La subasta eléctrica y el nacionalismo catalán

Con el método de la subasta la CUP pudo la renuncia de Artur Mas a la investidura como President

Javier Pérez Royo
3 min

Catedrático de derecho constitucional de la Universidad de SevillaCreo que casi todo el mundo sabe que la subasta eléctrica, que es el procedimiento a través del cual se fija el precio de la energía en nuestro país, tiene una característica clave que consiste en que todas las centrales que entran en la subasta cobrarán el precio de la más cara de ese día. La posición más extrema se convierte en la norma.

Tengo la impresión, por no decir la convicción, de que algo parecido a lo que ocurre en la fijación del precio de la energía, está ocurriendo también en el debate en el interior del nacionalismo catalán. Todos los partidos participan en una suerte de subasta en la que acaban comprando, por un lado, y vendiendo, por otro, la posición más extrema.

Lo que ocurre en la subasta eléctrica todos los días, ocurre en el nacionalismo catalán, no todos los días, pero sí en todos aquellos momentos en los que el nacionalismo se encuentra en una encrucijada decisiva. Así viene siendo sistemáticamente desde septiembre de 2012, en que, tras la “diada” de ese año, el presidente Artur Mas disolvió el Parlament y convocó las primeras elecciones “materialmente plebiscitarias”, aunque no se calificaran con esos términos. Desde entonces los partidos del referéndum del “derecho a decidir” o de autodeterminación han participado en una subasta nacionalista o independentista, en la que la posición más extrema siempre acababa imponiéndose.

En el terreno de la energía el método de la subasta para la fijación del precio tiene una lógica. Una lógica perversa, pero no irracional. Quienes defienden esa lógica saben muy bien lo que hacen. En última instancia el método para la fijación del precio de la energía es tal vez el mejor reflejo del modo de producción que descansa en el capital como su principio de constitución económica. Por eso, entre otras cosas, no se ha conseguido todavía sustituir dicho método por otro. No ha habido poder político democráticamente constituido que haya sido capaz de conseguirlo.

En el terreno político, por el contrario, la lógica no es solamente perversa, sino que es, además, irracional. Desde la perspectiva nacionalista se trata de una lógica que carece de toda lógica. Únicamente conduce a la fragmentación del propio nacionalismo y a la imposibilidad de diseñar una estrategia común “realmente compartida”. Y de convertir en “enemigos” a todos los que no son nacionalistas.

Con el método de la subasta la CUP pudo imponer tras las elecciones posteriores al referéndum o consulta participativa del 9-N de 2014, la renuncia de Artur Mas a la investidura como President, facilitándose con ello su condena posterior por el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya. Quien condenó a Artur Mas formalmente fue dicho Tribunal. Quien lo condenó materialmente fue la CUP al negarle la investidura. Una vez perdida la condición de President, la suerte judicial de Artur Mas estaba echada. Y sin coste alguno para el Gobierno presidido por Mariano Rajoy.

Con el método de la subasta y las “155 monedas de plata” se acabó impidiendo que Carles Puigdemont disolviera el Parlamento y convocara elecciones, abriendo el camino a la aplicación del artículo 155 CE y a todo lo que ha venido después como consecuencia de ello.

Con el método de la subasta se ha librado en esta misma semana la “guerra de la delegación del voto”, que, ahora sí, ha conducido a la ruptura de la unidad dentro del bloque nacionalista.

El nacionalismo catalán tiene que reflexionar y que rectificar. Por puro egoísmo. La lógica de la subasta no permite hacer política en las instituciones y conduce permanentemente a hacer política en la calle. A estas alturas de la historia, ya se sabe lo que eso significa.

Hay una base social de dos millones largos de ciudadanos y ciudadanas catalanes, que se mantienen en su posición nacionalista contra viento y marea. Hay un porcentaje de ciudadanos y ciudadanas no fácil de calcular en este momento, pero no insignificante, que no se identifica con el nacionalismo, pero que se identifica todavía menos con las posiciones represoras del PP y de Ciudadanos. Hay margen para hacer política. En las instituciones y también en la calle, porque, tal como está el patio, ni se va a poder ni se debe prescindir de la movilización ciudadana. Movilización ciudadana en la que sería importante que pudieran participar también los no nacionalistas. Y siempre sin perder de vista que la dimensión institucional es insoslayable y que dicha dimensión es incompatible con la lógica de la subasta.

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