La (no) democracia interna del PP

Ningún partido puede sobrevivir si no se ensaya la competición democrática en su interior

Javier Pérez Royo
3 min

Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de SevillaLa competición en el interior de un partido político es decisiva para poder competir no ya con éxito, sino con posibilidades de éxito en la competición entre partidos. En la competición política, como en cualquier competición en general, se vale lo que se entrena. Si además se tiene suerte, mejor. Pero en la suerte no se puede confiar, aunque hay que buscarla. Porque si un equipo no entrena bien, la suerte no tiene ni posibilidad de hacerse presente. Puede aparecer la primitiva, que creo que es una posibilidad entre catorce millones.

El entrenamiento tiene que ser el adecuado para cada tipo de competición. Es igual de exigente en cualquiera, pero en cada uno lo es a su manera. En las sociedades democráticamente constituidas el componente democrático no puede estar ausente de la competición en el interior del partido. La democracia hay que entrenarla en el interior del partido para poder competir con posibilidades de éxito con los demás en el exterior.

Ciertamente, en ningún país, ni siquiera en el mejor constituido democráticamente, deja de haber una distancia, que puede ser considerable, entre las reglas que presiden la competición intrapartidaria de las que rigen en la competición interpartidaria. Por la razón fundamental de que el número de afiliados y simpatizantes con los que hay que contar en la primera es muchísimo menor que el número de ciudadanos que integran el cuerpo electoral en la segunda. La cantidad se convierte en calidad. El principio de igualdad opera de manera completamente distinta cuando lo hace entre millones de individuos que cuando lo hace entre miles o decenas de miles o, en el mejor de los casos, algunos pocos centenares de miles. Entre la democracia en el interior de los partidos y la democracia en el Estado siempre hay diferencia. A favor de este último, obviamente.

Pero una cosa es que haya diferencia y otra distinta es que no haya conexión de ningún tipo. Ningún partido puede sobrevivir en democracia, si no se ensaya la competición democrática en su interior. El entrenamiento no tiene por qué ser idéntico en todos, pero tiene que ser reconocible como democrático. Los afiliados tienen que participar en la definición de la estrategia del partido y en la selección de los líderes. Y tienen que hacerlo en los diferentes niveles en que el partido tiene que articularse en correspondencia con los niveles de la fórmula de gobierno democrática del país.

Cuando esto no ocurre, el partido se encamina inexorablemente a una crisis, que puede hacerlo incluso desaparecer. Durante algún tiempo puede parecer que no es así y que un partido puede competir con éxito sin necesidad de ensayar la democracia en el interior. El PP es, en Europa, el mejor ejemplo. Ha competido con éxito con una organización interna sumamente autoritaria. Y ha sido capaz de hacerlo con una transmisión del liderazgo de Manuel Fraga a José María Aznar primero y de José María Aznar a Mariano Rajoy después, no ya sin la intervención, sino sin la consulta siquiera a los afiliados.

La tercera transmisión ya no ha sido posible. El modelo se ha agotado, porque está en contradicción insubsanable con el sistema político en el que tiene que operar y del que, le guste o no, es tributario. Y el problema es que en ese momento no sabe qué es lo que tiene que hacer. No sabe cómo se dirige un partido democráticamente y, como consecuencia de ello, se cae en el desconcierto y en la perplejidad más absoluta.

Eso exactamente, es lo que le está ocurriendo al PP. No sabe cómo se organiza un Congreso democráticamente, porque no lo ha hecho en su vida. La única vez que organizó un Congreso en el que los militantes podían elegir al Presidente, eligieron a Hernández Mancha y esa elección los vacunó contra cualquier ensayo posterior en esa dirección. Ahora van a tener que aprenderlo a la fuerza y el espectáculo va a ser digno de verse. Lo está siendo ya. Por acción y por omisión.

La democracia hay que creérsela y hay que ensayarla para poder practicarla. El PP, hasta el momento, ni se la ha creído ni la ha ensayado. Ha vivido la ensoñación de que así podía continuar indefinidamente, pero las ensoñaciones son lo que son.

En la competición democrática se vale lo que se entrena y cómo se entrena.

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