vida y entender la injusticia que ha significado que al menos la mitad de la población haya vivido durante veinte siglos sin el reconocimiento de sus derechos.

Una de las historias que más me gustan es la de la escritora y filósofa política Olympe de Gouges, que condenada a muerte en 1793 y al pie del cadalso decía: “Si las mujeres estamos capacitadas para subir a la guillotina, ¿por qué no podemos subir a las tribunas públicas?” Así de injusta ha sido muchas veces la vida, y aunque hay otros casos que no son tan dramáticos, valga el dicho popular en el que muchas de nosotras fuimos educadas: “Detrás de todo gran hombre hay siempre una gran mujer”. Vaya…

Tendrían que pasar aun bastantes años tras la ejecución de De Gouges para que se aprobara el sufragio femenino, que apenas tiene algo más de un siglo. Nueza Zelanda (1893) y Australia (1902) dieron el pistoletazo de salida a un proceso imparable que fue sucedido por Finlandia (1906), Noruega (1913), Polonia (1918), Alemania (1919), España (1931), Francia (1944), Italia (1945) y ya en la cola, prácticamente anteayer, Afganistán (2003) y Kuwait (2005).

Posteriormente, estos y casi el resto países han promulgado leyes en favor de la igualdad, en contra de la violencia de género y en búsqueda de una igualdad real. Pero la ley tan solo marca el inicio de un camino, y aunque tiene un gran valor pedagógico, el cambio cultural y social es un proceso de mucha mayor lentitud. En mi caso, soy de una generación donde el feminismo no solo no estaba de moda, sino que además estaba mal visto. Era como si la historia de las sufragistas de los años 30 no quisiera nunca ser superada.

El machismo profundamente arraigado en nuestra cultura no estaba entonces ni siquiera cuestionado, casi me atrevería a decir que era vivido dentro de una cierta normalidad, a veces incluso defendido por las propias mujeres. Ha sido solo con el paso de los años que hemos ido desterrando las conductas más extremas y poco a poco tomando conciencia colectiva. Es lo que se define como la “cuarta ola del feminismo” en su lucha activa contra toda violencia, especialmente la sexual, y el combate por una paridad real.

De lo que se habla poco es del precio que la lucha de muchas mujeres tuvieron/tuvimos que pagar, y quizás tendrán que pagar, tanto en el terreno personal como profesional. Lo que no se veía no existía, la mujer en casa era una forma de mantenerla oculta: lo que está encerrado no tiene nombre, lo que se esconde está dominado por el miedo. Lo peor de todo es que ni siquiera éramos conscientes de vivíamos sin luz. Hoy miro para atrás y me parece inconcebible que aceptáramos determinados hechos que parecen inadmisibles. Desgraciadamente era algo parecido al afloramiento de abusos de menores perpetrados años atrás, solo que estos aún estaban más indefensos. Por esto quizás siempre he pensado que la única prevención ante cualquier forma de abuso es que no permanezca oculta.

También las relaciones afectivas se resienten en una sociedad poco preparada a que las mujeres superen a los hombres. Es un combate desigual planteado en absurdos mensajes de rivalidad, donde las felicitaciones de amigos y familiares cuando una mujer es nombrada para un cargo importante, más bien parecen dardos envenenados. Aun hoy me cuesta entender que no se viva en términos de normalidad. E inevitablemente me retrotraigo a la educación franquista cuando decía: "La mujer tiene obligación de saber todo lo que podríamos llamar la parte femenina de la vida; la ciencia doméstica es quizá su bachillerato. Un arquitecto no puede ser bueno si no dibuja bien; un ingeniero sin el conocimiento de las matemáticas sería un fracaso; lo mismo sucede con las mujeres: su base fundamental es la casa; guisar, planchar, zurcir, etc. son otros tantos los problemas que en un momento dado deberá resolver, por lo tanto, debe capacitarse para ellos". (Mayordomo, 1999: 259)

Hoy a nivel universitario no solo hay más mujeres que hombres en la mayoría de carreras, sino que estas suelen tener los expedientes más brillantes, pero no porque sean más inteligentes, sino porque son más trabajadoras, más exigentes, menos confiadas en sí mismas. Hace tiempo que han aprendido a zurcir los agujeros de la vida.

Mi nieta Carlota cumple años todos los 8 de marzo y siempre le dedico este artículo. Ahora ya sabe que las “sufragistas” son las mujeres que votaban, y no unas “surfistas” en campeonatos de vela, como también sabe que nunca tolerará una diferencia por ser niña. Yo le llamo la “bombillita” porque está acostumbrada a pensar y a discutir, a brillar y no apagarse, a vivir con luz y nunca en la oscuridad, a iluminar lo que le rodea.

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