La gran visión

En La divina comedia uno ve mientras lee. También puede ocurrir que uno vea antes de leer

Rafael Argullol
2 min
Obra del 1822 d’Eugène Delacroix.

Hay escritores extraordinariamente visuales. Sus palabras son manantiales de imágenes. Shakespeare, Poe, Baudelaire, Proust,… Ninguno, sin embargo, como Dante. Quizá por esto ha sido el poeta favorito de los pintores. En La divina comedia uno ve mientras lee. También puede ocurrir que uno vea antes de leer, como fue mi caso. En la biblioteca de mi abuelo había una hermosa edición, con tapa dura y roja, de la comedia con las magníficas ilustraciones de Gustavo Doré. Sin leer todavía los versos yo estaba fascinado por las tremendas imágenes del infierno y por los misteriosos paisajes del paraíso. Cuando ya leí, más tarde, el texto de Dante empecé a encontrarme escenas dantescas en muchos museos, una muestra de la persistente predilección de los artistas por la aventura visionaria del poeta toscano.

Todo es visión en la poesía de la comedia, como si su autor quisiera confirmar que, en efecto, fue una visión lo que le condujo a su fabuloso viaje, guiado primero por Virgilio y luego por Beatriz. La explicación dada nos acerca al lenguaje de los sueños. Un sueño que, al despertar, consideramos largo puede transcurrir obsesivamente en una habitación minúscula mientras otro sueño juzgado corto nos puede hacer recorrer distancias enormes. En este sentido el mecanismo que supuestamente sustenta la comedia es extremo. En escaso tiempo recorre todo el espacio del mundo.

Claro que el universo medieval aún podía recorrerse porque, al contrario del nuestro, sus límites estaban perfectamente definidos. Dante, protagonista de su obra, viaja a la última frontera del infierno y a la más elevada cumbre del paraíso. Lo abarca, pues, todo. Pero, según su confesión, el viaje dura únicamente tres días, de viernes a domingo —como la muerte y resurrección de Cristo— tras la fulgurante visión que se apodera de él durante el Viernes Santo de 1300. Un tiempo vertiginoso. Sin embargo, después, durante la escritura del libro, cuando el poeta traduce al visionario, el tiempo se hace extremadamente lento: surgen los trabajadísimos versos cargados de meditadas imágenes. Literatura y sueño, palabra e imagen intercambian continuamente sus funciones hasta que los contornos se disuelven. Y Dante es el gran maestro de esta disolución.

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