Dejemos de jugar con el miedo y la irritación

Me pregunto si es posible que unos y otros puedan renunciar a sus objetivos maximalistas

Joan Majó
4 min

Estamos viviendo una situación política provocada por el conflicto no resuelto entre el gobierno y el Parlamento catalanes por un lado y el gobierno y otros poderes del estado español por el otro. No es una situación nueva pero parece que se agrava y coge un camino muy similar al de hace dos años, con elementos emocionales que aún la hacen más peligrosa. Por mucho que tenga una gran sensación de cansancio, la preocupación me obliga a expresar mi opinión personal al respecto. Creo que es obligatorio, por honestidad y para evitar interpretaciones malintencionadas, recordar primero desde qué punto de vista me expreso.

1. Cataluña y España. Tengo claro que Cataluña es mi nación, una nación con fuertes identidades. También sé que tiene una reciente historia de acogida de personas venidas de todas partes, que se han ido integrando de forma no problemática y que, conservando rasgos de sus identidades de origen, representan una parte importante de nuestra población actual. Cataluña ha sido capaz de gestionar muy bien la diversidad, algo que España no quiere, no puede, o le cuesta mucho hacer. Me resulta difícil de entender esta dificultad, pero no me provoca ningún sentimiento de rechazo, y aún menos de desprecio, respecto al resto de ciudadanos españoles.

Sin tener que renunciar a nada de mi catalanidad, he aceptado formar parte del Estado desde un punto de vista político, e incluso desempeñé en él responsabilidades institucionales. Ahora aspiro a formar parte de una nueva unidad política de dimensión europea.

No milito en el independentismo porque creo que, si no queremos caer en una fuerte decadencia y marginalidad, los actuales estados europeos tenemos que ir perdiendo soberanía política y, sin renunciar a nuestras identidades, integrarnos en un conjunto supraestatal. Por tanto, no veo claro que sea la hora de luchar por la creación de un nuevo estado. Acepto la existencia del independentismo, y no me enfrentaré a él porque entiendo muchas de sus reivindicaciones, pero no creo que sea la mejor vía para cambiar nuestra situación actual y conseguir un futuro mejor para los catalanes.

Además, hay otra razón de carácter táctico. En todo posible enfrentamiento directo, el Estado tiene muchas más armas que nosotros para ganar, y nos equivocamos pensando que encontraremos en Europa grandes aliados. Una salida de Cataluña no pactada haría más difícil el futuro económico español, y supondría un problema para la UE, que bastante preocupada está ya por otras amenazas como el Brexit. Creo, por tanto, que buscar ahora el enfrentamiento es un error, ya que podemos acabar peor de lo que estamos.

2. Emoción, miedo, irritación. Veo que en estos momentos, aunque hablen continuamente de diálogo, tanto los unos como los otros están decididos a actuar buscando excitar el miedo y la irritación, dos elementos emocionales que son muy peligrosos. Está claro que unos y otros tienen razones y excusas para hacerlo. Creo que el gobierno catalán tiene más razones para irritarse que el Estado, pero eso no le justifica ni le deja libre de culpa...

Creo que el Estado intenta ganar la partida a base de atemorizar al movimiento independentista catalán. Puede que en parte lo esté consiguiendo, pero al mismo tiempo sus actuaciones aumentan la indignación de muchos ciudadanos no independentistas que, sin modificar su pensamiento, no estamos dispuestos a aceptar estas provocaciones. Pero veo que las instituciones catalanas, aparte de protestar con razón, están respondiendo con actuaciones que dan más razones a las autoridades españolas para intensificar esta política de provocación. Todo ello es un juego de provocación, de miedo y de indignación que se ha realimentando y que ya ha llevado a una clara violencia institucional por el lado español, y que empieza a ocasionar brotes esporádicos de violencia cívica por el otro.

No estamos en una espiral de violencia, pero creo que vivimos una espiral de provocación y de irritación. Esta espiral emocional y, por tanto, más difícil de controlar, está poniendo en duda tanto la calidad democrática del Estado como la voluntad pacifista del movimiento catalán. Y, por supuesto, hace que se consideren engañosas las llamadas al diálogo de una parte y de la otra. Me atrevo a pensar que tanto unos como otros creen que un aumento de la crispación puede favorecer sus intereses y facilitar sus objetivos. Si esto fuera así, mi preocupación por el desarrollo de la situación y por su resultado final está más que justificada. Si una de las partes gana, objetivamente todos saldremos perdiendo.

3. El diálogo político. Hay suficientes razones para ver que hay que buscar una solución política que dé respuesta a los deseos catalanes, sin necesidad de romper la estructura del Estado, pero sí modificándola. Queda claro que a través de vías represivas, judiciales y de enfrentamiento con varios grados de violencia, no se conseguirá este objetivo. Sin una actitud de negociación que evite vencedores y vencidos no se resolverá el problema. Pero me pregunto si es posible que unos y otros puedan renunciar a sus objetivos maximalistas (unidad e independencia) y si algunos de los políticos que han protagonizado los últimos dos años pueden aceptar una reconsideración así. Si la respuesta fuera que no, tendremos que pensar qué hacemos...

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