Esther Vera

Una cuestión (también) de temperamento

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Una qüestió (també) de temperament

Decían de Franklin Roosevelt que tenía una inteligencia de segunda pero un temperamento de primera. No parece el caso de Mariano Rajoy. El presidente del gobierno español recuerda aquel lord británico al que el mayordomo le va anunciando flegmáticamente la subida progresiva del Támesis mientras lee plácidamente en la biblioteca, esperando imperturbable a que el agua le llegue al cuello.

Esta semana el nivel del agua ha subido de forma ostensible en la Moncloa. El ministro de Industria, José Manuel Soria, ha dimitido del cargo por errores "de explicación" tras conocerse que ha tenido empresas activas en paraísos fiscales. Sólo una concepción de propietario del poder permite la naturalidad con la que Soria se sorprende y reclama que su actuación es legal. Probablemente tiene razón y su actuación es legal, pero las medias verdades construyen una mentira, y el ejercicio político, cuando olvida el punto de vista, los intereses y las dificultades de los gobernados, pierde el derecho de ser escuchado.

También esta semana, el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, admitía haberse reunido con un contribuyente inspeccionado y multado con una cantidad desconocida por la Agencia Tributaria. De nombre, José María Aznar. Ex presidente del gobierno español y en la actualidad presidente de honor del PP, Aznar no habría cumplido escrupulosamente con sus obligaciones fiscales como sería exigible a cualquier contribuyente. Sus derechos y deberes no caducan y parece que el fisco se lo ha tenido que recordar. Poco antes se había detenido al alcalde de Granada, también del PP, por un caso de corrupción urbanística. Un tal José Torres Hurtado que hace unos meses decía públicamente, y en aparente pleno uso de sus facultades, que "las mujeres van más elegantes cuando van desnudas". Tres escándalos en la misma semana.

El inmovilismo de Rajoy, intentando ganar tiempo para repetir elecciones y presentarse como el garante del orden y la unidad de España, no evita la aceleración de la caída de la derecha tradicional española. No ha entendido que los tiempos han cambiado, y no es el único partido al que le cuesta entenderlo, porque el sentido de la realidad es un bien preciado en política pero a veces escaso.

Tras meses de inmovilismo, los populares pretenden ir a nuevas elecciones con un liderazgo agotado y un partido carcomido por la corrupción. No estamos hablando de malas prácticas aisladas inevitables para la condición humana, sino de un magma extendido de confusión entre intereses públicos y privados, tráfico de influencias, amiguismo y política de escaparate. Un estilo propio de los que quieren vivir de la política y no para la política.

Los populares honestos aprietan los puños e intentan resistir porque tienen un partido rígido, con nulo debate interno, que dificulta la sucesión de Rajoy. No se puede esperar una revuelta de barones como la que, desde dentro y con criterios políticos abiertamente expresados en el Parlamento, acabó, por ejemplo, con Margaret Thatcher.

La rigidez de los liderazgos y las ideas, al menos hasta hoy, la comparten los cuatro grandes partidos que llevan meses en el tablero de la negociación de un nuevo gobierno.

Ya en 1919 Max Weber en la conferencia La política como vocación hablaba de la ética de la responsabilidad preguntando ante quién es responsable el servidor público. Si la respuesta es ante los votantes, el político no puede conseguir nada para ellos si valora la conciencia propia más que los intereses de los votantes. En este momento no parece que el proyecto político del PP esté movido por los intereses colectivos, ni siquiera por sus posiciones ideológicas. En el PSOE, Pedro Sánchez intenta con iniciativa industriosa que sobreviva su liderazgo en un equilibrio tan difícil dentro como fuera. Ciudadanos esperan asociados al PSOE a ver si hay asociarse al PP.

En cuanto a Podemos, es Juego de tronos, como se le escapó a Ada Colau en conversación con Joan Serra y que se recoge en el libro Ada, la rebel·lió democràtica. Iglesias tiene estilo de liderazgo férreo y una apuesta por el referéndum que sólo podría imponer con una mayoría propia difícil de imaginar.

En la política española, siempre a corto plazo, no se avanzará hasta que se imponga el principio de realidad, además de la lucha por el poder. Unas nuevas elecciones pueden producir un Parlamento similar o incluso una mayoría del PP con Ciudadanos que permitiría gobernar. Pero no solucionaría el tema fundamental de la estructura caduca de España. ¿Con qué harían oposición unos y otros?

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