SOCIEDAD

Cuando la migración es para huir del machismo y los matrimonios forzados

El aumento de las chicas migrantes demuestra su toma de conciencia y su afán de igualdad

Marta Costa-pau
5 min
01.Imane  El Yassini  a Girona.   02. La Bouchra durant una classe amb els seus companys.   03. L’Imane,  a la dreta,  amb la seva germana gran.

GironaTiene 19 años y una firmeza admirable, que lo ha ayudado a escapar de dos prisiones en las que no estaba dispuesto a quedar eternamente recluido: la del cuerpo femenino que no sentía suyo y la de una cultura que lo habría obligado a casarse con un hombre desconocido cuando todavía no hubiera llegado ni a la mayoría de edad.

Hace tres años, cuando tenía 16, Imane El Yassini huyó de Nador (Marruecos) con la complicidad de su madre y su hermana mayor, que lo acompañaron en un viaje en barco hasta Barcelona después de conseguir un visado. A su padre le dijeron que iban a pasar unos días en casa de la abuela materna, en la población marroquí de Oujda, como habían hecho en otras ocasiones, pero a la vuelta el hombre supo que ya no volvería a ver a la que entonces era su hija pequeña, quizás durante muchos años o quizás ya nunca más. Más que enfurecerlo, la fuga de Imane le generó alivio, porque para él era la vergüenza de la familia, un descrédito que ahora ya no tendría que soportar: “De pequeña siempre me había vestido como un niño, llevaba el pelo cortísimo y jugaba a los juegos de los niños. A todo el mundo le hacía gracia, incluso a mi padre, porque tiene tres hijas y él habría querido un hijo, pero al hacerme mayor, cuando ya me empezaron a crecer los pechos, me exigió que me vistiera como una chica y se enfurecía cuando en mi barrio malhablaban de mí por mi aspecto masculino y porque me veían demasiado libre y rebelde. Hasta que llegó un día que me prohibió ir al gimnasio y salir con los compañeros del barrio, y me obligaba a quedarme siempre en casa y a hacer las tareas del hogar”, explica.

Cinco noches durmiendo en la playa

A los 15 años se escapó de casa, a pesar de que decidió volver al cabo de dos días porque sabía que la policía lo estaba buscando y que lo acabaría encontrando. A los 16 ya no pudo más. Recuerda muy bien ese 3 de octubre de 2018. Es el día que llegó al puerto de Barcelona con su madre y su hermana, que volvieron a Marruecos después de dejarlo en Vilanova i la Geltrú, donde la madre conocía a una mujer a quien Imane podría pedir ayuda. Con 30 euros en el bolsillo, que se gastó para cortarse el pelo muy corto, durmió durante cinco días en la playa, hasta que el sexto se atrevió a ir a la policía local, tal como le había recomendado la conocida de su madre. “No entendía el catalán ni el castellano, y a través de signos hice entender al agente que había llegado de Marruecos, que era menor de edad y que no tenía donde ir”, relata. Después de pasar por un centro para menores no acompañados de Barcelona, se trasladó a Girona, donde vive desde entonces, primero en un centro de acogida, después en un piso tutelado y ahora en casa de una amiga.

El cuerpo como una prisión

Echa mucho de menos a su madre y sus hermanas, también en cierto modo a su padre, pero valora haberse ganado, con su fuga, derechos que le eran negados en su país: estudiar, trabajar, tener independencia y, especialmente, ver reconocida su identidad masculina. “Desde siempre he sentido mi cuerpo como una prisión. Ya con pocos años me sentía niño a pesar de tener un cuerpo de niña”, dice Imane, que desde hace unas semanas ha empezado a someterse al tratamiento hormonal para masculinizar su cuerpo. “Soy un chico transgénero y finalmente puedo decirlo abiertamente y sin miedo. En Marruecos, a los homosexuales, lesbianas o transgéneros los apalean y, si van a la policía a denunciarlo, entonces la policía los apalea todavía más, pero esto no sale nunca en las noticias. A veces los aplican electrochoques porque creen que así les cambiarán su orientación o identidad sexual. Muchos se acaban suicidando”.

