Literatura

Etgar Keret: "No perdería la oportunidad de hacer el amor por escribir un cuento"

El autor israelí, traducido a más de 30 lenguas, es uno de los grandes nombres de la narrativa breve actual

Jordi Nopca
14 min
Etgar Keret, durant la seva última visita a Barcelona, el 2013

BarcelonaEtgar Keret empezó a escribir tras el suicidio de un amigo suyo, mientras ambos hacían el servicio militar obligatorio israelí. Este despertar creativo podría hacer pensar en historias traumáticas y doloridas. Poco tiene que ver con eso el cóctel narrativo que sirve el escritor desde hace más de dos décadas, en el que un sentido del humor hábil y bien dosificado asoma tras peripecias sentimentales, historias familiares, provocaciones sobre el Holocausto y dudas existenciales. Gracias a títulos como Un hombre sin cabeza (Siruela, 2011) y De repente, llaman a la puerta (Proa/ Siruela, 2013), los relatos de Keret se han abierto camino en una treintena larga de países. Es apreciado, especialmente, en Estados Unidos, donde publica, además de los libros de relatos, en revistas como The New Yorker y en periódicos como The New York Times.

Después de casi una década sin publicar ficción en hebreo, el escritor y guionista ha vuelto a la carga con un libro espléndido, Avería en los confines de la galaxia (Siruela, 2020), protagonizado por padres y madres a la deriva, hijos caprichosos, e-mails venenosos, conejos que podrían ser la reencarnación de un familiar querido, un clon de Adolf Hitler e incluso una división de militares adolescentes que en pleno campo de batalla -y durante el tercer mandato de Donald Trump- persiguen cazar 'pokémons' con el móvil

Este libro cierra una sequía creativa importante, de casi diez años. De repente, llaman a la puerta

Solo escribo cuando tengo algo que decir. Puede sonar pretencioso, pero es más bien por motivos prácticos. Si no tengo nada en la cabeza, no me fuerzo a encontrarlo. Si no tengo ningún desasosiego...

Tus personajes sí tienen.

¡Sí! Esto no significa que esta larga temporada la haya pasado sin tener preocupaciones. Más bien diría que ha sido al revés. Hasta De repente, llaman a la puerta había escrito en un piso pequeño, llevando una vida de hombre soltero y joven –aunque ya no fuera tan joven–. Entonces pasó que me casé, tuve que empezar a pagar una hipoteca y encontrar un trabajo estable. Era extraño, volver a casa del banco, donde había ido a hacer una gestión sobre el piso, y ponerme a escribir un cuento sobre un tío borracho. Mi vida real y mi vida creativa se habían distanciado.

Entonces dejaste la ficción.

Me moví hacia otro lado. Primero, hacia el guion cinematográfico. Pero también hacia las memorias: de aquí salió Los siete años de abundancia [Siruela, 2014]. Poco a poco fui encontrando personajes más adecuados para la situación que vivía: padres que llevan a los hijos a la guardería o alguien que tiene que conseguir urgentemente el dinero para pagar el seguro del coche.

¿Podríamos decir que la realidad está más presente que antes, en lo que escribes? ¿Influyó en ello Los siete años de abundancia

Cuando escribo ficción, mi gran incentivo es saber cómo continuará la historia que escribo. Me coloco en el mismo lugar que el lector: yo tampoco sé por dónde irá la acción. A la hora de hacer este libro de memorias fue diferente, porque sabía el desenlace de cada cosa que explicaría. Había, eso sí, la necesidad de sentirme cerca de mi padre, que estaba muy enfermo. Mi intención no era mostrar que era el mejor padre del mundo ni nada por el estilo. A mi madre la he conseguido convertir en personaje de ficción. Con mi padre no me salió y encontré esta otra manera de hablar de él.

Tus padres sobrevivieron al Holocausto. Él pasó casi 600 días escondido en un agujero en el suelo, en las afueras de un pueblo polaco. ¿Cómo les influyó, esto, a la hora de educar a los hijos?

Recuerdo que una vez me dijo que si al cabo de treinta años yo vivía en una casa grande, con una mujer preciosa y con varios hijos, lo decepcionaría mucho. Querían que mis hermanos y yo hiciéramos algo para cambiar la sociedad.

