Dejar fuera los problemas que no tienen solución

La astucia y el choque de trenes como alternativas han demostrado su esterilidad

Javier Pérez Royo
3 min

Nada ilustra mejor la degradación a la que se ha llegado en las relaciones entre Catalunya y el Estado que la repetición extenuante del juego del ratón y el gato entre las instituciones catalanas y estatales al que estamos asistiendo estos días. El tira y afloja entre el Tribunal Constitucional y la Mesa del Parlament o entre el Presidente del Gobierno y el President de la Generalitat cuando nos encontramos en medio de una crisis constitucional, esto es, política e institucional y no solo de orden público, de primer orden, resulta difícil de entender.

Creo recordar que fue el President Artur Mas el primero que sacó a relucir el término astucia para definir la forma en que tenían que proceder las autoridades catalanas ante un Estado intransigente y con un poderoso aparato represivo. No podemos ir al choque frontal, sino que tenemos que jugar con habilidad las bazas que tenemos, exhibiéndonos u ocultándonos, según las circunstancias. Dicha política de la astucia tuvo diversas formas de manifestación desde las elecciones celebradas en 2012 hasta el referéndum del 9-N de 2014. El Govern y el Parlament intentaron que pudiera abrirse camino la convocatoria de una consulta mediante la aprobación de diferentes disposiciones, sin conseguir que ninguna de ellas pasara el filtro del Tribunal Constitucional.

A partir de la celebración del primer referéndum, el enfrentamiento entre las instituciones catalanas y estatales fue más directo, enfrentamiento que culminaría con la aprobación de las leyes de referéndum y de transitoriedad jurídica los días 6 y 7 de septiembre y con la celebración del referéndum del 1-0 de 2017. Después vendría el 155 y las querellas por rebelión, que acaban de ser resueltas por el Tribunal Supremo en sentencia sobradamente conocida.

La astucia y el choque de trenes como alternativas han demostrado su esterilidad. Han generado mucho dolor, pero no han conseguido en positivo absolutamente nada. Y nada permite pensar que por esas vías se pueda avanzar en el presente y en el futuro inmediato. Por eso no se entiende la renovación del juego del ratón y el gato de estos últimos días. Las decisiones de la Mesa del Parlament en respuesta a las “advertencias” del Tribunal Constitucional o las idas y venidas de cartas e infructuosas llamadas telefónicas entre el President de la Generalitat y el Presidente del Gobierno, resultan incomprensibles. Nadie puede llamarse a engaño y pensar que de esta manera se está haciendo política.

Porque,como decía Michael Ignatieff en La Vanguardia el pasado día 22, “la política no solo consiste en solucionar problemas, sino también en no tocar los que no tienen solución”. Y esto es lo que tendrían que entender las autoridades catalanas y españolas. Es la perspectiva que debería estar presente en esta campaña electoral. La independencia a través de un referéndum de autodeterminación no es una opción para Catalunya en el tiempo en que es posible hacer predicciones. Convertir al Código Penal en la Constitución para Catalunya tampoco es una opción para el Estado. O mejor dicho, es una opción para hoy, pero una catástrofe para mañana. Insistir en lo uno o lo otro es lo contrario de hacer política. Es, sin embargo, a lo que conduce el juego al que estamos asistiendo estos días.

Me temo que hasta el 10 de noviembre va a resultar muy difícil que las autoridades catalanas y estatales se comporten de manera diferente a como lo vienen haciendo estos últimos días. Una campaña electoral es un momento constitutivamente centrífugo. Cada partido político se dirige a su parroquia y acentúa aquello que lo diferencia de los demás. El problema es que, cuando se celebran en un sistema político muy degradado y sometido a un fuerte estrés, ese momento centrífugo puede adquirir tintes dramáticos.

La temeridad de haber convocado las elecciones en este momento cada vez resulta más evidente, pero esto ya no tiene solución. Comprendo que es muy difícil, pero habría que hacer el máximo esfuerzo posible hasta el 10 de noviembre por dejar fuera del debate aquellos problemas que no tienen solución.

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