El imperio del secreto y el poder femenino

El papa Francisco ha agravado la desolación de las víctimas de abusos de los pederastas con sotana

Josep Ramoneda
3 min

1. Imagen. Todos sabemos que quien consigue imponer las palabras tiene garantizada la hegemonía. Las palabras y, evidentemente, los silencios: lo que no se puede decir. La Iglesia católica, que ha sido maestra en el control del lenguaje, muestra síntomas de desconcierto en los tiempos actuales porque nota que se le escapa el control de las palabras. Y que en tiempos de caos comunicacional no le resulta fácil preservar el secreto. El papa Francisco, cuando ha cogido el timón para afrontar las crecientes denuncias de los que habían sido condenados a soportar el sufrimiento en silencio (con la inhibición de la sociedad), ha decepcionado al personal y ha agravado la desolación de las víctimas de abusos de los pederastas con sotana.

Francisco ha desplegado la pompa Vaticana como acompañamiento de sus palabras. Sin embargo, cuando la gente no se deja cegar por lo que ve, sino que escucha, la imagen de cardenales y obispos con faldas y decorados con sus colorines ya no impresiona mucho. Al revés, más bien da motivos para preguntarse si en aquellos figurantes está el secreto. Al fin y al cabo, muchos de ellos han sido los encubridores de los crímenes, y es a ellos mismos a quienes el Papa encarga ahora la misión de hacer las cosas bien hechas. La desconfianza acumulada hace que la gente, claro, desconfíe cuando ve que las palabras no van acompañadas de respuestas concretas y normas estrictas. Son demasiados siglos minimizando estos crímenes, reduciéndolos a pecados susceptibles de ser blanqueados en la confesión, cuando en realidad se trata de delitos gravísimos.

La Iglesia ha demostrado reiteradamente que su prioridad ante estos casos era preservar la imagen de la institución y ahogar a las víctimas -haciendolas sentirse culpables- con amenazas e incluso con dinero. Son obscenas demostraciones de poder de una institución que vive de situarse por encima de los hombres. En la película 'Adiós a las armas', basada en la novela de Ernest Hemingway, he encontrado una insuperable definición de esta forma de actuar. "Padre, ¿qué haría usted si después de muerto se enterara de que Dios no existe?" Respuesta: "guardar el secreto". Es esto: la Iglesia siempre se parapeta en el secreto. Ella es lo único importante.

2. Subversión. En medio de la gran representación romana, al Papa Francisco se le escapó una expresión demoledora: "Todo feminismo acaba siendo un machismo con faldas". Es decir, ¿por qué es necesario que demos la palabra a las mujeres si acabarán siendo como nosotros? Es imposible una proclama más solemne del patriarcado como forma insuperable de poder. Nosotros mandamos, no es necesario que ellas se metan. Parece que la Iglesia católica ha dicho basta ante el empuje de las mujeres. El poder se siente amenazado.

Y seguramente esta es la razón por la que el feminismo está en el punto de mira del giro nacional-conservador que vive el mundo occidental. De Trump a Vox, pasando por todas las variantes de la radicalización de la derecha que están ensuciando el imaginario liberal, la condición femenina es susceptible de toda sospecha. No es casual. Al constatar que el feminismo va saltando barreras y que la sociedad va asumiendo su lenguaje, ellos intentan rescatar palabras estigmatizadoras que ya parecían fuera del espacio de lo aceptable. Y hoy tenemos que escuchar cosas que habíamos creído, ingenuamente, que ya no se atreverían a decir por pura vergüenza. Tiene una lógica: el feminismo es el único movimiento realmente subversivo que hay en escena porque afecta al eje del poder social construido sobre el poder masculino. Y eso no se toca. Por esta razón, Marina Subirats dice a menudo que la reacción será dura. Y que las mujeres juegan con desventaja porque no les gusta la confrontación. Quizás es un límite pero también su fuerza. ¿Es posible evolucionar hacia un poder que se fundamente en la atención y no en la imposición? Podríamos llarmarlo civilización.

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