Esther Vera

Quijotescos

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Quijotescos

"Se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio [...] vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue lo que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante y irse por todo el mundo [...] deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama". (El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha, Miguel de Cervantes)

En España la política tiene mucho de quijotesco. No sólo cuando visita el hemiciclo Miguel de Cervantes, sino en la permanente falta de sentido de la realidad y en la desmesura. Los partidos tradicionales españoles desprecian el momento político de la mayoría de la sociedad catalana, calificando de quimera el objetivo soberanista, mientras evitan con ahínco hacer una lectura lúcida de su propia situación política, económica e institucional. Hidalguía entre escombros.

Meses después de las elecciones españolas asistimos como observadores a un imposible análisis común de los retos económicos: con una globalización y un mercado interno que expulsa a miles de trabajadores que no volverán al mercado, una deuda del 100% del PIB, un estado del bienestar tensionado y unas pensiones en la cuerda floja. Tampoco se hace el análisis honesto de los retos internos: la mayoría de los catalanes han decidido ir pasando y el vínculo emocional con España, la voluntad de pertenecer, es cada día más débil, incluso para los que voluntariosamente aún lo intentan. Machado decía que en España, de diez cabezas, nueve embisten y una piensa. El ejercicio de pacto de la Transición fue espoleado por el recuerdo candente de la Guerra Civil. La conciencia entonces reciente de la capacidad de destrucción mutua y la apuesta por la amnesia colectiva permitieron poner las bases de la España democrática. Con más voluntad que convicción se perfiló un estado donde la arquitectura autonómica resultaba un mal menor para los grandes partidos nacionalistas españoles.

Cuatro décadas después, y todavía con algunos protagonistas en activo o con capacidad de influencia, es necesario que actualicen la lectura de la situación si quieren dejar de embestir a los molinos de viento con furia.

En este tiempo el PSOE se ha estrellado contra la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut aprobado en referéndum por los catalanes y el PP ha desplegado una activa política de recentralización y deconstrucción del modelo territorial autonómico. Políticas sociales de obligado cumplimiento sin financiación asociada, asfixia económica imponiendo objetivos de déficit injustos e imposibles de alcanzar, artillería judicial contra cualquier iniciativa normativa propia aunque sea para crear impuestos o para cubrir emergencias sociales, incumplimiento sistemático de los pactos y rotura de la confianza política, un sistema de financiación insuficiente, injusto y ni siquiera actualizado siguiendo sus mismas normas.

La inercia de décadas de duopolio en el poder en el Estado y la política activamente unitaria y centralista del PP han derivado en una mayoría independentista en Cataluña.

Hoy, la táctica del avestruz, de ir tirando sin afrontar el diagnóstico, empieza a ser imposible de mantener intacta en Madrid. Se ha hecho insostenible incluso para Rajoy. La reunión con el presidente Puigdemont y la próxima reunión del vicepresidente Oriol Junqueras han significado un cambio en las formas. ¿Pero es algo más? Un presidente enrocado durante cinco años ha elegido los últimos días de su gobierno en funciones para dar el paso más significativo de los últimos años. Es difícil imaginar que Rajoy pueda aprovechar la oportunidad que le dan los 46 puntos que negociará el vicepresidente. Rajoy está más interesado en salir del plasma para hacer campaña electoral hablando de la unidad de España y la igualdad de los españoles que en hacer política seria, a largo plazo, de la que desgasta y necesita líderes y no surfers del poder.

Fuera del duopolio tradicional, aparece la nueva política. ¿Nueva? Tan nueva como la defensa de la España una y la aversión al catalán de Ciudadanos, ampliada recientemente con el ideario económico liberal que ha intentado dar corpus ideológico a Rivera más allá de la fijación contra la lengua. Una política tan nueva como el liderazgo hiperbólico de Pablo Iglesias, que lleva mal el debate interno y todavía peor la crítica periodística, que se irrita visiblemente cuando no se hace de correa de transmisión de su verdad absoluta. Amén. Mientras el estado español controle nuestras bases fiscales, nuestro presupuesto, la liquidez y la capacidad normativa y frene las decisiones para el crecimiento y la expansión, la política de Madrid nos importa. La incapacidad de hacer lecturas lúcidas sobre el bloqueo económico e institucional parece que llevará a los Quijotes a mantener con orgullo de caballero decadente sus principios inamovibles y a nuevas elecciones que permitan mayorías débiles para gestionar sin liderar.

Decía Julio Camba refiriéndose a Italia -léase España-: "La Historia, siempre presente, le da al hombre tanta noción de sus responsabilidades que es como para escaparse a Nueva York, a Sydney o al Quebec. En los países nuevos, una personalidad fuerte puede aspirar a marcar su huella en la vida; pero Italia es como un molde milenario donde el presente se amolda siempre en el pasado y donde la Historia hace imposible la actualidad". Pues eso, que son molinos de viento.

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