China, abocada a la pandemia

La falta de transparencia del régimen de Pekín hace más dificil combatir el brote

Mónica García Prieto
3 min
Passatgers, amb màscara protectora, a la seva arribada a l'estació de ferrocarril de Pequín

PERIODISTALa única esperanza de que el coronavirus de Wuhan no derivase en una pandemia radicaba en algo de lo que carece el régimen chino: transparencia. La dictadura comunista, que se caracteriza por su opacidad y un férreo control de los medios, negó su gravedad desde el primer caso: afirmó que era un virus poco resistente, que no se contagiaba entre humanos y que permanecía confinado a la provincia de Hubei. El 11 de enero llegó a afirmar que el brote se había extingido porque no había nuevos casos.

Sólo el pasado lunes, cuando ya habían detectado contagios en otros países, admitió que había infectados en otras provincias y que era contagiosa por vías respiratorias, hasta el punto de que 15 sanitarios habían enfermado por un sólo paciente. Pero en un intento de no alarmar a su población -esa obsesión de toda dictadura- no se impidió que en Wuhan se celebrasen, este lunes, banquetes en grupo para unas 40.000 familias, ni que las autoridades siguieran adelante con actos multitudinarios gratuitos propios del Año Nuevo Lunar.

La reunión de la OMS para estudiar si declara una emergencia global truncó la estrategia de avestruz aplicada por China. Esas cuatro semanas de inacción -sin recomendaciones para la salud, sin cuarentenas, sin difusión en los medios de los síntomas- han permitido que el coronavirus se propague sin control.

Algunas familias denuncian que sus seres queridos fallecidos “por neumonía”, según el informe médico, fueron incinerados con demasiadas prisas: cuando preguntaron por qué no podían ser velados, los responsables médicos admitieron que habían sido víctimas del coronavirus y que tenían órdenes de deshacerse los cadáveres. Eso hace temer que el número de víctimas haya sido falseado. Expertos del Imperial College de Londres estiman entre 4.000 y 9.700 el número real de contagios sólo en Wuhan (China no admite más de 600 en todo el país), pero los síntomas son tan genéricos que es posible que muchos infectados desconozcan su condición.

Los controles de temperatura de los aeropuertos no son eficaces: la enfermedad tarda dos semanas en incubarse. El aislamiento de Wuhan, foco del contagio, de la vecina Huanggang -7,5 millones- o de Ezhou es muy efectista pero llega tarde: se calcula que sólo el miércoles, 300.000 ciudadanos salieron de Wuhan ante la clausura decretada para el jueves, convirtiéndose en potenciales focos de infección.

China está en pleno Año Nuevo Lunar, y aunque en lugares como Pekín se han prohibido las celebraciones para evitar la concentración de personas, los chinos no están dispuestos a renunciar a la única ocasión para visitar a sus familiares o regresar a sus lugares de origen. Durante el Año Nuevo, se producen 3.000 millones de desplazamientos en lo que se considera la mayor migración humana: una pesadilla logística que podría propagar la enfermedad en tiempo record. Sólo en Wuhan, 30.000 turistas había reservado hotel para estas fiestas.

Todo es difícil de gestionar en un país con 1.400 millones de personas, pero el régimen confirma, con su tibieza y su lentitud, la regresión que experimenta desde la elección de Xi Jinping y que le ha llevado a aplicar la misma estrategia de negación que Pekín aplicó con el SARS, el que mató a 800 personas e infectó a 8.000 en 2003. Según Guan Yi, director de Laboratorio del Centro de Investigación de Enfermedades Infecciones Emergentes de Hong Kong, “es probable que surja un brote a gran escala con 10 veces más infecciones que el SARS”.

El doctor, experimentado en la batalla contra el SARS o la gripe del pollo, viajó hace unos días a Wuhan para investigar el origen del brote y quedó horrorizado: no había ni desinfectante en el aeropuerto y sólo un 10% de la población llevaba máscara.“He pasado por mucho y nunca he sentido temor, porque casi siempre estas cosas son controlables. Pero esta vez tengo miedo”, dijo.

Podría ser demasiado tarde: la pandemia ya está en marcha.

La magnitud del problema depende de que no mute y no sea más letal, porque el régimen no aprende de sus errores.

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