Rafael Argullol

Libertad contra dogmas

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L’escriptor i filòsof francès retratat cap al 1940 llegint un llibre a la seva biblioteca personal.

uando en 1936 publicó Retorno de la Unión Soviética André Gide se ganó la enemistad de muchos intelectuales de izquierdas con los que había compartido el ideal comunista. Sus detractores le acusaron de traidor por criticar abiertamente el régimen de Stalin. Sin embargo a Gide, que había viajado a la Unión Soviética con grandes expectativas, no le gustó lo que vio y escribió sobre lo que no le gustó: el autoritarismo creciente que conduciría a una dictadura totalitaria. No fue el único caso de un inconformismo radical que le valió críticas aceradas pero que afiló su estilo literario, elegante, directo y con un moderado gusto por la experimentación.

Lo mismo le ocurrió a Gide con respecto a la religión, un motivo recurrente de tormento espiritual para el escritor. Atacó el poder de la Iglesia Católica y se mostró corrosivamente crítico en Los sótanos del Vaticano. También Gide demostró ser muy crítico con el colonialismo a partir de sus viajes por África, traducidos en espléndidos textos como Viaje al Congo. Asimismo, en su vida personal sus posiciones recibieron ataques furibundos, como cuando publicó Corydon, un alegato a favor de la homosexualidad inusual en la época y por el que recibió comentarios feroces. La crítica lo consideró su peor libro; Gide sostuvo que era su mejor creación.

No es de extrañar que, en esa militancia a favor de la libertad, los Diarios de André Gide sean, a mi parecer, la más decisiva de sus obras. El inmoralista o Los monederos falsos son admirables, pero donde se pone más a prueba la intempestividad de Gide, la dura tensión entre escritura y verdad, es en esos diarios minuciosamente trabajados por su autor, a veces con el cincel, a veces, con el bisturí. Para un escritor valiente como Gide estos textos cotidianos son la oportunidad de desnudarse ante la verdad. Y en el transcurso de ese ejercicio los dogmas caen fácilmente.

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