La Constitución mutante

El espectro de la recentralización ha sido uno de los motores del crecimiento del independentismo

Jordi Muñoz
4 min

Una de las novedades de esta precampaña es que el PSOE finalmente parece haber comprado el marco de debate que impone la derecha respecto a Cataluña, y hace referencia cada día a un nuevo 155. Probablemente, Pedro Sánchez y sus asesores lo hacen movidos por consideraciones estrictamente electorales y de corto plazo. Deben de pensar que es la manera de quitar votos a Ciudadanos y sacudirse el estigma que arrastran desde que se sirvieron de los votos independentistas para llegar a la Moncloa. Es habitual que los políticos hagan cálculos a corto plazo. Y seguramente es racional, porque saben perfectamente que los ciclos de noticias y nuestra memoria son cortos. Y que lo que importa es lo que ocurre hoy, y la próxima semana como mucho. Pero a veces estas decisiones meramente tácticas pueden tener consecuencias profundas, estructurales. Diría que este flirteo constante con el 155 puede ser una de esas ocasiones. Porque si se consolida el recurso constante a la hipótesis del 155, y aún más si se materializa, estaríamos de facto ante una nueva Constitución española.

Como explican los juristas, las Constituciones se pueden reformar o pueden mutar. En el caso de la Constitución española, ya hemos aprendido que reformarla es difícil, a menos que sea necesario garantizar el pago de la deuda por encima de las necesidades sociales. Pero la mutación es posible y diría que estamos asistiendo en directo a una mutación que cambiará muchas cosas.

Pero ¿qué es una mutación constitucional? Es un concepto que definió el jurista alemán Georg Jellinek, que hace referencia a los cambios constitucionales que se hacen sin modificar el texto, sin tocar ni una coma. Esto puede ocurrir por la vía de los hechos, con prácticas que se alejan de lo que hasta entonces se entendía que eran las previsiones constitucionales, o por la vía de las interpretaciones que los órganos jurisdiccionales hacen de las Constituciones.

Entre los juristas hay a menudo debates sobre qué se puede considerar una mutación constitucional y qué no, y cuáles son las fuentes de las mutaciones constitucionales. Pero más allá del debate doctrinal, que tiene un interés más académico, la idea de mutación constitucional nos es útil para entender un poco qué puede pasar en España si esta sombra del 155 se instala definitivamente entre nosotros.

Porque esto cambiaría profundamente las reglas del juego y lo que se entendía hasta ahora por principio de autonomía y su blindaje constitucional. Sobre el papel, la autonomía era un elemento constitutivo de la democracia española y, por tanto, no era algo que el poder central pudiera borrar a placer.

Y, en principio, aún no lo es. Este nuevo 155 no ha pasado, de momento, de ser un recurso retórico de campaña de los irresponsables. Pero los antecedentes no nos permiten ser muy optimistas. La aplicación del 155 del 2017 fue recibida con comprensión y simpatía incluso por juristas que pocos días antes nos decían que no era posible utilizar el 155 para disolver el Parlament o cesar al gobierno catalán, por ejemplo. De hecho, se impuso una interpretación extensiva y muy amplia de lo que el 155 habilita a hacer. Y fue validada sin problemas por el Tribunal Constitucional. Sin sorpresas en la corte.

El TC utilizaba un argumento retorcido típico de la doctrina jurídica dominante en España, tan acostumbrada a estirar interpretaciones de la ley a conveniencia. El TC argumentaba que, aunque el artículo 155 de la Constitución dice que "el gobierno podrá dar instrucciones a todas las autoridades de las comunidades autónomas" para obligarlas a cumplir la legalidad y defender el interés general, esto de "dar instrucciones" es "una posibilidad, no un límite". Como un ejemplo, vaya. Y por lo tanto en realidad el gobierno central puede hacer muchas otras cosas, como cesar al gobierno, o disolver el Parlament. Aunque en el debate constituyente se rechazara una enmienda que lo explicitaba. No importa.

Hay que decir, sin embargo, que el TC se mostraba más restrictivo respecto a los supuestos bajo los que se puede aplicar el 155. Rechaza que se pueda aplicar a conveniencia política. En principio, claro. Porque ya sabemos que, si conviene, si hay un pacto de estado entre el PP y el PSOE, el tribunal ya encontrarán razones para validar el nuevo 155. Son creativos.

Este flirteo frívolo de unos y otros con el 155 es importante porque toca de lleno uno de los núcleos del problema territorial español: la fragilidad de las garantías institucionales del autogobierno. Hasta ahora hemos visto cómo el Estado invadía o limitaba el autogobierno mediante intervenciones financieras, leyes de bases expansivas, recursos sistemáticos al TC que conllevan suspensiones cautelares automáticas de las leyes que no les gustan o estrategias tan desleales como fijar impuestos a tipo 0 para evitar que la Generalitat pueda aumentar su capacidad fiscal.

El espectro de la recentralización, que apareció con la mayoría absoluta de Aznar y que se hizo fuerte con la crisis económica, ha sido uno de los motores del crecimiento del independentismo. No es sorprendente: hay estudios comparados que muestran que el apoyo a la secesión crece especialmente en aquellos territorios que habían tenido niveles elevados de autogobierno y luego los han perdido. Ahora esta competición entre el PSOE y la derecha puede liquidar totalmente las pocas garantías que le quedan a la autonomía. Si no es que acaba con la autonomía misma.

La lógica probablemente es la que apuntaba Juan Luis Cebrián: quitadles el autogobierno, y pronto estarán luchando por la autonomía y se olvidarán de la independencia. Esto -y el derecho penal del enemigo- empeorará las cosas y alejará una solución democrática, sin duda. Pero sólo hay que entender un poco a la sociedad catalana para ver que esto no debilitará al independentismo, sino que lo puede reforzar. Quizás marginalmente, pero puede ser suficiente para superar un umbral -el del 50%- que debería cambiar muchas cosas, y sería el comienzo de una nueva etapa. Esto si el independentismo es un poco hábil y no cae en la trampa idealista, autorreferencial y autodestructiva, claro.

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