Esther Palomera

No es Sánchez, es el PSOE

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Pedro Sánchez, candidat a liderar el PSOE / MARCIAL GUILLÉN / EFE

Todo estaba listo para la ejecución: un consejo de notables, una gestora, un referente moral que dirigiera la transición y una mujer para tomar las riendas. Los socialistas tenían dibujado ya el plan para liquidar la noche del 20-D a su secretario general ante un supuesto fracaso electoral. Pero ni será tan fácil ni será tan rápido como algunos preveían.

No tanto porque Pedro Sánchez tenga intención, que la tiene, de encadenarse al sillón de mando, sino porque la diferencia entre el fracaso y la debacle la han marcado esta semana las encuestas posteriores a lo que han llamado el debate decisivo, aunque el formato en sí no decidiera nada.

De repente, el pánico. Podemos recupera el terreno perdido. Y a los socialistas, que empezaron esta carrera en segunda posición, después pasaron a pelear por la tercera y esta semana han comprobado que pueden incluso perder el bronce, no les llega la camisa al cuello.

¿Qué hicimos mal? ¿Es Pedro Sánchez el problema?, se preguntan. El candidato socialista a la Presidencia del Gobierno no es la causa, sino un síntoma más de la sordera de la socialdemocracia española.

Nunca las consecuencias de un congreso federal, el que siguió a la salida de Rubalcaba, resultaron tan nefastas. Una alianza de enemigos íntimos conjurados para que perdiera un tal Madina; un deseo irrefrenable por situar en la poltrona a “uno de los nuestros” con el propósito de que calentara la silla hasta la llegada de la “elegida”; una “conjura de los necios” que creyeron que aupar a Sánchez les garantizaba el control de los hilos… ¿El resultado? Una histórica equivocación que puede sacar durante años del foco de la política a un partido centenario, precisamente el que ha gobernado más años la España democrática.

Nunca la derecha ha estado tan fuerte (PP y Ciudadanos) y nunca la izquierda más despistada. No se enteraron. El 15-M fue el síntoma, las elecciones europeas, un aviso, y las generales, puede que la constatación de que el PSOE ha dejado de ser la fuerza hegemónica de la izquierda.

Igual que negaron la crisis económica, no vieron la dimensión de la crisis política. Los ciudadanos pedían cambios, y no sólo de caras, pero ellos, imbuidos en sus guerras por el poder orgánico, no se enteraron. Prefirieron gobernar Ferraz a gobernar España, jugar con la frivolidad y no con la construcción de un proyecto. Así les ha ido. La cuestión ya no es “matar” a Sánchez, como querían, sino que en el intento puedan llevarse por delante la marca.

¿Y aún creen que quienes algo tienen que decir en el partido permitirán que Susana Díaz desembarque en Madrid sin que nadie le exija responsabilidades por lo ocurrido? Antes, y si se confirman los sondeos, que tiemblen también los Ximo Puig y compañía porque los gobiernos autonómicos del PSOE sostenidos por Podemos también pueden saltar por los aires.

No era Sánchez; era el PSOE, estúpido. Y entre veleidad y veleidad de sus cuadros, el proceso de descomposición parece estar hoy más cerca que nunca.

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