¿Dirías que lo consiguieron?

Mi hermano ha tenido una vida singular. Estudió matemáticas y programación informática y, después de trabajar unos años en empresas de alta tecnología, se fue a Tailandia: desde ahí se dedica a actividades radicales como por ejemplo luchar contra los registros biométricos y la brutalidad policial y a favor de la legalización de los derechos humanos y la marihuana.

Escribes: "Cuando estoy bien, no necesito a nadie, y cuando me siento como una mierda y se abre un gran vacío adentro mío, sé que no ha habido nunca un Dios que lo pudiera llenar, y que nunca lo habrá". Tu hermana descubrió la religión...

Desde que se casó vive en un barrio ultraortodoxo de Jerusalén. Tuvo once hijos y ahora ya tiene más de treinta nietos. Cuando hablo de ella intento romper los tópicos: no se casó con un hombre fofo, siempre sudado y repulsivo –como yo imaginaba a los ultraortodoxos– y hablaban en yidis, pero no era como si vivieran en un shtetl, en una aldea de la Europa del Este. Me gusta oírlos hablar esta lengua. Me enfada que ella nunca pueda llegar a leer ninguno de los relatos que escribiré, pero a ella la enfada más que no respete el sabbath o que no siga la dieta kosher.

¿Eres tan idealista como tus hermanos?

Los tres tenemos la necesidad de trascender la realidad en la que vivimos. No nos conformamos con aceptarla, sino que la desafiamos. Este es el punto de conexión entre el idealismo de ellos y el mío, que es de carácter artístico.

Los siete años de abundancia es el único libro que no has publicado en hebreo. ¿Por qué?Los siete años de abundancia

La ficción te permite compartir tus secretos con el lector pero, a la vez, no revelarlos del todo. Cuando escribes un relato puedes hablar de tus deseos, errores y mentiras, pero, como lo muestres a través de una ficción, el lector no lo relaciona necesariamente con tu vida. Nunca pueden saber a quién deseas tú de verdad, y a la vez les transmites un sentimiento de autenticidad que puede superar unas memorias. Con la no-ficción pasa una cosa diferente: tienes que asumir la responsabilidad de que lo que escribes es cierto. Como estás atado de pies y manos, lo que escribes a menudo no te permite entender el fondo de los personajes o de sus acciones. Imaginemos que quisiera escribir un cuento sobre ti. Estás muy asustado porque te persigue un perro. En el cuento, para hacer que tu terror fuera más grande, haría que fueran diez perros, en vez de uno, los que te persiguieran. Si escribo sobre lo que pasó de verdad, seguramente solo podría hablar de un perro pequeño y ridículo que te pisa los talones. Ni el lector ni el personaje tendrían tanto miedo. A veces, ceñirte a la realidad te puede hacer perder una gran historia.

La coberta del nou llibre d'Etgar Keret, 'Avería en los confines de la galaxia'

Supongo que por eso acabaste volviendo a escribir relatos.

Si lees mis relatos me conoces mejor que cuando escribo sobre mi vida. Con la no-ficción, la losa del yo todavía pesa. Escribiendo ficción me libero de mí mismo. Siento que puedo ser más autocrítico y que escribo desde la distancia correcta.

Cuando empecé a leer Avería en los confines de la galaxia

Los relatos los escriben los autores y los lectores a medias. Sin la interpretación de cada uno el cuento no está completo. Si ves esta pulsión del suicidio tiene que estar... Un hombre bala no necesita ningún talento, a diferencia de los compañeros del circo. Solo estar lo bastante desesperado como para meterse dentro del cañón. La escritura nace de este tipo de desesperación. Cuando empiezas un relato te metes simbólicamente dentro de la boca del cañón y esperas.

¿Necesitas estar desesperado para escribir?

Cuando paso una buena temporada no tengo necesidad de escribir. Lo último que haría en el mundo, si me encontrara en un hotel de una isla tropical con mi mujer y mi hijo, bebiendo leche de coco, sería escribir. No perdería la oportunidad de hacer el amor por escribir un cuento. La necesidad de escribir siempre viene del fracaso. Del fracaso de entender a los otros o de entenderte a ti mismo. Del fracaso de no ser lo suficientemente valiente. Del fracaso de no haber cogido el camino correcto. Escribiendo puedes revisitar las experiencias fracasadas...

