El año que empieza

Brasil estrena el año con un presidente de discurso tan elevado que pone a Dios por encima de todo

Natza Farré
3 min

El año ha empezado tan bien que con un poco de los restos de la resaca Donald Trump puede parecer casi de izquierdas. Es el peligro de que salgan muchos como él, que siempre existe la posibilidad de mejorar el despropósito. Hay personas que dicen que "estos", al menos, no engañan. Si esto es una ventaja, apaga y vámonos. Tal vez sea cuestión de empezar el año engañandonos un poco, para hacerlo digerible ahora que aún quedan todos los meses. Yo he tratado de respirar hondo y, de momento, no lo consigo. Y eso que había pedido paciencia.

En Brasil han estrenado el 2019 con un presidente de discurso tan elevado que pone a Dios por encima de todo. Lástima que a Jair Bolsonaro lo hayan votado personas. Tanta gente aplaudiendo un discurso que exhibió como uno de los ejes principales del mandato la lucha contra el feminismo da ganas de hacer una Mafalda y bajarse del mundo. Las cifras de feminicidios en Brasil son espantosas, con una violencia estructural machista que no necesita ningún apoyo gubernamental. Si a esto le añadimos la flexibilización en la compra de armas, otro de los ejes que este individuo considera necesarios para el país, todo hace pensar que quien gobierna es directamente la guerra. Y es así. Cuando el argumento para defenderte es matar, es que hemos retrocedido mucho. Naturalmente, Donald Trump ya ha felicitado a Jair Bolsonaro, con quien tiene tantas cosas en común que sólo falta que el brasileño se tiña el pelo del color imposible del del presidente de EE.UU. Aunque con tanta nostalgia por las dictaduras yo sólo veo gris en todas sus cabezas.

Se habla de neofascismo pero este fascismo no es nuevo, tonos de tinte aparte. De hecho, este fascismo es tan viejo como los no argumentos de la izquierda para hacerle frente. El 2018 lo hemos cerrado llevándonos las manos a la cabeza con los de Vox y dándoles tanta voz que no es necesario que inviertan ni un céntimo en la campaña. El independentismo catalán y el feminismo universal están sacando a esta gente de la cueva y sobre nosotros recae la responsabilidad de echarlos. Quizás piensan (¿quién piensa?) que una solución es volver a callar. Conformarnos con una autonomía de trenes con retraso y nombres inútiles para un aeropuerto que ya tenía nombre y aceptar resignadamente que cada año tienen que morir varias mujeres por culpa del machismo y que si cobramos menos por algo será. Que antes no estábamos tan mal y esta gente sólo maltrataba a su entorno y no a toda la sociedad. Nada va mejor en la América de Trump ni irá mejor en el Brasil de Bolsonaro pero, ¿cómo lo explicamos? Si no es suficiente repasando la historia para comprobar los desastres y no hay límites a la hora de defender programas llenos de ignorancia, ¿cómo lo vamos a hacer? ¿Cómo podemos luchar contra la injusticia si esta se sienta en los Parlamentos para dictar las leyes y mandar a los jueces? ¿Nos enfrentamos sólo a la extrema derecha o a todo un sistema que en lugar de ser un revulsivo trata de acomodarla a la democracia, normalizándola como una opción posible?

Suerte que los buenos propósitos estos días aún nos ocupan la cabeza. Personalmente nos quedan un montón de cosas por hacer. O para dejar de hacer. Tenemos tantos malos hábitos que los buenos se han convertido en quimeras de principios de año. Aun así llenamos nuestros pensamientos de voluntad y esperamos que la voluntad nos dure un poco más allá de enero. Seguramente es mejor empezar así que darlo ya de entrada todo por perdido. Y bien pensado, si nos ponemos manos a la obra es posible que acabemos tejiendo algo. Aunque sea una cena entre amigos que nos reconforte con la humanidad. Y recordar a todos los que faltan a la mesa.

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