Corruptocracia

El Gobierno no controla al Estado, que está corrompido de arriba a abajo

Suso De Toro
3 min

EscritorUn año después del 1 de octubre el soberanismo, como la sociedad catalana en conjunto, vive un paisaje complicado y lleno de heridas y espinas: son los costes de haberse rebelado contra un estado de cultura militarista.

Pero esta ciudadanía no debe olvidar lo que protagonizó aquellos días. Tuve la fortuna de estar esos días en Barcelona y lo que vi era una verdadera ciudadanía, libre y orgullosa como no hay en toda Europa. Cuando somos vencidos los vencedores nos señalan y nos culpan y nosotros mismos solemos interiorizar la culpa y la vergüenza. Es un error. Si hemos actuado con convencimiento y con razón no debemos hacerlo, sino que tenemos que revisar nuestros errores para corregirlos y sobreponernos. Lo que ocurrió hace un año era inevitable porque el Estado tenía como objetivo la liquidación política de Catalunya y un plan para judicial y miliar para su ocupación y tanto a la sociedad catalana como a sus políticos no se les dejó alternativa excepto rendirse y perecer moralmente. La sociedad catalana no tenía otra alternativa, no se la dejaron.

Y por encima del desánimo actual debe prevalecer la idea de que un buen pedazo de libertades se ganaron aquel día. El Estado no podrá volver a tratar así a personas libres. No se debe olvidar que para el Reino de España el 1-O tuvo unos costes altísimos porque mostró su imagen de estado autoritario al mundo entero. Ambas partes ganaron y perdieron, porque Catalunya le ganó el pulso democrticamente al Estado y el Estado actuó como se esperaba que actuase el estado español, como siempre. Que el proyecto europeo afronte dificultades históricas y que en aquel momento Europa estuviese de vacaciones y dejase al increíble Juncker y su equipo al frente de una nave borracha pues favoreció los planes de violencia del Estado.

Pero si abrimos el encuadre del desánimo catalán y pasamos a la vida pública española lo que veremos es la imagen evidente de un estado podrido de corrupción y de franquismo. Los catalanes lamentan sus dificultades y los costes pagados por ser libres, los españoles puede que no acierten a lamentar su fracaso histórico colectivo pero deberían pues siguen presos de la herencia franquista.

En los últimos meses se hizo público lo que realmente todos sabíamos: que el ejército sigue empapado de ideología franquista y que la justicia en su conjunto resulta de ideología reaccionaria y corrupta, arbitraria y sectaria. Ni el ejército ni la justicia, como todo lo demás, no rompieron con el franquismo, lo continuaron fuera de foco. Esas revelaciones llegan acompañadas de escándalos que afectan a políticos y a la universidad. La transcripción completa de las grabaciones Villarejo, miles de horas de documentos, serían una historia de los últimos cuarenta años de la democracia española, vista como luchas entre gángsteres. Esas grabaciones son la evidencia del entramado de unos poderes que gobiernan las instituciones en su provecho y que pervierten las reglas del juego y la democracia.

Todo se resume en un fracaso de cualquier proyecto colectivo español pero se expresa en que el Gobierno no controla al Estado, que está corrompido de arriba a abajo. Los comedores de la corte son el sistema arterial de la corrupción que construyen políticos, empresarios, periodistas, altos funcionarios, abogados... Para tapar un proyecto propio el estado crea un catalizador, ahora Catalunya: Sánchez acaba de decir que si cae su gobierno será culpa de los soberanistas catalanes. Catalunya les vale para todo.

Una muestra de la debilidad del poder político nacido de las urnas es la entrada del gran capital en la política de partidos, creando directamente un partido y un sindicato de policías ultraderechistas, Ciudadanos y Jusapol. Una corriente política que vive de atizar el encono.

Otra muestra es la utilización de las televisiones privadas como un instrumento para potenciar o debilitar la situación de cada partido, un arma mediática. O, nuevamente, una operación para evitar que la alcaldía de Barcelona la gobiernen soberanistas. La alcaldía de Colau vino después de la guerra sucia para apartar a Trías, pero ahora un sector del empresariado organizado pretende ocupar directamente la alcaldía a través de un ridículo candidato “fichado” en los saldos de la política francesa.

Lo curioso es que, en su acaloramiento, olvidan que se exponen a pagar el precio de su fracaso. Si fracasa la desvergonzada operación Manuel Valls también son derrotados los poderes económicos y mediáticos que promueven su candidatura.

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