¿Y fracasar mejor, como diría Beckett?

Se pueden corregir esas cosas que en la vida real has dejado pasar. Si no tienes ningún problema, no hay que escribir ficción. Volviendo a la metáfora del cañón, una vez se dispara y sales volando no sabes hacia dónde irá, si encontrarás un obstáculo o si caerás en un lugar insospechado. Tampoco sabes hacia dónde te llevan, los relatos. A veces, cuando releo algo que he escrito pienso: "Oh, no, eres un tío amargado y rencoroso". O también: "Te tendría que caer la cara de vergüenza". En general no es muy positivo, lo que veo.

No es el único relato sobre personajes voladores. Encontramos otro sobre un padre y un hijo que intentan evitar que un hombre se precipite a la calle desde la azotea del bloque de pisos donde vive.

Detrás del hombre que salta al vacío hay una historia sobre solidaridad. El origen de este nuevo libro, Avería en los confines de la galaxia, fue traumático. Hace cuatro años, de camino hacia Boston, durante una gira de presentaciones por los Estados Unidos, estuve involucrado en un accidente de coche importante. Con el conductor no habíamos tenido nada que decirnos durante aquel viaje de tres horas. Cuando subí al coche resultó que era votante de Trump, un personaje que detesto, e hizo un comentario elogioso sobre carne a la brasa, cuando yo le había dicho que era vegetariano. La comunicación era imposible, entre nosotros. Inmediatamente después del accidente nació una gran solidaridad entre nosotros. Nos ayudamos sin ninguna reserva. El último nivel de empatía con el otro es saber que sufre como tú. Y que los dos queréis evitar el sufrimiento.

En el relato, intentar evitar el suicidio –el sufrimiento– del otro es la manera de expresar la solidaridad.

Si alguien te para un día por la calle y te dice que te quiere hacer una encuesta sobre política te irás corriendo, pero si ves a alguien que se está desangrando en el suelo te pararás para ayudarlo, seguramente. Sabes qué implica sangrar y querrás evitarlo. Desde hace unos meses, con la llegada del covid, vemos muestras insólitas de solidaridad en nuestra sociedad. Estamos muy fragmentados, en Israel, en parte gracias a nuestro primer ministro [Netanyahu], que hace todo lo que puede para enfrentarnos a todos con todos, los religiosos contra los laicos, los judíos contra los palestinos, los judíos europeos contra los del Oriente Medio... En tiempos de covid la gente ha vuelto a ayudarse. Ves a miembros del ejército llevando comida hasta zonas en cuarentena, por ejemplo. La ayuda va más allá de facciones y sectas. Todos somos humanos. Da igual a quién votemos, en realidad, porque ahora mismo a todos nos da miedo lo mismo: el virus.

El relato que da título al libro es el intercambio de correos electrónicos entre un hombre que quiere llevar a su madre –que va en silla de ruedas– a unescape room escape room

Es una historia pensada desde la era digital. Hace veinte años, mi vida era muy diferente, sin Facebook o Instagram. A través de estas redes me creo una realidad que no entra en conflicto con mi visión del mundo. La mayoría de amigos comparten mis gustos y mi orientación política. Crecí con unos padres de derechas y, aún así, soy de izquierdas. Y en el barrio donde vivía había gente de todo tipo. La realidad de las redes sociales es mucho más restringida de lo que creemos. Este fue el punto de partida del cuento sobre el escape room. El hombre que escribe el correo está tan inmerso en su visión del mundo que no acepta una negativa por parte del otro.

El Día del Holocausto es lo que desestabiliza el intercambio de correos.

Me conectaba con una anécdota de cuando era pequeño. Durante el Día del Holocausto cerraban los cines, los teatros, los deportes y las tiendas. Incluso dejaban de emitir en la tele y en la radio. Mis padres, como supervivientes del Holocausto, temían la llegada de este día señalado. Mi madre perdió a sus padres durante el Holocausto, y vio cómo mataban, ante sus ojos, a su hermano y a su madre. Mi padre se tuvo que esconder todo aquel tiempo en el agujero bajo tierra. Para ellos fue un trauma muy grande. Había un día en el que no podían escapar de aquello que justamente querían olvidar. El gobierno había elegido una fecha para hacer sentir mal a los supervivientes del Holocausto. Así lo veían ellos. De pequeño era incapaz de entender por qué se quería hacer sufrir así a mis padres y la gente que había sufrido como ellos. De aquí nace este hombre de unos 50 años que piensa como una niño: el Día del Holocausto quiere llevar sí o sí a su madre a visitar el escape room.

