LA OBSERVADORA

Un aroma conocido

El entierro de Franco y el destino del Valle de los Caídos no es una cuestión menor

Esther Vera
3 min
Una aroma coneguda

Un viejo, rancio y conocido aroma de ultraderecha se va filtrando en el debate político. Podríamos pensar que se trata de un movimiento pendular reaccionario similar al que afecta a buena parte de Europa y a los Estados Unidos, pero la historia de España nos obliga a preguntarnos qué hay de nuevo en los movimientos de extrema derecha y qué hay de herencia de una dictadura que murió hace cuarenta años, después de una guerra civil que el día 1 de abril hizo 80 años que terminó.

Nuestros padres y abuelos vivieron una guerra y una dictadura que condicionaron el régimen democrático que vivimos y que se fundamentó en la amnesia colectiva. El sistema democrático se construyó con el cemento del pacto, condicionado -quizás en positivo- por el miedo y el recuerdo reciente de la barbarie vivida. No se avanzó desde la reparación de las víctimas y el perdón colectivo sino con un conjunto de tabúes aceptados en silencio por la mayoría. No hay balance de muertos, no hay una historia de la represión franquista aceptada por todos, hay miles de desaparecidos y fosas comunes en los márgenes de las carreteras. No hay historia completa, ni memoria de los campos de concentración. Y tantas y tantas familias continúan en silencio o desconociendo el sufrimiento, el hambre, la represión y la humillación de las víctimas. Y ignorando las responsabilidades que hubo en la Guerra Civil. La capa de silencio es todavía densa y la amnesia pactada ha impedido limpiar los símbolos que aún quedan y no permiten pasar página. Habría que limpiarlo todo con lejía. El entierro de Franco y el destino del Valle de los Caídos no es una cuestión menor.

"La Reconquista empieza en tierras andaluzas y se extenderá en el resto de España", decía un mensaje de Vox el 2 de diciembre de 2018 después de unos extraordinarios resultados electorales que han permitido condicionar el gobierno andaluz. El tuit no nos remite ya al franquismo sino a la Reconquista, y con toda seguridad algunos de los tics de la ultraderecha que añora la España imperial vienen de lejos y tienen una raíz profunda no sólo en la historia política sino en la historia económica de los últimos siglos.

La española es una democracia construida sobre un sustrato de intolerancia secular y una herencia franquista donde arraiga la cizaña de la ultraderecha actual. Los vientos europeos y norteamericanos hinchan la vela de un barco con una tripulación que estaba sin capitán más allá del PP de José María Aznar, el referente ideológico de la derecha española que va de Casado a Vox y flirtea con Rivera. Hoy la ultraderecha se mueve con gran comodidad en un panorama de desconcierto por el ritmo de los cambios, la desigualdad económica y la manipulación mediática en el mundo y en España. Y así consigue ocupar parte del discurso público con provocaciones que hacen las delicias de alguna prensa y una hábil campaña en las redes sociales segmentada por nichos de votantes por edad e intereses.

Si bien es cierto que no podemos hablar de franquismo estructural, que debemos tener en cuenta que más de la mitad de los españoles han nacido después de 1975 y que no se puede poner en duda que España es una democracia, sí podemos hablar, en cambio, de tics y bajos estándares tanto institucionales como de calidad del debate público que condicionan el progreso y parecen condenarnos a vivir en un bucle histórico.

Los ciudadanos españoles escuchan de manera cada vez más desacomplejada consignas que conectan con los valores del franquismo mientras el centro político se escora cada vez más a la derecha. La gravedad de la situación es que vivimos en tiempos de antipolítica, de desprestigio de los intelectuales, de violación de la libertad de expresión, de reacción permanente contra la diversidad y defensa de los valores más tradicionales y de la uniformidad, ya sea ideológica, lingüística o de origen. Asistimos a la defensa de la homogeneidad de la "una grande y libre", que nunca hará libre a sus ciudadanos, y el pulso entre esta España oscura y las tímidas fuerzas del cambio llegará al desenlace en las elecciones generales del 28 de abril.

España es una democracia, pero la incapacidad de las instituciones para gestionar la cuestión catalana -que reduce la respuesta del Estado a la imposición de la fuerza-, la infiltración de los partidos en la justicia, la prensa cipotuda o de estado (como la han definido Íñigo F. Lomana y Francesc Serés), los organismos electorales y judiciales capaces de violentar la libertad de expresión y de prensa y el avance de una extrema derecha que va extendiendo sus tentáculos en la agenda pública, no permiten hablar de buena salud democrática. La realidad tampoco permite asumir que el franquismo desapareció sin dejar rastro sino que algunos de sus males siguen siendo un reto que habrá que superar.

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