LOS PUENTES BREVES

Maneras de ser desleal

Hay opiniones diversas, como en todas partes. En muchas mesas de Asturias se votó a JxCat

Xuan Bello
3 min

Hispano soy, iberista sentimental, y nada de Cataluña me resulta ajeno. Los libros de Josep Pla, los poemas de Blai Bonet y ese volcán de realidades que fue Joan Fuster me acompañan desde la adolescencia. La voz de Salvador Espriu fue determinante en un tiempo de formación. Conocí antes Barcelona que Madrid cuando con mis 18 años cumplidos nos invitó la CRIDA a algunos miembros de la Xunta pola Defensa de la Llingua Asturiana. Desde Uviéu a Cataluña, atravesando el invierno de nuestro desconsuelo, fuimos en un escarabajo Volkswagen sin calefacción con la esperanza de encontrar ayuda. Bien entrada la noche aparcamos junto a las luces apagadas de la Librería Laie. En el escaparate estaban dos volúmenes que ambicionaba tener, que desde entonces en todos los traslados me han acompañado: los poemas de Cesare Pavese, traducidos por Josep M. Muñoz i Pujol, y los de Kavafis, traducidos por Carles Riba.

En Cataluña encontré a lo largo de los años un espacio que me abría ventanas al mundo. Desde finales de los 80 frecuenté Portugal (pues hispano soy, etc) y cuando volví se había popularizado una frase que todo el mundo repetía: "Menos mal que nos queda Portugal"; yo solía corregir con un gin-tonic en la mano: "Menos mal que nos queda Cataluña".

Todo fue cambiando y también el resto de los pueblos de España fueron mudando de costumbre abstrayéndose del laberinto vasco, pesadilla de una transición que no optó por la ruptura. Fueron posibles los milagros, incluso para el euskera, y Cataluña se convirtió en el alma de muchos en faro del progreso.

Hubo un día que hasta el Corte Inglés creía en la España plurinacional y en los escaparates de sus tiendas lucían los títulos que Bernardo Atxaga, Quim Monzó, Manuel Rivas, Suso de Toro junto a los de Almudena Grandes y Antonio Muñoz Molina. Es sólo cuestión de tiempo y de esfuerzo, nos decíamos quienes habíamos ido años atrás en aquel Volkswagen; en algún momento, argumentábamos soñando, habrá sitio también para nosotros, los asturianos.

El fin de ETA, como ha defendido ingeniosamente Pedro de Silva, ex presidente de Asturias, supuso además el fin del consenso sobre la unidad de España. A falta de un enemigo temible, los ojos se volvieron hacia dentro y nos encontramos con una corrupción política y económica donde los viajes a Andorra eran tan comunes como los viajes a Ginebra.

¿Fue Hegel quien dijo que cuando el Estado cae se alza la nación? La nación —las naciones— se levantaron con cierta precaria urgencia tambaleante. Mi añorado Félix Romeo, en una de aquellas noches en Madrid, me dijo: "Lo peor que nos ha pasado es que la revolución era aquello, aquella España que soñaba ser distinta, y no nos dimos cuenta".

Aquella transición permitió entre otras muchas cosas que el catalán, el gallego y el vasco, con el consenso de la mayoría, tuviesen futuro. Incluso permitió que lenguas más tocadas del ala, como la mía propia, pudieran al menos soñar con unos buenos funerales (y la remota posibilidad de una resurección). Y permitió además una ciudadanía que se iba librando poco a poco de los lastres morales de ese franquismo que pudo obstaculizar la ruptura porque la correlación de fuerzas le era favorable.

En realidad era de esto de lo que quería hablar hoy, de la ciudadanía. Leo los periódicos: tal parece que estamos a punto de liarnos a mamporrazos y que si un catalán viniese a Asturias o a cualquier otra parte de España debería tomarse su cuidado para no parecerlo. Salgo a la calle, hablo con mis vecinos, y no es así sino todo lo contrario. Hay opiniones diversas, como en todas partes. En muchas mesas de Asturias se recontaron en las europeas votos a Junts per Catalunya, votos simbólicos y testimoniales sin duda, pero votos que no sorprendieron a nadie.

En el bar de mi aldea, en Casa Eleuterio, todos nos conocemos y mientras se bromea calladamente se establecen aritméticas futbolísticas. Hay dos bandos, siempre hay dos bandos. Los del Sporting de Xixón (que suelen apoyar al Barça) y los del Real Uviéu (que suelen apoyar al Real Madrid). Como el voto es secreto, se indaga irónicamente y todos tienen una opinión. ¿Por qué hay gente en Asturias que vota a Puigdemont aunque sea testimonialmente? ¿Serán furibundos del Barça? Hay opiniones para todo. La más sensata, la de un anciano socialista:

—¡A esa xente, más que’l fútbol, gústa-yos la llibertá!

Y recordando los años que pasó en la cárcel, subraya:

—¡El misteriu ye quien votó a Vox! ¡Ési sí que nun me parez del llugarín!

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