Francesc Mateu

¿Desigualdad? Sí, por supuesto

3 min
Desigualtat? Sí, i tant

Joe Biden, vicepresidente de Estados Unidos, lo tenía claro y, después de aterrizar en Davos, recordaba, en su primer discurso en el Foro Económico Mundial, que 62 personas en el mundo tienen tanta riqueza como 3.600 millones, y que gran parte de este problema son los inmensos recursos que se fugan a paraísos fiscales. El informe que Oxfam Intermón publicó la semana pasada llenó las redes, las columnas y las tertulias, que destacaban el dato de que el 1% son 62 personas.

Este mismo diario -para el que afortunadamente la desigualdad y la pobreza son una prioridad informativa- dedicaba la portada y dos páginas a nuestro informe. Y no era el único. Los datos que hemos presentado son tan crudos que han llamado la atención de muchos periodistas de todo el mundo.

En la presentación de Barcelona Antón Costas, presidente del Círculo de Economía, hablaba de la importancia de medir lo que queremos cambiar. Y eso es exactamente lo que hace Oxfam desde hace años. La desigualdad ha sido como la carcoma que va minando el sistema por dentro sin que nos hayamos dado cuenta; no hemos querido reconocer en los diminutos agujeritos en la madera ni en el serrín del suelo un síntoma de algún problema. Y ahora los agujeros cada vez son más grandes, y el serrín se acumula a nuestro alrededor, si lo queremos ver.

Los datos no han gustado a todo el mundo. A los poderes económicos no suelen gustarle este tipo de estudios que señalan los efectos de sus políticas. Cada año, desde la heterodoxia económica, como no se puede cuestionar la desigualdad, nos cuestionan los detalles técnicos de la investigación.

Así, por ejemplo, se ponen en duda las fuentes principales: Forbes y Credit Suisse, poco sospechosas ambas ser cercanas al mundo de las ONG. El trabajo de estas dos instituciones es complejo, difícil y discutible, si queremos. Pero son las dos mejores fuentes que tenemos, y hay mucho trabajo previo y mucho control, sobre todo para no dañar su reputación.

El Financial Times, por su parte, critica cómo se contabiliza la deuda y utiliza un ejemplo que lleva al extremo: asegura que, según la metodología utilizada, la deuda personal de un estudiante de Harvard podría ubicarlo en el grupo de los más pobres del mundo. A pesar de no estar de acuerdo con la queja, en Oxfam hemos vuelto a hacer los cálculos introduciendo las correcciones propuestas, y el resultado no deja de ser demoledor: en el informe original 62 personas tienen tanta riqueza como el 50,1% de la población del mundo, y con la corrección se pasa del 50,1% al 49,8%. Sinceramente, creemos que esta diferencia no desautoriza el informe, pero eso que lo juzgue cada uno.

La última crítica que se nos hace tiene que ver con Credit Suisse y con el hecho de que no refleje el patrimonio de los más pobres. Credit Suisse sólo tiene en cuenta riqueza financiera y patrimonio inmobiliario. No contabiliza, por ejemplo, las cabras o las vacas que puede tener una familia de Burkina Faso y que son realmente su patrimonio, lo que les permite afrontar momentos de crisis y de sequía para sobrevivir. Como la libreta de ahorros. A pesar de ser cierto, considerar que unas cabras o una vaca no contabilizadas en el reparto mundial de la riqueza desautorizan el informe es querer desenfocar deliberadamente el problema con argumentos poco sólidos.

Desgraciadamente, el informe es riguroso, y los resultados son ciertos y aterradores. Hay horas y horas de trabajo de investigadores de todo el mundo detrás de un informe de Oxfam. Y hasta el aval de un premio Nobel de Economía como Joseph Stiglitz. Usamos la misma metodología cada año, e informamos de la progresión de los datos. Y, con esta metodología, en 2008 hacían falta 388 personas para concentrar la misma riqueza que la mitad más pobre de toda la población mundial, en 2015 eran 80 y este año son 62. La concentración creciente es evidente.

Aunque aceptamos la legitimidad de cualquier crítica, resulta curioso que alguien decida concentrarse en los defectos de forma en vez de preocuparse y reaccionar ante la grave situación que se denuncia, o dedicar el espacio y el tiempo a explicar las soluciones que se plantean. Hay que hablar de medidas y políticas económicas alternativas. En casa, en la calle, en la Moncloa, en la plaza Sant Jaume, en Davos y en todas partes: hay que reaccionar.

La desigualdad es un cáncer social que está minando los pilares de nuestra sociedad, que vacía de sentido muchas estructuras de las que nos hemos dotado y que amenaza seriamente nuestro futuro. Insistiremos cada año coincidiendo con la cita mundial de Davos, con la confianza de que, tarde o temprano, reaccionaremos.

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