Hay unos cuantos personajes adultos que se comportan como niños, en este último libro tuyo.

Sí. Vivimos un tiempo en el que la infantilización está muy presente, incluso por parte de la gente poderosa. Solo hay que echar un vistazo a los tuits de Donald Trump o Boris Johnson. A veces, leyéndolos, tienes la sensación de estar ante un chico de doce o trece años.

En el cuento añadimos que el hombre se siente una víctima del sistema.

En Oriente Medio, la narrativa de las víctimas es la más común. Tanto si eres israelí como palestino, puedes hablar de la historia como una serie de atrocidades que has sufrido. Los judíos sufrieron la Inquisición, la expulsión de Europa, los pogromos y el exterminio durante la Segunda Guerra Mundial. Los palestinos sufrieron los efectos del colonialismo y también fueron maltratados por otros países árabes. Unos y otros siempre presentamos la historia desde este punto de vista. Así, las decisiones que se toman parece que no tengan alternativa. Si Israel bombardea Gaza no es porque se quiera intimidar a la población, sino porque es la única opción: si no se protege el territorio, Israel acabará desapareciendo. Esto es lo que se dice desde el gobierno. En el caso judío, y en relación con el Holocausto, se quiere hacer creer que se tiene la exclusividad en la condición de víctimas.

¿Tus relatos siguen siendo tan polémicos como cuando empezaste a publicar, a finales de la década de los 90? Pienso, por ejemplo, en Tabula rasa

Son polémicos en el sentido de que, cuando no se entiende lo que escribo, se piensa que lo único que quiero es provocar. No es mi intención. Abordar el recuerdo del Holocausto o tratar la manera en la que el ejército puede actuar en ciertas situaciones no tiene que ver con la especulación intelectual, sino que está conectado directamente con mi experiencia vital. ¿La manera correcta de recordar el Holocausto es según qué podemos perdonar y qué no? Hay un relato, Yad Vashem, en el que el personaje principal se siente doblemente mal mientras hace de guía en un museo que recuerda las atrocidades del Holocausto. Su mujer lo acaba de dejar y está preocupado. Al mismo tiempo, cuando se da cuenta de que no es ético que no piense en el Holocausto mientras hace la visita se agobia más. Este sentimiento tiene que ver con cómo nos sentimos mi generación cuando crecíamos. Todos teníamos padres y abuelos que habían sufrido más que nosotros, y esto nos hacía sentir culpables. Yo podía perder el trabajo o me podían dar una paliza por la calle, pero esto era una trivialidad, en comparación con lo que habían sufrido ellos durante la Segunda Guerra Mundial. Explicando este tipo de historias lo que pretendo no es provocar a los lectores, sino entenderme a mí mismo. Llegar a saber quién soy. Acercarme a este trauma iniciático que permitió que naciese. Me dieron la vida en medio de este agujero negro postraumático del Holocausto.

Una de las novedades de este libro respecto a los anteriores es la presencia de la tecnología. El uso de la tecnología permite que los personajes tengan acceso a otras formas de la realidad, como pasa en Ventanas

Hay relatos como este, Tabula rasa o Dragón de hielo, donde uso la tecnología como una herramienta alegórica, como un intento de predecir el futuro. En cada uno de estos cuentos la tecnología tiene un uso diferente. En Ventanas me pregunto qué es real y qué es virtual a partir de una experiencia de contacto con la proyección de una vecina que aparece adentro de una habitación. Aunque avanzamos tecnológicamente, seguimos atados a la idea de sentirnos superiores a los otros. Antes hablábamos de esclavitud o de la sumisión de la mujer. En Tabula raída, los humanos se sienten superiores a los clones. Estos clones son exactamente iguales que los humanos, pero no tienen derechos.

Y aquí entra en juego el clon de Hitler.

Sí. A los clones se los puede matar y no pasa nada. No vas a la cárcel. Es lo que pasó durante la Segunda Guerra Mundial, pero con los judíos.

