CANTUS FIRMUS

Por si se quiere volverlo a hacer

Sin un resultado final, hay que jugar otra partida para resolver el desafío

Salvador Cardús
3 min
Jordi Cuixart saluda abans del seu nou ingrés a la presó a Sant Joan de Vilatorrada, el 28 de juliol de 2020

La feliz expresión de Jordi Cuixart en el alegato final de la farsa de juicio del Tribunal Supremo, “Lo volveremos a hacer”, no fue un desafío chulesco, sino que, según escribió él mismo, era “un grito a la esperanza y contra la resignación y la frustración”. Es decir, un grito que invita, por no decir que obliga, a responder activamente. Por eso Jordi Cuixart, en un breve texto manuscrito, añadía: “Tan importante es hacerlo juntos, como querer hacerlo”. Y si queremos volverlo a hacer, ya es hora de pensar en el cómo y el cuándo.

Lo digo porque estos días, y a propósito de una entrevista al vicepresidente Oriol Junqueras, todo el mundo se ha vuelto a refugiar en los cuántos lo queremos volver a hacer para no tener que hablar del cómo y el cuándo. Cansa mucho tenerlo que repetir, pero es una obviedad que para saber cuántos queremos o no la independencia hay que preguntarlo democrática y libremente. Y aparte del 9-N y el 1-O ganados por el soberanismo por goleada, en condiciones internacionalmente homologables todavía no se ha pedido nunca. Que no nos engañen: ni las opiniones dadas en una encuesta ni los resultados de elecciones en las que hay que elegir Parlamentos y gobiernos sirven para contarnos.

Además, para contar cuántos queremos la independencia –me vuelvo a repetir– es fundamental saber las condiciones en las que se pregunta. Votar bajo amenaza y con miedo no vale. Votar sometidos al boicot de una de las partes, tampoco. Votar sin el compromiso de un resultado vinculante, todavía menos. El problema, pues, no es si hay un cincuenta por ciento que no quiere la independencia, sino que si estuviera tampoco se ha querido contar. Y nadie puede aventurar qué pasaría en un marco de libertad verdaderamente democrática. Quizás habría más apoyo a la independencia. Pero también con una buena campaña en contra, al estilo de la británica Better together en Escocia, el independentismo pragmático podría tragarse las promesas y pensar que con menos riesgos y costes se podrían obtener suficientes ventajas como para renunciar a ello. No lo sabemos.

Para volverlo a hacer, pues, sobre todo hay que abandonar la idea de que la partida ha acabado en tablas. Primero, porque la partida del 1-O no acabó en tablas sino en un gravísimo clima de represión que todavía dura. El Estado tumbó el tablero antes de acabar la partida. Segundo, porque sin un resultado final hay que jugar otra partida para resolver el desafío. Y tercero, porque si se alimenta la sensación de impotencia, tan contraria a la que desde el 2006 había hecho crecer el soberanismo, se mantendrá el principal lastre que lo debilita: no confiar en el éxito. ¿Hay que volver a recordar que solo un escaso 26 por ciento de los votantes de Junts y un ridículo 13 por ciento de los que votan a ERC dicen en las encuestas que creen que “lo lograremos”?

Una vez abandonado el relato falaz de un empate que ignora las condiciones desiguales e injustas que ha impuesto un árbitro comprado, como si tener un estado a favor o en contra no contara, entonces hay que enfrentarse a la unilateralidad del adversario. Y esto necesita, por encima de todo, la calle. También una mayoría parlamentaria, sí, pero recordemos que el independentismo creció incluso teniéndola en contra. Es desde la calle que se consiguió tumbar resistencias que parecían invencibles. Ahora, transitoriamente, no hay calle. No está, literalmente, porque no se puede salir por la pandemia. Y tampoco está, figuradamente, por las dificultades de socializar las expectativas y el coraje necesarios para las grandes confrontaciones que harán falta.

Lo volveremos a hacer, pues, si primero se abandona el espíritu de derrota, y después cuando desde la calle se vuelva a forzar un marco de libertad y de radicalidad democrática que rompa la actual unilateralidad represora y violenta del Estado. Solo entonces, legítimamente, podremos acabar la partida.

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