Europa ante el laboratorio italiano

Muy probablemente será la relación con la UE lo que decidirá el destino del nuevo gobierno italiano

Ida Dominijanni
4 min

Periodista i filósofaLa sombra de Soumaila Sacko, el obrero maliense de la zona calabresa de San Ferdinando asesinado de un disparo en la calle hace unos días bajo sospecha de haber robado una placa de latón, y la de los barcos de migrantes que deambulan por el Mediterráneo sin poder atracar en puertos cerrados por el ministro del Interior, se ciernen sobre el nuevo gobierno italiano mostrando los defectos de su populismo y su representación del pueblo. "Si el populismo es la actitud de la clase dominante de escuchar las necesidades de las personas, si 'antisistema' significa introducir un nuevo sistema que elimina viejos privilegios, sí, las fuerzas que componen este gobierno merecen estas definiciones", dijo en su debut en el Parlamento Giuseppe Conte, presidente del Consejo, para reivindicar la naturaleza de la asociación entre la Liga y el Movimiento 5 Estrellas. Es bien sabido que Italia siempre ha sido un laboratorio político de vanguardia capaz de inventar, para bien y para mal, fórmulas políticas inéditas destinadas a contagiar a otras democracias occidentales. ¿Será así también esta vez? Si el populismo es escuchar a las personas, ¿cómo está hecho el pueblo italiano al que este gobierno quiere representar? ¿La última alquimia del laboratorio italiano romperá el precario equilibrio de la UE o se disolverá en el impacto con las férreas reglas de Bruselas?

Hijo legítimo del terremoto electoral del 4 de marzo, el "contrato de gobierno" firmado por la Liga y el M5S surge de la paradójica pretensión de unir, bajo la bandera de la revitalización de la soberanía nacional, un "pueblo" marcado precisamente por la tara más antigua y estructural de la nación italiana: la brecha entre el norte y el sur del país. La distancia entre el electorado septentrional de la Liga y el electorado meridional de los 5 Estrellas se refleja en la contradicción flagrante de un programa de gobierno que promete vez un impuesto no progresivo a los empresarios del norte y la renta garantizada a los olvidados del sur, dos medidas de política económica incompatibles entre sí y con las normas comunitarias. Pero esta distancia económica y social encuentra su recomposición política en otras consignas del programa: barreras contra los migrantes, desmantelamiento de los campamentos de gitanos, luz verde a la legítima defensa armada contra los ladrones, uso de espías contra los corruptos, más cárcel y menos penas alternativas a la cárcel, defensa cerrada de la familia tradicional ( "Las familias gays no existen", palabra del nuevo ministro competente). Una admirable síntesis de la ideología de derecha de la Liga, mal compensada por la tendencia "ni de derechas ni de izquierdas" de los 5 Estrellas sobre la recuperación de los derechos sociales mortificados por treinta años de políticas neoliberales bipartidistas.

Lo que "el contrato de gobierno" transpira es, pues, una visión del "pueblo" basada en la relación entre desposeídos y especuladores, víctimas y culpables, autóctonos propietarios (de riqueza y de derechos) y extranjeros expropiadores, y entre miedo y seguridad, resentimiento y compensación, como si el vínculo social no conociera ningún otro registro sentimental que éste. Para entender cómo ha calado tanto este imaginario simplificador y oscuro en un país que incluso ha conocido otras épocas de felicidad pública, hay que dar unos pasos atrás. Al gobierno populista de Salvini y Di Maio no se llega por casualidad: de hecho, corona un largo treintenio que ha visto sucederse en la escena italiana el populismo étnico y relativo a la seguridad de la Liga, el populismo telecrático y 'sensorial' de Berlusconi, el populismo digital del Movimiento 5 Estrellas, el populismo de gobierno de Matteo Renzi. Experimentos diferentes entre ellos pero unidos por la apelación dirigida a las virtudes de un "pueblo" imaginario contra los vicios de las élites, por la denigración de las instituciones representativas y de los sindicatos, por el empañamiento de la distinción entre derecha e izquierda, por la oscilación entre ilegalidad y justicialismo, por retóricas demagógicas y privadas de verificación en las políticas reales. Lo que diferencia el primer ciclo populista, que nace a principios de los años 90 (el de la Liga Norte y Berlusconi), del segundo, que nace después del 2011 (el del M5S y de la Liga transformada en fuerza nacional y nacionalista de Salvini), son la crisis económica, la política de austeridad impuesta por la Unión Europea para afrontarla y el marco geopolítico. El establishment de Bruselas se convierte en el enemigo del pueblo, y Trump, Putin, el bloque de Visegrad, los partidos de Farage y de Marine Le Pen se convierten en los aliados virtuales. Todo ello mientras el centroizquierda italiano, heredero inmerecido de lo que hasta la década de los 80 fue la izquierda más fuerte de Occidente, se reducía año tras año a un mero ejecutor "moderado" de las políticas neoliberales.

Así, muy probablemente será la relación con la Unión Europea lo que decidirá el destino del nuevo gobierno italiano, que de hecho ya está jugando en este tablero la partida más arriesgada: declarar la guerra a Bruselas sobre los migrantes y tratar de acreditarse en el G-7 como aliado privilegiado de Trump y como "puente" con la Rusia de Putin. Un riesgo totalmente político, porque los populistas italianos saben perfectamente que en términos económicos la UE y el BCE los tienen a raya gestionando la prima de riesgo según la adaptación del nuevo gobierno a la disciplina de la deuda.

El resultado de la partida dependerá mucho de la respuesta política de Europa, en gran parte responsable, con su obtusa rigidez neoliberal, del éxito de los populismos en Italia y en otros lugares. Si esta rigidez persiste, el laboratorio italiano se convertirá en el laboratorio de la derrota europea. Si Europa por fin entiende que el neoliberalismo no es su destino, sino una orientación política y económica que puede y debe ser abandonada, el populismo del nuevo gobierno italiano mostrará pronto, como los anteriores, sus contradicciones y sus falsas promesas. Pero para que Europa dé un giro tiene que haber una izquierda europea que sea capaz de hacerla girar, y por ahora la izquierda italiana no parece que pueda contribuir a este deber histórico.

Los fantasmas de Soumaila Sacko y los migrantes que deambulan y mueren en el Mediterráneo nos recuerdan que el pueblo está rasgado por contradicciones de clase y de raza que el populismo no ve; que en el mundo globalizado todos somos interdependientes y vulnerables, y que la soberanía nacional es solo un engañoso mito de retorno para los que tienen miedo del presente y del futuro.

Traducción: Alba Solé Borrull

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