¿Y Europa qué?

Utilizar Europa como territorio propagandístico de nuestras desgracias tiene un recorrido limitado

Josep Ramoneda
3 min

1. Baldosa. El día 26, además de elecciones municipales, tenemos elecciones europeas. Y aquí las hemos convertido en un duelo Junqueras-Puigdemont, como el chiste del elefante y el problema catalán. Obsesionados con el procés y sus decantaciones, todo acaba llevando ahí mismo. Las elecciones generales han confirmado que los ciudadanos empiezan a estar cansados de este juego tan endogámico. Y han pedido explícitamente que se abran las ventanas, que no sigamos atascados en la fabulación de lo imposible, que, sin renunciar a nada, ampliemos el ámbito de nuestras preocupaciones, antes que mareados de tanto dar vueltas a lo mismo acabemos perdiendo el mundo de vista. En este contexto estaba muy bien que los dos principales líderes del soberanismo apuntaran a Europa, pero el objetivo se ha desviado hacia casa.

¿Qué se decidirá en las elecciones europeas en Cataluña? Si Junqueras, es decir Esquerra, consolida su hegemonía en el soberanismo, después del éxito de las generales y probablemente de las municipales, o si Puigdemont, el astro que ilumina el caos convergente, consigue salvar los muebles. Todo muy pequeñito. No nos cansamos de decir que nuestro futuro está en Europa, pero resulta que de Europa no esperemos otra cosa que una ayuda en los mangoneos hispánicos.

Para acabar de eclipsar el escenario europeo, la derecha y la Junta Electoral Central han puesto su grano de arena. PP y Ciutadans —curiosos demócratas que consideran una ignominia que se presente a las elecciones alguien que tiene derecho a presentarse— han hecho el ridículo, agravado por el disparate de la Junta Electoral, que, dándoles la razón, ha obligado al Supremo a salir a poner orden. Puigdemont tiene la campaña hecha. No podrán con nosotros: “Nuestro equipo sabe cómo combatir y ganar”, ha dicho. Más que victorias, son batallitas. El elector independentista debe decidir si premia al que está en prisión o al que está en el exilio, la calma de la fuerza tranquila (aprisionada) o la agitación del que desde fuera pugna por no caer en el olvido, el que busca estrategias de larga distancia o el que apuesta por los golpes de efecto para sobrevivir. Pugnan por unos puestos en Europa —que probablemente no podrán ocupar— con clave estrictamente local: prolongación del atasco por distintas vías.

2. Horizontes. Y, sin embargo, un cierto debate sobre Europa no nos iría mal. Comprenderíamos que la crisis de gobernanza de las democracias liberales no es exclusiva de España, que los abusos y el crecimiento del autoritarismo se dan en toda Europa y exigen respuesta, que la ola reaccionaria no ahorra a nadie y se debe realizar a primera línea contra ella (sin flirtear con ninguno de sus representantes por muy patriotas que sean). O los ciudadanos tomamos conciencia que Europa nos pertenece y pugnamos por apropiarnos de ella o acabaremos mal todos. Los grandes problemas de hoy —desigualdad, paro, precariedad, cambio climático, migraciones, límites a los excesos del dinero, terrorismo—, o se resuelven a escala europea o no se resolverán. Somos muy europeístas pero nadie tiene a Europa en la agenda.

Ciertamente, la Comisión Europea —lejana, sin empatía, elitista, corporativamente cerrada sobre ella misma, con personajes que se arrastran eternamente— no motiva. Pero no tenemos otro horizonte. Utilizarla solo como territorio propagandístico de nuestras desgracias tiene un recorrido limitado. El victimismo no tiene premio. Y, a pesar de todo, Europa es tan importante que el Brexit podría provocar lo que no había pasado en tres siglos: hacer tambalear el régimen del Reino Unido. De momento, su admirado bipartidismo está en peligro.

Desde las anteriores elecciones europeas, Gran Bretaña se va, pero no acaba de salir; la extrema derecha ha crecido exponencialmente e intenta conquistar cuotas importantes de poder; el malestar ciudadano no para de crecer en un horizonte de graves desigualdades y falta de expectativas de futuro; Europa no encuentra su sitio en el nuevo mundo, perdida en sus eternas querellas familiares; y la izquierda ha empequeñecido por su poca capacidad de transformación. Nada europeo nos es ajeno.

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