En Girona ha hecho cursos de catalán, de mecánico de coches, de atención al cliente o de mozo de almacén, y ahora se quiere sacar la ESO, mientras espera que lo cojan en una empresa de limpieza donde hizo prácticas, pero no tiene permiso de trabajo. “Nadie te regala nada, aquí; yo ya lo digo a los amigos de Marruecos con quien mantengo contacto. Aquí no encontrarán el paraíso, te lo tienes que ganar todo a pulso”.

El peaje de las menores migrantes

A pesar de que todavía son muy pocas las chicas menores de edad que huyen solas de Marruecos, cada vez son más las que deciden dar el paso. “Para los chicos el proceso migratorio va ligado a la búsqueda de un futuro económico y laboral mejor, pero a las chicas se les añade la necesidad de huir de lo que representa ser mujer en Marruecos, como por ejemplo no poder estudiar ni trabajar, quedarse en casa o tenerse que casar con un desconocido que a menudo les dobla la edad”, explica Mar Masfarré, profesora de un programa de inserción para jóvenes recién llegados en un centro de acogida de Girona.

En este centro hay cinco chicas. Haber decidido huir les ha exigido un plus de valentía respecto a los chicos migrantes porque pagan un peaje mucho más caro, explica Masfarré. El viaje en patera, que puede llegar a los 4.000 euros, es más alto para las chicas, y además corren el riesgo de sufrir abusos sexuales. Por eso muchas chicas no dan el paso si no es que tienen el apoyo de su madre o hermanos para poder viajar con visado, como hizo Imane, y también Bouchra, de 18 años, que actualmente vive en un piso tutelado de Girona después de haber pasado por un centro de acogida.

Fue su hermano mayor quien la ayudó a tomar la decisión de irse cuando, a los 17 años, su padre le dijo que se tenía que casar con un desconocido de unos 45 años. “Yo no lo conocía de nada, pero tenía muy claro que no quería compartir la vida con él. Tengo clavado ese momento y muchas veces pienso qué habría pasado y qué sería de mi vida si yo no hubiera tomado la decisión de irme”, explica la joven en un artículo sobre su proceso migratorio que ha redactado para la Revista de Girona. La chica revela que estuvo más de un mes sin poder dormir pensando en cómo evitar esa boda hasta que tomó una decisión con la complicidad de su hermano: prometió a su padre que se casaría con el hombre si antes la dejaba ir a pasar un mes con sus tíos en Frankfurt. Hizo el viaje en avión con su abuela. Después de pasar un mes en Alemania, se fue asegurando que volvía a Marruecos pero emprendió un viaje sola, con una pequeña mochila y poco dinero, hasta llegar a Girona. “Era la primera vez que estaba sola y recuerdo que fue un momento muy duro”, relata.

Añoranza de la familia

Masfarré explica que las menores migrantes suelen sufrir más la añoranza de su familia que los chicos, mantienen más el contacto y tienen más necesidad de demostrar que, a pesar de haberse ido, mantienen su cultura de origen. “Intento hablar cada día a través de WhatsApp y de videollamadas con mi hermano y mi madre. Ellos me explican qué hacen y yo les hablo de todo lo que hago aquí. Intento que me vean bien y que sepan que me estoy esforzando mucho”, dice Bouchra, que tiene los estudios como objetivo prioritario para su “proyecto de futuro”. “Sé que si quiero una cosa tendré que luchar mucho, y estoy dispuesta a hacerlo”. Con su padre, con quien ella querría recuperar la buena relación que tenía de pequeña, habla muy de vez en cuando. “Lo que tengo claro y es seguro es que, tan pronto como pueda, los iré a ver. Sueño muy a menudo en el día que volveré a Marruecos. Iré directamente a casa y abrazaré muy fuerte a mi madre, mi padre y mi hermano. Seguro que mi madre me cocinará pollo, que es mi plato preferido, y quizás iremos a dar una vuelta por la playa, como hacíamos antes todos juntos”.

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