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‘The Crown’: una serie republicana

Mònica Planas
2 min

Ha vuelto The Crown a Netflix con la cuarta temporada. La serie continúa tan magistral como siempre. Una obra maestra televisiva no solo por la calidad de la producción sino por todo lo que es capaz de explicar. La serie sobre la Corona británica pone cada vez más a cuerpo descubierto las grietas de la institución, especialmente las emocionales. Y cómo estas grietas van provocando un deterioro progresivo que afecta a su deber de servicio a los ciudadanos.

Las interpretaciones de todo el elenco de actrices y actores siguen siendo espléndidas, con un nivel de estudio de los personajes reales admirable, tanto en sus expresiones faciales como en la dicción y el lenguaje corporal. Y el diseño de producción y de vestuario la convierte en historia de la televisión.

En esta cuarta etapa, Peter Morgan, el creador de la serie, parece especialmente interesado en mostrar todavía más las interioridades y tormentos de los personajes más que los aspectos históricos y políticos, que se convierten en cuestiones tangenciales o en la excusa para explicar mejor a los protagonistas. Quizás, en algunos casos, son incluso pinceladas demasiado gruesas, como por ejemplo el terrorismo del IRA, que acaba reducido a una anécdota marginal.

El drama pivota alrededor de tres grandes personalidades femeninas: la reina (Olivia Colman), Margaret Thatcher (Gillian Anderson) y Diana de Gales (Emma Corrin), las tres espléndidas en sus interpretaciones, especialmente cuando la primera ministra o la Princesa del Pueblo coinciden con la monarca. Son escenas que desprenden una tensión televisiva adictiva. La irrupción de Diana de Gales en la trama, además, permite provocar el efecto Titánic. Los espectadores sabemos cuál será el triste fin del personaje y, por lo tanto, el guion construye señales sutiles que sirven para anticipar el desastre. En el segundo capítulo, por ejemplo, es extraordinario el simbolismo que se creará entre la caza de un majestuoso ciervo imperial en Balmoral y la llegada y aceptación de Diana de Gales en la familia. En otros episodios, las escaleras de tornillo simbolizando la espiral dramática de la relación con el príncipe Carlos o las grandes dosis de laca como metáfora de la rigidez de Thatcher serán discretos guiños que permiten disfrutar de la serie con más profundidad. La cuarta temporada va adquiriendo, a medida que avanza, aires de telenovela. La reina es cada vez más reina, más fría, más distante. Su puntual humanidad siempre está más dirigida a los súbditos que a sus propios hijos. Y, a su alrededor, nos muestran la infelicidad de todos los miembros a pesar de sus privilegios: celos, egoísmo, rivalidad, depresión, desaliento, soledad, falta de objetivos, desorientación, rencor, tristeza, resignación... Pero todo se encamina a convertir The Crown en una excelente tragedia griega televisiva, con el sufrimiento y el conflicto como principales pilares de la historia, donde la catarsis de los personajes y el aprendizaje moral de los espectadores nos hacen ver que The Crown es una serie perfectamente republicana.

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