Coberta del recull de relats 'De sobte, truquen a la porta'

Dragón de hielo va de un pelotón militar formato por adolescentes que buscan, además de derrotar el enemigo, conseguir las figuritas de un juego de móvil más codiciadas, las que solo se pueden encontrar en el campo de batalla.Dragón de hielo

Hace unos años mi hijo se obsesionó con el juego Pokémon Go. Iba a todas partes cazando pokémons, igual que sus amigos y que otros muchos niños y adultos en todo el mundo. Este tipo de juegos siempre me preocupan porque no cuestan dinero. Esto significa que no te venden nada porque tú eres el objeto de su interés. Con Pokémon Go intenté averiguar qué pasaba: la empresa colocaba los pokémons más codiciados en lugares donde acabas consumiendo, ya sea un centro comercial o un local de fast food. Así puedes llevar a los usuarios al lugar donde quieres, igual que si fueras el flautista de Hamelín. Se me acudió trasladar esta idea dentro del campo de batalla. El ejército quiere enviar a los personajes a los lugares más peligrosos y coloca ahí mismo las figuritas más valiosas de otro videojuego.

Cada vez vivimos más pendientes del móvil y otras pantallas.

Sí. Durante la última década, la tecnología ha ido ocupando más espacios de nuestra vida. Sin Facebook, algunos líderes mundiales no habrían sido escogidos. La tecnología permite, a través de drones y otros mecanismos, matar a gente de manera más cómoda, por ejemplo. El problema no es la tecnología en sí. Es una herramienta, igual que un martillo, que puedes usar para construir una cabaña o para romperle la cabeza a alguien. El mal uso de la tecnología nos revela cosas de la naturaleza humana. Tener una tecnología más avanzada no nos hace más inteligentes a nivel emocional. Hemos pasado de ser niños que van en triciclo a conducir coches de Fórmula 1, pero continuamos siendo niños. En vez de servirnos de la tecnología para avanzar, nos lleva por terrenos insospechados, que no controlamos.

Es una compilación de relatos conectado a internet.

Internet es una gran revolución... pero el 80% de los usuarios se conectan para bajar porno. No hay que ser muy inteligente para entender que la finalidad del porno es que te masturbes. Muchos jóvenes pasan horas así. El problema es: ¿continuarán leyendo, los jóvenes, si la alternativa es mirar vídeos de gente desnuda fornicando? La tecnología, en vez de hacernos más inteligentes, en cosas como estas nos hace involucionar, nos vuelve idiotas.

Otra de las novedades del libro es que muchos de los personajes tienen hijos. En uno de los relatos los niños llegan a pensar que el padre, que se ha marchado de casa, se ha transformado en el conejo que ha aparecido en la entrada.

El origen de mis cuentos es curioso, a veces. Cuando mi padre murió, mi hijo empezó a pedirme un conejo y se lo compramos. Me di cuenta de que en muchos aspectos el conejo me recordaba a mi padre. Era una conexión muy física, no sabría cómo explicarlo mejor. También me hacía pensar en él porque los conejos te escuchan atentamente. Le puedes hablar durante mucho rato y no se va. Cuando escribo, a menudo viene al estudio y se me sienta al lado. A veces, cuando echo de menos a mi padre, como ya no le puedo decir nada, se lo digo al conejo. Le puedo llegar a pedir consejo y todo. Este tipo de interpretaciones sobre lo que nos pasa son las que hacen la vida más soportable.

La figura de tu padre tiene una gran centralidad, en el libro, ya sea en los planteamientos de los relatos como en lecturas más profundas. ¿Estás de acuerdo?

Mi hijo ahora ya tiene casi 15 años. A veces creo que mi función es explicarle el mundo, pero cada vez lo entiendo menos. Como padre tengo que explicar cosas a mi hijo que ya no sé cómo funcionan. Hace cuatro años, cuando Trump se presentaba por primera vez a las elecciones de los Estados Unidos y dijo que "si eres una estrella, las mujeres se dejan coger por el coño", me pareció tan ofensivo que le expliqué a mi hijo que por una cosa así perdería las elecciones. Me equivocaba. Ser padre implica admitir tu vulnerabilidad.

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