Esther Vera

La Europa insomne

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L’Europa insomne

Europa tenía un sueño. Un continente en paz en el que la prosperidad económica y comercial y una moneda común llevarían a una progresiva integración política y social. Un continente donde mercancías, personas y valores democráticos y fraternales circularían libremente, extendiéndose del oeste hacia el este. Hoy Europa es una insomne malhumorada.

El proyecto de integración de la Unión Europea de nuestros padres fundadores está hoy en peligro por varios factores: la baja calidad de los líderes, la fuerza centrífuga del Brexit, el impacto de la crisis y las sombras que aún se ciernen sobre la recuperación de la economía, y la incapacidad de dar una respuesta cohesionada a la masiva llegada de refugiados.

La Unión Europea hace décadas que no tiene estadistas. Quizás ni nos hacen falta. Probablemente, la construcción europea ya saldría ganando si tuviera, si no estadistas, sí políticos que, como decía Churchill, no fueran como un sofá. Es decir, que no adoptaran la forma del último que se sienta en él. Con políticos con sentido del deber, capaces de huir de la poderosa tentación populista, la Unión no estaría hundiéndose poco a poco.

La teoría del político sofá se puede aplicar al debate sobre el Brexit. Presionados por la tradición euroescéptica y, sobre todo, por la intensidad reciente de la retórica antiinmigración protagonizada por el UKIP, Cameron llevará al Reino Unido a un referéndum sobre la salida de su país de la Unión. El resultado de la consulta es incierto y la población está dividida, como el propio gobierno. Las condiciones del futuro vínculo con la UE deberían negociarse tras votar y a priori parece complicado reducir significativamente el coste y la burocracia de pertenecer a la UE y mantener las oportunidades comerciales con Europa y negociar separadamente, bilateralmente, con los socios no europeos como los Estados Unidos, la India, China, Japón y Australia, con quien se mantiene el 50% del comercio británico. De entrada, los Veintiocho están intentando evitar la salida de Londres a la desesperada traicionando a Europa. Les ha faltado tiempo para cerrar un acuerdo antiinmigración que cínicamente se asegura que no afecta a la libre circulación de personas. Las excepciones británicas son una vez más un torpedo en la línea de flotación de la libre circulación y olvidan que 15 millones de europeos trabajan en un país comunitario que no es el suyo. Si Gran Bretaña decide marcharse no será el final. Pensemos en la oportunidad de concentrarnos en una Europa de geometrías reforzadas antes de que renunciar gratis a lo que hemos construido.

También con los refugiados el sálvese quien pueda está mostrándonos la peor Europa. Cada vez son más y con embarcaciones más precarias, aunque estamos en el pico del invierno, los que intentan salvar la vida entrando en el continente próspero. Los ciudadanos ven las fotografías del éxodo con incomodidad. Provenientes de Siria, Irak y Afganistán, más de cien mil refugiados han llegado desde Turquía, Jordania o el Líbano en dos meses y no tenemos una respuesta común. La UE se ahoga en la contradicción entre las declaraciones de intenciones y las soluciones individuales de políticos atemorizados por los gritos de una parte de su opinión pública muerta de miedo y en manos de los oportunistas. Los países de la ruta de los Balcanes, encabezados por Austria, se reúnen sin invitar a Atenas, la puerta, ni a Alemania, el destino deseado. Austria restringe las llegadas. Macedonia, Croacia, Serbia y Eslovenia (UE los dos últimos), también. Todos por libre mientras Grecia, que hace veinte años asumió a un millón de refugiados económicos de los Balcanes, es la puerta de entrada de los desesperados inmersa en su propia crisis económica. Tras seis años de recesión, con un 25% de paro y con un sistema de pensiones en práctica quiebra, los acreedores le recuerdan que debe desembolsar el nuevo plazo del rescate. Con este panorama humillante, Grecia hace frente a la desesperación mientras Hungría anuncia un referéndum sobre la reubicación de las cuotas de refugiados establecidas. Para satisfacer al partido xenófobo Jobbik, que amenaza a los ultraconservadores de Viktor Orbán, Hungría pone en duda acoger a 2.000 personas en un país de 10 millones. La cobardía política es de nota.

La crisis sirve de excusa para todo y el espantajo de los políticos sofá son los inmigrantes. Excusa para la disgregación del proyecto y aproximación a las fuerzas de la reacción. Europa es ahora para muchos la de los hombres de negro y la austeridad. Es cierto que hemos salido de la crisis acobardados, con paro y desigualdades salariales. Pero una vez pasado el terror del derrumbe de la moneda con la crisis de la deuda, es fácil juzgar con dureza y olvidar la gravedad de lo que hemos vivido. La política europea se ha aplicado a demasiada velocidad, pero fue Europa quien rescató a los bancos españoles -un crédito que ahora se devuelve con dinero público, ¡claro!- y es la política bancaria de la UE la que ahora rescata más discretamente a los italianos. No lo habríamos conseguido sin las inyecciones monetarias de Draghi y el BCE ni algunas reformas.

A pesar de las alarmas de una nueva recesión, los temores por la falta de credibilidad de los datos chinos o el exceso de endeudamiento y los límites de la política expansiva, Cataluña y España crecen el doble que la media europea.

Europa es antipática porque impone austeridad, no sabe acoger equitativamente a los refugiados ni afronta políticas realistas que rehuyan tanto el buenismo como la xenofobia, tiene pulsiones centrífugas, tiene socios reaccionarios y egoístas. A pesar de todo es el proyecto de la democracia, la libertad y el progreso. No renunciemos a él.

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