Postureo y (des)control parental

¿Hasta qué punto te pertenece la privacidad de tu hijo?

Liliana Arroyo
3 min

En la era del postureo y la crianza instagramer, es hora de hablar del (des)control parental. Y no me refiero a la incontinencia adolescente por las selfies, sino precisamente a la parte adulta de la ecuación. Me preguntaba cuánto tardamos en subir la primera foto de un bebé y un estudio calcula que la mitad de las criaturas recibirán el bautizo digital en menos de 24 horas. Con esta primera aparición en las redes, queda inaugurada la crónica digital de su infancia.

Nos encanta compartir las cosas bonitas de la vida, y seguramente pocas cosas llenan tanto de ilusión y orgullo como los hijos. ¿Quien no tiene fotos en pañales, en la bañera o con mejillas de chocolate por la falta de práctica con la cuchara? Y de los más jóvenes, ¿vídeos diciendo las primeras palabras o haciendo los primeros pasos sin ayuda? Inmortalizar los momentos especiales es común y cada época tiene sus medios para hacerlo. La diferencia, sin embargo, es que la crianza en la era de las redes no solo es inmortal, sino que es compartida, en directo y para todo el mundo.

Este fenómeno, que en inglés se denomina sharenting (de share y parenting), es la consecuencia de los nuevos códigos de intimidad y vida pública que vamos forjando a medida que nos invaden los dispositivos. Es un debate complejo, porque está en la intersección de muchas conversaciones no resueltas. La primera tiene que ver con identidad y la propiedad: está claro que el hijo es tuyo, sin embargo ¿hasta qué punto te pertenecen su identidad, su derecho a la imagen y su privacidad? A veces olvidamos que se trata de una personita diferente, que durante una temporada (que dura años) está bajo nuestra protección y nuestro criterio, mientras lo ayudamos a formarse uno propio.

El segundo dilema es el del consentimiento: contar con el beneplácito de la criatura no es realista cuando tiene horas de vida o bien habla pero no tiene ni idea de lo que es Instagram. Pero nos lo podríamos pensar dos veces. ¿Y qué pasa cuando crece y a los 14 años te dice que borres la foto porque no quiere salir así? Hace poco estalló una polémica entre Gwyneth Paltrow y su hija. La madre colgó una foto de las dos esquiando y la hija comentó públicamente: “Mamá, ya hemos hablado de esto. No cuelgues cosas sin mi consentimiento”. La madre le respondía, también en público, que no tenía importancia porque prácticamente no se le veía la cara. Gwyneth tenía razón, porque llevaba unas gafas de esquiar que le tapaban media cara. Sin embargo, ¿es una cuestión de qué proporción de cara se muestra o de si es suficiente para reconocerla?

Y todavía hay una tercera dimensión, la temporal. Lo que nos puede parecer bien hoy puede ser un desastre al cabo de un tiempo. Recuerdo la conversación con una chica que me decía que por su 14 cumpleaños creó su primer perfil. La madre colgó una foto de ella soplando el pastel y la etiquetó. La chica, siguiendo el rastro de la etiqueta, descubrió que la madre llevaba más de una década publicando su infancia. Y ella no tenía ni la más remota idea. También conozco un caso inverso: sabía perfectamente qué habían colgado los padres sobre él, porque alguna de las imágenes llegó a sus compañeros de clase y esto lo convirtió en blanco de todo tipo de burlas.

En el extremo más histriónico y minoritario encontramos padres que utilizan a los hijos para ganar seguidores o monetizar escenas cotidianas. Fenómenos como el clásico unboxing de la mañana de Reyes es un ejemplo de exhibicionismo doméstico en el que el adulto está aprovechando su potestad para emitir la reacción del niño mientras desenvuelve los regalos. Espontaneidad, morbo y creación de expectativa, ingredientes de viralidad segura. Algunas teorías explican que esta necesidad de compartir ayuda a tolerar la sensación de aislamiento con respecto a la vida social anterior de los padres.

La paradoja viene cuando los padres se sorprenden si los hijos, de mayores, quieren ser influencers. También es posible que los padres que practican sharenting cada día sean los mismos que aplican estrictos controles parentales u horarios de uso de las pantallas, en el intento de controlar los abusos y el acceso a contenidos no deseados.

La polémica está servida y no hay respuestas únicas. El caos nos empuja a la inercia, pero podemos aprovechar la confusión para intentar reconciliar la necesidad de compartir sin comprometer el futuro de nuestros hijos. Aprovechamos la afición de enseñarlo todo como excusa para crear conversaciones con ellos: ¿qué compartimos, con quién, por qué? Vamos a probar qué pasa: antes de colgar la próxima foto, contemos hasta 20. Entonces preguntémonos si nuestra vida cambiará por el hecho de colgarla. Pero, sobre todo, preguntémonos cómo puede cambiar la suya.

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