Irritantemente pacíficos

Cada decisión del Estado parece destinada a provocar una reacción que le justifique arrasar

Esther Vera
1 min
A Barcelona, la concentració ha estat en un tram de la Diagonal.

Un famoso pintor me explicó hace años que se había ido a trabajar a París por el exceso de luz. El día había sido, como casi siempre, frío y lluvioso, y su estudio lo presidían una sobrasada y una gran fotografía de los ojos de Picasso. ¡Exceso de luz! ¿Cómo podía considerarse la luz excesiva? Me costó entenderlo. Hasta ahora. Cada día valoro más la valentía de los grises, los matices, aquellos que hablan a pesar de todo. Lo pienso cuando veo actuar al estado español y veo la cobardía de sus cortesanos en Cataluña, con sus excesos y su determinación absoluta, sin dudas. Cada decisión del Estado parece destinada a provocar una reacción que le justifique arrasar, imponerse, silenciar. Cada decisión pretende empujar al movimiento soberanista hacia la aceleración y, si pudiera, a la violencia que tantos réditos le daría a ojos del mundo, que mira con perplejidad a un Estado que hace política a porrazos en colegios electorales. La mayor victoria del soberanismo, la única salida, es continuar con el debate político sereno y leal y continuar con la expresión tranquila de la calle. No dar razones a los que quieren borrokizar el movimiento.

El Estado está desconcertado porque siempre ha gestionado las complejidades con represión, pero, en democracia y dentro de la UE, la legitimidad de la coerción es más que limitada. ¿Como lo hará ahora? ¿De verdad cree Rajoy que es viable gobernar Cataluña con una virreina y asfixiar la economía sin dejar en ello la propia piel? ¿Cree que la estrategia del miedo se detendrá en la frontera catalana? ¿A qué precio?

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