Todas somos familias monomarentales

Nuestra política familiar deja especialmente desprotegidas a las familias monoparentales

Inés Campillo
4 min

SociólogaA pesar de la imagen que seguimos teniendo de nosotros mismos, si juzgamos por lo que nos revelan las estadísticas, hace tiempo que España dejó atrás los valores y las pautas familiares tradicionales. La mayoría de hogares ya no están formados por una pareja con hijos/as: sólo un tercio tiene esa composición y huelga decir que ello no significa que la pareja esté necesariamente casada. De hecho, el 46% de las mujeres que tuvieron hijos/as en 2016 no estaban casadas. Y quien se casa, también se divorcia con más frecuencia. Aunque desde 2006 se ha reducido el número de divorcios, como consecuencia en gran medida de la crisis económica, nuestra tasa de divorcio es de 2,2 cada mil habitantes, ligeramente superior a la media europea. Si a estos indicadores de transformación familiar le añadimos el descenso de la natalidad, el aumento de la esperanza de vida y, con ellos, el envejecimiento de la población, no debería sorprendernos que los hogares que más están creciendo en los últimos años sean los unipersonales, que ya conforman el 25%, y los monoparentales, que componen casi un 11% del total y un 24% de aquellos con hijos/as.

Llamamos hogares monoparentales a los formados por una familia constituida por un solo progenitor y uno o varios hijos/as. En España existen casi dos millones de familias monoparentales. Más allá de estar abrumadoramente encabezadas por mujeres (el 81% en España), este tipo de familias no es homogéneo: hay quienes son madres solteras por elección, y hay quienes llegaron a la monoparentalidad de forma sobrevenida, por separación, divorcio o viudez. Lo que sí parece común a todas ellas es su mayor vulnerabilidad y riesgo de pobreza. Según el último informe sobre Monomarentalidad y Empleo de la Fundación Adecco, el 51% de las mujeres al frente de una familia de este tipo está desempleada o trabaja en la economía sumergida. De las primeras, el 70% lleva más de un año sin trabajo y sólo un tercio de las inscritas como demandantes de empleo percibe alguna prestación. No es de extrañar que, como recoge Save the Children, la pobreza relativa de este tipo de hogares (42,2%) sea mucho mayor que la del total de hogares con hijos (27,7%), o que 1 de cada 4 familias monoparentales viva en situación de pobreza severa.

Durante mucho tiempo se ha despreciado y estigmatizado a estas familias. Hoy, afortunadamente, hay un debate incipiente en la agenda política y mediática sobre esta cuestión: Cataluña y la Comunidad Valenciana ya reconocen y protegen a este tipo de familias, Andalucía y Aragón están en vías de aprobar legislaciones para equiparar las familias monoparentales a las familias numerosas, y la Asamblea de Madrid ha aprobado recientemente considerar una proposición de ley al respecto presentada por Podemos. A escala estatal, el PSOE ha tramitado en el Congreso una proposición no de ley para reconocer a estas familias, mientras que la Federación de Asociaciones de Madres Solteras y la Red Estatal de Entidades de Familias Monoparentales están haciendo presión para conseguir una ley integral estatal que equipare los derechos reconocidos ya en distintas comunidades autónomas.

Las representantes de las asociaciones mencionadas se quejan de que las familias monoparentales no gozan de ningún tipo de apoyo o reconocimiento, que no hay políticas familiares específicas. Pero lo cierto es que en España el apoyo a las familias –tanto a las ‘tradicionales’ como a las ‘nuevas’– es irrisorio. Apenas existe política familiar general y la específica se restringe a las familias numerosas. La falta de inversión en este área coloca a las familias españolas en una posición en la que su bienestar depende completamente de su situación laboral, su patrimonio y capacidad de ahorro previos, y sus redes familiares y sociales. En un país con un mercado de trabajo precarizado, con altas tasas de desempleo y salarios bajos, este desprecio no sólo tiene consecuencias de clase social y de etnia claras, sino que castiga doblemente a las familias monoparentales: si para mantener y cuidar a una familia se necesita tiempo y renta, parece claro que una sola persona lo tiene mucho más difícil para poder ganar un sueldo digno y, a la vez, llegar a tiempo a recoger a sus criaturas del colegio, poner lavadoras, hacer la compra, preparar comidas y cenas, etc. Y si esa persona es una mujer, como mayoritariamente lo es, la probabilidad de tener un empleo digno se reduce y el puzzle se complica aún más.

El páramo que es nuestra política familiar deja especialmente desprotegidas a las familias monoparentales. Necesitamos políticas familiares inclusivas, que tengan en cuenta la diversidad de formas de convivencia. Las categorías familiares ya no son inamovibles, sino fluidas. Las familias monoparentales no son las otras, como en una película americana de los años 50. La diversidad e inestabilidad de las formas familiares hoy lleva consigo que todas las madres en pareja seamos potencialmente familias monomarentales. Por eso, como decía la socióloga Barbara Hobson, el trato que la política social dé a esas familias nos sirve como barómetro de la fortaleza (o debilidad) de los derechos sociales de las mujeres con familia. En el caso de España el barómetro arroja resultados indecentes. Es hora de cambiarlo.

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