La música de las estrellas

Al arte le pedimos una sola cosa: que nos permita liberarnos de nuestra vida para seguir viviendo

Rafael Argullol
2 min
La música de 
 Les estrelles

Es frecuente que un arte evoque a otro y trate de expresar lo que se está expresando por otros medios. La pintura ha evocado a la literatura, la música a la arquitectura, la escultura a la danza. En la historia de la poesía son múltiples los intentos de capturar la esencia de la música. Pero no conozco ninguno tan perfecto como la Oda a Salinas de Fray Luis de León. El lector o el oyente que escucha este poema puede recrear a la perfección el camino que conduce desde una interpretación musical concreta hasta lo que los pitagóricos llamaban la música de las estrellas.

Fray Luis de León es un extraordinario humanista que vivió la tragedia del humanismo español bajo la Contrarreforma. A veces, creo que equivocadamente, se le equipara a los místicos cuando en realidad él se halla muy cerca de los planteamientos suscitados por el Renacimiento italiano, y sobre todo por el neoplatonismo, que se propone la consecución de la armonía en las artes y también en el propio hombre. Así se observa repetidamente en las prosas y en los poemas de Fray Luis, aunque en ningún caso con la esplendorosa nitidez de la Oda a Salinas, donde uno, a través del yo poético, puede viajar desde la interpretación concreta que está realizando el famoso organista Francisco de Salinas, contemporáneo del autor, hasta una suerte de disolución en la música del cosmos.

En este viaje maravilloso el oyente, excitados sus sentidos y su espíritu por el efecto de la música, se olvida de sí mismo, de su individualidad, para recordar aquel momento áureo en que formaba parte de la armonía universal. Gracias a la música de Salinas, según el poema, el yo y el universo se convierten en una unidad, aspiración antiquísima y, simultáneamente, moderna porque con gran precisión describe aquello que, en el fondo, siempre anhelamos en la experiencia estética: el olvido de un presente limitado y escindido, el recuerdo de una armonía que nuestros sueños alimentan, la preciosa exploración de lo desconocido, el descanso respecto a nuestra agobiante individualidad. Quizá, si somos sinceros, al arte le pedimos una sola cosa: que nos permita, aunque sea por unos instantes, liberarnos de nuestra vida para seguir viviendo.

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