La mitad del cielo, la mitad de la tierra

Las mujeres llevan una doble carga, la familiar y la laboral, y ambos ámbitos se resienten

Marina Subirats
4 min

SociólogaEl proyecto de ley sobre permisos parentales presentado hace unos días por Unidos Podemos es un triunfo del movimiento feminista. Implica un gran avance hacia la igualdad, y por eso puede resultar chocante en algunos aspectos. Hay grupos de mujeres que estos días manifiestan dudas sobre lo que se propone, considerando que las 14 semanas de permiso para los padres deberían ser voluntarias, de manera que cada pareja pudiera elegir cuál de los dos progenitores las puede coger. ¿Cuál es la razón aducida? La que dice que, si estas semanas tienen que ser de permiso de los padres, esto implica menos tiempo para que las mujeres puedan estar con sus bebés y disfrutar de la maternidad.

Recordemos cuál es la propuesta: actualmente las madres pueden disfrutar de 16 semanas de permiso pagado. De estas 16, 6 las tienen que coger obligatoriamente y las 10 restantes son voluntarias y transferibles, es decir, que las pueden tomar los padres. Por su parte, los hombres tienen un permiso de paternidad de 4 semanas, ahora ampliadas a 5, al margen de las que les puedan ceder las mujeres. Todos estos permisos son pagados al 100%.

La nueva propuesta lleva la duración de los permisos para los padres a 16 semanas pagadas también al 100%, pero intransferibles, por lo que el padre no las puede ceder a la madre o a la inversa. Dos semanas se tienen que tomar obligatoriamente en el momento del nacimiento o adopción, y las demás se pueden coger a lo largo de un año.

Hay una primera lectura que se puede hacer de esta propuesta: da más importancia al nacimiento de las criaturas, a los trabajos de cuidado y reproducción que han sido tradicionalmente el lote de las mujeres, y que nunca se han valorado porque no se consideran como un trabajo, sino como un hecho natural que no hace falta ni agradecer, que las mujeres hacen por amor, o porque está en su naturaleza. Lentamente, estamos saliendo del poder patriarcal y vemos los inconvenientes de este concepto del cuidado: las mujeres llevan una doble carga, la familiar y la laboral, y ambos ámbitos se resienten del exceso de trabajo y de responsabilidad. Se resienten los ingresos femeninos, muy por debajo de los masculinos, se resiente la vida colectiva, al disminuir, por ejemplo, la tasa de natalidad; y, obviamente, se resienten las mujeres, sobrecargadas de responsabilidades en las edades centrales de la vida. Los roles tradicionales de cada género han quedado desequilibrados, y hay que encontrar un nuevo equilibrio valorando un trabajo fundamental para la vida humana.

Está también el segundo aspecto, el de la obligación para los hombres de disfrutar de estas 16 semanas si no las quieren perder como pareja, y aquí es donde empiezan los recelos. Y es, al mismo tiempo, donde el proyecto representa un gran paso adelante para conseguir la igualdad. Recelos porque, por un lado, se ve como una imposición política, al negar la posibilidad de elegir. Pero, por otra lado, sobre todo, porque muchas mujeres consideran que el cuidado de los bebés es cosa suya, y que ceder una parte a los padres es quitárselos a ellas tiempo para esta dedicación.

Hace años que desde el feminismo se señala la necesidad de que los hombres asuman más protagonismo en las tareas domésticas y de cuidado. Sabemos que si la elección de quién se beneficia de los permisos parentales recae en las parejas, serán casi siempre las mujeres las que los cogerán, por hábito, tradición, escala de valores masculinos, etc. Para evitarlo, los países nórdicos adoptaron la solución de hacerlos intransferibles, y el resultado obtenido ha sido excelente: la igualdad real en todos los ámbitos, privados y públicos, ha aumentado notoriamente allí donde se ha llevado a cabo esta medida.

Pero hay una razón más de fondo que las mujeres tenemos que entender. Reclamar la igualdad implica estar dispuestas a compartirlo todo; inicialmente la reclamación ha consistido en exigir nuestro derecho a entrar en el mercado de trabajo, estudiar, ocupar cargos políticos en igualdad de condiciones; ya hemos avanzado un buen trecho y los hombres han perdido algunas de las oportunidades que antes tenían. Es justo que sea así, y, con más o menos resignación, lo están aceptando. Pero querer la igualdad supone que las mujeres aceptamos también compartir lo que durante milenios ha sido nuestra esfera propia: el ámbito doméstico, el cuidado de las personas, de las criaturas. No sería justo que las mujeres quisiéramos compartir el ámbito ocupado antes por los hombres y que, en cambio, nos negáramos a compartir aquel que era considerado femenino.

Unidos Podemos ha entrado con fuerza en esta nueva fase de las reivindicaciones feministas: ya no se trata solamente de igualdad en el mundo público, sino también en el privado. Y esto significa abrir a los hombres la posibilidad de desarrollar su sensibilidad, su empatía, su entrega a los demás, y de rebajar el afán competitivo que tanto daño nos hace a todos. ¿Queremos hombres menos violentos? Hagamos que puedan compartir la ternura y el esfuerzo que conlleva una criatura pequeña. Su talante cambiará de raíz; hombres que han pasado por esta experiencia me han hablado ampliamente de ello. Pero al mismo tiempo que valoramos el cuidado y la maternidad como tareas humanas fundamentales, ricas de vida y emociones, tratemos de no caer en una mística de la feminidad que ya fue denunciada por Betty Friedan mostrando, justamente, hasta dónde podía ser una trampa para mantener a las mujeres excluidas del mundo público y sometidas a la voluntad ajena. Recordad: la mitad del cielo, la mitad de la tierra, la mitad del poder. No menos, pero tampoco más. Todo compartido, nada exclusivo. Esto es lo que reclamamos, con todas las consecuencias, porque es la manera en que todos y todas nos beneficiamos.

stats