Intento de asesinato del Partido Republicano

Josep M. Colomer
1 min

Ha sido una pataleta de Trump. Como un niño mimado que pierde una partida al parchís y da una patada a la mesa de juego. Trump está desesperado porque no tiene dónde ir: no puede volver a Nueva York, donde lo persiguen jueces y bancos; en su finca en Florida los vecinos lo han declarado indeseable; su fortuna ha quebrado. En los próximos días el Congreso tendrá que hacer alguna declaración contra él o incluso promover su destitución, si tuvieran tiempo en solo dos semanas.

Entre la chusma que asaltó el Congreso había un grupito de terroristas, bastantes matones y gente que, como muchos de sus votantes, creen lo que les digan: que les han robado la elección, como algunos creen que las fotos de la llegada a la Luna son de un decorado o que la Tierra es plana. Los asaltantes no tenían ningún plan ni objetivo concreto. Si hubiera sido un verdadero golpe de estado habrían ido con las armas, pero fueron tres horas de una payasada histérica promovida por un enfermo mental.

El presidente Biden, con el desempate en el Senado, tendrá ahora los famosos 100 días de oportunidad. El gran problema lo tiene ahora el Partido Republicano. La presidencia de Trump será recordada sobre todo por la catástrofe final. Los senadores y representantes que todavía después del asalto mantuvieron la objeción a los resultados electorales serán siempre asociados con su infamia. Trump secuestró al Partido Republicano y ahora lo ha dejado tambaleando. Las reacciones de Pence, McConnell y otros lameculos de romper con Trump, junto con las dimisiones del personal de la Casa Blanca, sugieren que habrá bastante devastación a la derecha del espectro político.

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