COMPAÑEROS DE VIAJE

La transgresión de las fronteras

Rafael Argullol
2 min
Colin Clive, com a Dr. Frankestein, i  Boris Karloff, com a monstre, al film mític del 1931.

Un mito literario surge cuando una época lo necesita y cuando esta época cobija al autor con el talento adecuado para expresar aquella necesidad. Prometeo constituye uno de los más destacados ejemplos de este proceder. Esquilo, en su gran tragedia, lo convirtió en el símbolo de la rebeldía ante los dioses o, de un modo más general, del inconformismo humano ante los límites del hombre. El poeta transformó una figura mítica menor —patrón de los herreros en la Atenas arcaica— en uno de los principales mitos de la cultura occidental. Tras su desvanecimiento en la Edad Media, Prometeo reaparece en el Renacimiento. Miguel Ángel Buonarrotti o Giordano Bruno lo adoptan: lo prometeico siempre brota simbólicamente cuando se trata de ensanchar los campos del conocimiento y transgredir las fronteras de lo humano.

De ahí la importancia de un subtítulo, el Prometeo moderno. Lo puso una jovencísima Mary Shelley tras el título de su novela principal, 'El doctor Frankenstein'. La historia que rodea la idea del texto es divertida y bien conocida: una reunión de amigos a orillas del lago de Ginebra, un desafiante divertimento sobre "vampiros" o sobre "espíritus". Allí están Lord Byron, el doctor Polidori, el poeta Percy Shelley, su esposa Mary. Será esta última la que ganará el reto si atendemos al impacto enorme que, con posterioridad, tendrá su 'El doctor Frankenstein', el texto iniciado en la ribera del lago de Ginebra.

Pero el protagonismo de Frankenstein —el moderno Prometeo— y de su criatura se ha podido producir porque Mary Shelley, con enorme perspicacia, intuyó una de las corrientes principales de nuestra época: la destructividad implícita a toda creación, el lado oscuro del progreso, el riesgo adherido a las transgresiones liberadoras. Quizá por eso la segunda parte de 'El doctor Frankenstein' es demasiado puritana, reiteradamente moralista. Sin embargo, toda la primera parte es de una espléndida audacia, la muestra de un talento —el de Mary Shelley— capaz de elevar un mito literario a auténtico espíritu de la época.

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